Entrevista
Desiderio Vaquerizo: «Córdoba no habría sido nada de lo que fue sin su pasado romano»
El catedrático de Arqueología y escritor reflexiona sobre el discurso patrimonial de la ciudad, la evolución del Casco y la difícil transmisión a la sociedad de los conocimientos arqueológicos
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Félix Ruiz Cardador
Córdoba
Desiderio Vaquerizo Gil es catedrático de Arqueología de la UCO y uno de los nombres principales de la revolución científica que ha vivido Córdoba en las últimas cuatro décadas, la cual ha permitido conocer mucho mejor cómo fue la ciudad desde sus mismos orígenes. ... Nacido en Herrera del Duque, un municipio de Badajoz, Vaquerizo llegó a Córdoba cuando era adolescente y poco a poco se fue apasionando por una ciudad a la que le ha dedicado investigaciones y no pocas horas de magisterio y escritura. Se muestra crítico con muchos aspectos de la evolución de la ciudad y confía en que se puede alcanzar ese difícil equilibrio entre la conservación del pasado y la construcción del futuro.
—Su historia es la de un niño extremeño que llega a Córdoba y, con los años, acaba siendo uno de los artífices del redescubrimiento científico y arqueológico de la ciudad. ¿Cómo fue su llegada?
—Yo no había salido jamás de mi pueblo, que está en la Siberia extremeña. Mis paisajes de la niñez están marcados por la pobreza, pero son también los paisajes de los descubrimientos y de la felicidad. Mis padres emigraron a Francia y nos quedamos al cuidado de mis abuelos maternos, campesinos que vivían de una forma casi autárquica. No había dinero y la vida estaba ligada a los ciclos de la naturaleza, pero fueron mis años más felices. En mi pueblo había un instituto vinculado a Mérida en el que pude cursar hasta Cuarto y Reválida. Fue entonces cuando pedí una beca de las universidades laborales y me concedieron plaza en Córdoba. Me incorporé en octubre del 73, un día que llovía a mares. Vinimos en un taxi y al bajar de Cerro Muriano vi Córdoba por vez primera, difuminada entre la neblina. Yo venía de un lugar en el que todo era pequeño salvo el paisaje y de repente me encontré con un complejo enorme como la Laboral. Fue un choque, pero lo más duro fue ver a mis padres alejarse. Yo era un niño, tenía 14 años. Me costó muchas lágrimas, pero entendí que era el precio a pagar por la educación. Agradezco mucho a mis padres, que eran carniceros, que me entendiesen y me diesen su apoyo.
Patrimonio
«Desde los 80, la ciudad se ha abierto en canal, pero las aportaciones al tejido patrimonial han sido prácticamente nulas»
—¿En qué momento surge su vocación por la Historia y su pasión por Córdoba? ¿Van unidas?
—Los años de la Laboral fueron de formación rigurosa y humana. Teníamos conciertos, espectáculos, cine… Era una vida cultural extraordinaria. Empecé a hacer mis primeras salidas a Córdoba y a tener mis primeros amigos cordobeses. Me enamoré de la ciudad, de la Judería, donde íbamos de vinos. Entre esas vivencias, las lecturas y mi predisposición personal me decidí a estudiar Historia, todo fue unido. Lo curioso es que cursaba la especialidad de Contemporánea, hasta que en cuarto curso se cruzó en mi camino la profesora María Dolores Asquerino y decidí dedicarme a la Arqueología. Entendí entonces cómo se podía perseguir el alma humana a través del tiempo, que en el fondo es lo que siempre me ha interesado. Y hacerlo además sin intermediarios. Es decir, el historiador se basa en las fuentes escritas por otros, pero el arqueólogo se basa en la interpretación directa de los vestigios. Mi tesina de licenciatura, sobre la protohistoria y la romanización de la Siberia extremeña, fue en realidad mi carrera porque ahí aprendí muchísimo. Más tarde, la tesis doctoral, que centraría en el Cerro de la Cruz de Almedinilla, la realizaría bajo la dirección del Pilar León. Allí creé mi primer equipo y tuve mi primera y más intensa experiencia arqueológica.
