Perdonen las molestias
Varsovia
El bar de la calle Romero fue una bocanada de aire fresco en los ochenta
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Iniciar sesiónVarsovia no es solamente la capital de Polonia . También fue una bocanada de aire fresco que se coló en aquella Córdoba, aldeana y mustia, del otoño de 1981. En la calle Romero , frente a la taberna Pepe de la ... Judería, a un suspiro de la Facultad de Letras, un discreto local de copas abrió sus puertas para dinamitar los petrificados cimientos de una capital de provincias.
El Varsovia p roclamó la libertad como ley suprema de su territorio. Ese fue el artículo número uno, del capítulo número uno, de su minúscula declaración de principios. Por su diminuto imperio, se pavoneaban los tupés, emergían las crestas y se dilapidaban los botes de laca en aquella apoteosis irrepetible de frivolidad y reivindicación sin restricciones del derecho a vivir. Éramos insultantemente jóvenes y queríamos comernos el mundo de un bocado.
La movida madrileña había asaltado como un vendaval aquella España que se despertaba del largo sueño de la dictadura. Se llevó por delante el rock urbano, las cazadoras vaqueras, la canción protesta, el rollo hippie y decretó la noche como base permanente de operaciones. Y a la noche (y los excesos) consagramos los mejores años de nuestra vida.
El Varsovia se convirtió en el templo sagrado de la modernidad. Jubiló de un plumazo la voz hiriente de Triana y nos reveló sin complejos la energía hipnótica y desenfadada de la música de baile. Fue el primer bar de copas en mezclar dos platos y el que desembarcó en Córdoba la vanguardia imparable que ya preparaba su irrupción continental en las tiendas de discos londinenses.
El local de Jenaro, Teo y el malogrado Jesús abrieron una grieta en el mojigato universo de Córdoba que ya nunca más se volvió a cerrar. Decretaron la libertad sexual sin contemplaciones y anticiparon la revolución LGTBI que 35 años más tarde ha ensanchado los márgenes de la vida y de la dignidad humanas. Su descaro no fue gratis. El Varsovia fue diana entonces de no pocos prejuicios chuscos y antediluvianos que sus propietarios, inteligentes y libres, se pasaron por el arco de su felicidad.
La vida cabe en un instante . Y esa fue la fuerza perturbadora de aquella generación que aprendió a amar y a sufrir a velocidad de vértigo. El Varsovia inauguró una década que pulverizó el pasado y cimentó los pilares de un futuro más libre, más dúctil y más amable. Por mucho que algunos se esfuercen en estrechar nuestro espacio vital y encapsularnos en códigos polvorientos del ayer.
El Varsovia marcó el camino. Y luego siguieron su estela el Etcétera, el B18, el Swing, el Yu Yu, el Sin Embargo, el Level y toda aquella constelación de estrellas nocturnas que alumbraron el tránsito de tantísimos seres extraviados en busca de diversión y reconocimiento. Todo lo que vino después es deudor, en cierta medida, de aquellos años maravillosos.
El Varsovia cerró sus puertas en octubre de 1989. El pasado sábado, 30 años después, más de doscientas personas celebramos en MODO que su luz aún ilumina nuestras vidas. El tiempo ha fulminado los tupés, apagado las crestas y atemperado la vitalidad de aquel puñado de jóvenes dispuestos a merendarnos el planeta. Pero allí estuvimos. Felices de seguir vivos y encantados de haber formado parte de un tiempo excitante, descarado e inmortal.
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