Pretérito Imperfecto
Córdoba sin primavera
Nadie nos contó nunca que la primavera podía nacer en Córdoba callada y sola para que al menos nos librará de esta condena
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Iniciar sesiónCórdoba se nos antoja tras una ventana lejana y sola . La madre mira al hijo, tras el cristal, resignada e impotente. Y el hijo se agarra a la cortina sin las caricias de sus manos. La una abre los brazos. El otro ... entorna sus ojos melancólicos. Nadie nos dejó escrito que la primavera podía nacer en Córdoba en medio del mundanal silencio . Henchida de tristeza. Ni nuestros ancestros patricios, ni nuestros nobles visigodos, reyes de cuna, ni nuestros califas y visires, ni nuestros señores feudales, ni nuestros pensadores, ni nuestros hombres de ley, ni nuestros padres de la Iglesia, ni nuestros embajadores y conquistadores, ni los versos de Góngora , ni el más triste pincel de Romero de Torres, ni la sensualidad versiculada de Pablo García Baena ni un decreto de Anguita... Nadie nos contó nunca que la primavera podía nacer en Córdoba callada y sola para que al menos nos librara de esta condena y de esta desazón en el alma.
El azahar deja una huella viva en cada plaza y calle y un aroma como tesoro blindado al privilegio de unos pocos afortunados. Aún resuena con más fuerza el borboteo de una fuente en nuestro barrio y las noches que abrigaban las conversaciones de ida y vuelta en una terraza cualquiera, en un asiento pétreo o en el andar pausado, se apresuran a dejarse ir por el tiempo. Noche cerrada por confinamiento.
La primavera que ya no volverá y ahora nace se lleva consigo el olor a Cuaresma , la melodía de una Pasión, la bulla vestida de estreno, la mano de tu hijo en la tarde que nunca acaba, la belleza enlutada con encaje de chantilly, la plegaria del nazareno, el rezo rasgado del saetero, la cuadrilla armoniosa de costal, la voz que manda, el repique risueño de las torres fernandinas, el incienso embriagador, el medio fresquito sobre la madera paciente y humeante, cucharada y paso atrás; la cerveza helada en la esquina panorámica , la fuente de pestiños a la mesa, las torrijas del escaparate, los gajorros de mi madre y el rosco envuelto en papel dulce de Pedro Ximénez. El pueblo que avanza tras el Señor de Córdoba , las ánimas perdidas por un via crucis hacia una injusta sentencia bajo el mayor dolor que cada viernes atraviesa nuestro corazón con siete puñales. Plegaria de santo oficio.
La primavera que no volverá nos ha robado el arte del sorbo y el caracol, los atardeceres a la verita del río, las mañanas de domingo, el balcón de par en par de las Ermitas , el recreo del Patio de los Naranjos o el misterio de la calle Judíos. Las mil caras del Guadalquivir, los callos de San Lorenzo, la tertulia del Correo, dejarse llevar por la Corredera, desperezarse en el Vial o estallar en El Arcángel. La arenisca del parque, los balonazos de un terremoto o los últimos besos escondidos en una esquina cualquiera bajo la luna cómplice. El perol de Vic en la parcela ; las primeras tocatas y fugas a Málaga; la barra del Pisto o el desenfreno en nombre Baco entre cata y copa. Los patios, notarios de la primavera y guardianes de las esencias, se pierden en el eco de los días que están por venir como el meneo de los volantes y escotes anclados en las máquinas de coser que suenan a Feria. Los jeringos de los Santos Mártires, el café inviolable en nuestro bar de guardia o el último pitillo de la madrugada. Santiguarse ante el San Rafael del Puente Romano o darle los buenos días a la panadera. Una cruz de mayo clavada desde marzo en nuestra puerta sin flores que llevarse a la vista. Córdoba sin primavera.
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