—¿Cómo ha evolucionado la conservación del patrimonio de la ciudad en estas décadas?
—Cuando yo comencé a estudiar Historia las competencias patrimoniales las tenía el Museo. Eso comenzó a cambiar en 1984, cuando se realizó la transferencia de competencias a la autonomía. Entonces se nombró a un director general y se desarrolló normativa propia. Eso lo cambió todo, y no siempre para bien. El Museo lo dirigía la zaragozana Ana María Vicent junto a su marido, el conservador Alejandro Marcos Pous, y los dos hicieron una labor admirable. Consiguieron que multitud de restos e información no se perdiesen. Posteriormente, con la nueva normativa de finales de los 80 y comienzos de los 90, se ha abierto en canal casi toda la ciudad durante la época del boom inmobiliario, pero las aportaciones al tejido patrimonial de Córdoba han sido prácticamente nulas. Es decir, con dinero, con medios y con inversiones millonarias no hemos añadido casi nada a lo que teníamos en los 80. El discurso patrimonial que hoy manejamos es el mismo que se generó con Antonio Cruz Conde, con sus bondades y sus defectos. Es un discurso historicista y costumbrista, basado en operaciones muy discutibles como la apertura de calles que no existían o la recuperación de las murallas, con fundamentos teóricos que hoy conculcarían las directrices internacionales. Lo que me preocupa es que teniendo todos los medios no hemos sido capaces de convertir nuestro legado ni en un recurso ni en un yacimiento de empleo. Lo poquito que se ha conservado está disperso en sótanos, en garajes, en edificios sin acceso ni señalización… Un despilfarro.
—El conocimiento científico obtenido en las últimas décadas creo que no ha calado en la ciudadanía. Hay más interés por la leyenda que por la historia. ¿A qué se debe?
—De eso somos responsables todos, empezando por los propios profesionales, que no hemos sido capaces de transmitir el nuevo conocimiento acumulado de forma que le llegue a la sociedad. En mi caso, siempre he estado convencido de que la clave para transformar Córdoba está en la educación y por eso impulsé en 2011 el proyecto de cultura científica Arqueología somos todos, dentro del grupo Sísifo de la UCO. Creo que ahí hemos generado una cantidad de herramientas y de información extraordinaria. Nosotros lo hemos intentando, pero lo hemos hecho en la soledad más absoluta. En ocasiones, incluso luchando con una parte de la comunidad científica, que veía esto con recelo. Una ciencia social como la arqueología, que no genera ni vacunas, ni patentes ni utilidades prácticas, está obligada a revertir a la sociedad lo que consigue, que no es otra cosa que conocimiento. La arqueología es una ciencia sostenida por la propia sociedad.
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—La mayoría de los resultados de esa revolución arqueológica de estas últimas décadas hoy ni siquiera se pueden visitar. ¿Ha faltado dinero o voluntad?
—Es una cuestión de voluntad política, de consenso y planificación. Y mi impresión es que la nueva corporación municipal tiene una oportunidad muy especial para revertir esto. Por una parte, me consta, son sensibles a estos temas y cuentan con una herramienta que hasta ahora no se tenía, como es el Plan Estratégico de Córdoba. Por otro lado, el color político del Ayuntamiento es ahora el mismo del de la Junta y con esa premisa se pueden evitar muchos palos en las ruedas.
—Especial olvido sufre la Córdoba romana, a pesar de los sorprendentes hallazgos de estos años fascinantes. ¿A qué se debe?
