Análisis: Debate de supervivencia

MANUEL MARÍN DE VICENTE-TUTOR

Las primeras horas del Debate sobre el estado de la Nación han sido las del reflejo de una discusión superada meses atrás: ni Rodríguez Zapatero disolverá las Cortes y convocará elecciones anticipadas, ni Mariano Rajoy planteará una moción de censura por carecer de apoyos suficientes ... para que fructifique con opciones de éxito. La principal conclusión de este debate se conocía antes de que comenzara. Desde esta perspectiva, la «no noticia» se ha convertido en «noticia» y el factor sorpresa sobre cualquier giro político insospechado ha brillado por su ausencia en el Congreso. Un debate, pues, sin mayor aliciente que el de contemplar simplemente el estado de forma del presidente del Gobierno y del líder de la oposición mediada esta compleja legislatura.

Rodríguez Zapatero, acostumbrado en este tipo de citas parlamentarias a la prestidigitación con el dinero público como única forma de gobernar, ha preferido en esta ocasión no exponerse a más desgaste con promesas incumplibles, convicciones irrealizables y esperanzas para los ciudadanos que nunca llegan. Apegado a la crisis como el demoledor factor que lo condicionará todo hasta el final de la legislatura, el presidente del Gobierno se ha limitado a pedir resignación al ciudadano y silencio a la oposición con el argumento de que, en efecto, ganó las elecciones en 2008 y le restan dos años de una legislatura que agotará por mucho que le cueste.

Zapatero ha construido el resto de su debate sobre argumentos previsibles y reiterativos, con los clásicos guiños a un nacionalismo que ya no le apoya, y con calculadas dosis de agresividad hacia el líder del PP, a quien atacó por el mismo flanco de siempre: el de las urnas. Ni siquiera en este aspecto, Zapatero hizo un esfuerzo de originalidad. Ni una sola nueva medida económica salió de sus labios; ni una sola consigna más allá de una ensalada de frases hechas, convergentes siempre en su «sentido de la responsabilidad»; y con la erradicación de facto de las «políticas sociales» de su diccionario político, para indignación de la izquierda del arco parlamentario. Así se mostró el jefe del Ejecutivo, quien para buscar refugio político en sus horas más duras, premió a los nacionalistas catalanes con su disposición táctica a modificar leyes estatales y adecuarlas al estatuto catalán, amparándose en el «criterio interpretativo» de la sentencia del Tribunal Constitucional.

Mariano Rajoy planteó todo su discurso sobre un eje, el de la falta de credibilidad política, económica y social de Rodríguez Zapatero, cuyo proyecto no sólo presentó como agotado, sino también como irrecuperable y pernicioso para el futuro de España. El líder del PP, contundente, no necesitaba muchos más argumentos –Zapatero se los ha dejado en bandeja- que los de poner en evidencia la gestión zigzagueante y contradictoria del PSOE, la progresiva pérdida de crédito internacional, los engaños propios de quien dice una cosa y hace su contraria, y la falta de confianza que transmite. Con argumentos similares le castigaron CiU y el PNV.

Con esta fotografía fija, idéntica a la que podría haberse hecho del Congreso hace dos meses, o seis, terminará este Debate sobre el estado de la Nación. Será el retrato de la inercia argumentativa de un Gobierno a la defensiva y de una oposición –la de prácticamente el resto de los grupos parlamentarios- incapaz de sonsacarle un gesto de autocrítica, una voz de rectificación. La de Zapatero es la imagen de quien ha terminado por gestionar el poder como un mero ejercicio de supervivencia.

Artículo solo para suscriptores

Accede sin límites al mejor periodismo

Tres meses 1 Al mes Sin permanencia Suscribirme ahora
Opción recomendada Un año al 50% Ahorra 60€ Descuento anual Suscribirme ahora

Ver comentarios