—Las razones son complejas. Influye por una parte que la Córdoba romana permanece hoy invisible y también que el peso de otras culturas, especialmente la islámica, ha sido tan brutal que ha ocultado las etapas anteriores. A menudo incluso se olvida que la Córdoba islámica no hubiese tenido tanta importancia si no hubiese existido antes la Córdoba romana. Otro problema es que los edificios romanos son muy monumentales y están además en los niveles más bajos de la ciudad, lo que significa que su conservación es compleja y se produce un problema añadido entre progreso y conservación. No se debe olvidar que vivimos en una ciudad superpuesta.
Disyuntiva
—La disyuntiva entre progreso y conservación es un clásico en Córdoba. ¿Es posible la convivencia?
—Perfectamente posible. Se puede alcanzar un equilibrio entre las necesidades de una ciudad viva y las servidumbres del pasado. Entre destruirlo todo y conservarlo todo debe de existir un punto de equilibrio. Debemos desarrollar un modelo de ciudad en el que concentremos los esfuerzos en determinados elementos y en el que no se despilfarre ni un euro. Todo lo que no sea eso es una barbaridad, la misma que venimos viviendo desde hace 40 años. Si hoy alguien nos visita, apenas podemos enseñarle algo de la Córdoba romana. Del Templo Romano lo que se conserva es una anastilosis y el proyecto de puesta en valor pendiente no concuerda con normas actuales, como la Carta de Cracovia. No hay ninguna necesidad de poner pasarelas para ver unas columnas que son falsas. En definitiva, que si lo poquito que tenemos lo vamos a adulterar, al final el mensaje que mandamos es contradictorio y bastardo. Eso, hablando del Templo, pero es peor aún si hablamos de Cercadilla, a día de hoy un basurero y un nido de ratas, o el anfiteatro, apenas liberado de jaramagos. La Córdoba romana fue un paradigma urbano y la más monumental de la Hispania romana. El segundo mayor yacimiento de Europa occidental tras Roma. Córdoba no sería nada de lo que luego ha sido sin su pasado romano.
Futuro
«Mi apuesta es invertir en Cercadillas, el Anfiteatro, el Templo y el Cirso para desfocalizar el turismo en los aledaños de la Mezquita»
—¿Cómo se puede lograr que todo eso se incorpore al discurso patrimonial de la ciudad?
—Mientras no hagamos ver a la ciudadanía que esa Córdoba romana existe y que es la razón de ser de todo lo demás, difícilmente va a apoyar que se recupere. Mi apuesta es que invirtamos en varios puntos determinados de diferentes etapas y zonas de la ciudad. Eso nos permitiría desfocalizar el turismo de las tres o cuatro calles aledañas a la Mezquita e implicar a la población. Hablo de puntos como Cercadillas, el Anfiteatro, el Templo y el Circo, la Villa de Santa Rosa, las termas o el arrabal de Saqunda, todo un símbolo de lucha por la libertad. Con los mimbres contamos, pero se requiere voluntad y consenso.
—Usted ha alertado sobre la evolución del Casco Histórico, aunque ese problema está menos presente en Córdoba que otras ciudades como Málaga. ¿Cómo observa la evolución?
—Los derroteros por los que avanza el Casco Histórico de Córdoba son alarmantes. El proceso de gentrificación que sufrimos es salvaje y la penalización del residente con la reconversión de usos es feroz en beneficio de la hostelería y de la industria turística. Creo que en esto también hace falta un equilibrio, porque lo que se está produciendo es una adulteración. Ya no queda un solo residente en 200 metros en torno a la Mezquita y casi todos los edificios de alrededor, que eran casas residenciales muy significativas, hoy son restaurantes y tiendas. En muchos de ellos se pueden ver patios creados conforme a estereotipos. Porque un patio no es una exposición de macetas sino una forma de vida. Si vendemos convencionalismos perderemos nuestra esencia. Sé que el Ayuntamiento tiene en marcha un plan de gestión del Casco Histórico, que actualizaría el de 2005, pero por ahora sigue en elaboración. Tienen una oportunidad de corregir tendencias, pero será difícil.
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