Manuel Azaña y su mensaje que aún perdura: «Paz, piedad, perdón»
El expresidente republicano dio en 1938 en Barcelona un discurso aplicable al momento actual
daniel ramírez
18 de julio de 1938. Se cumplen dos años del comienzo de la Guerra Civil. Manuel Azaña, presidente de la República, clama por la reconciliación de los españoles desde el Salón de Ciento del Ayuntamiento de Barcelona. Es una última exhalación, un último suspiro expresado ... en un ensayo literario al más puro estilo azañista, un texto que deslumbraría los pensamientos de sus coetáneos, pero también los de la posteridad.
El traje negro y sobrio de Azaña se funde perfectamente con la serenidad de sus palabras . El ritmo pausado de su discurso juega con sus manos, que están apoyadas en la mesa, con los puños cerrados, salvo en contadas ocasiones en las que las utiliza para dar fuerza a un mensaje que ya la tiene por sí sola.
Azaña avisa al comienzo de su discurso de que trata de utilizar «un punto de vista atemporal», lo que hacía presagiar que la lucidez de sus palabras podría ser aplicable a cualquier momento, al de ahora por ejemplo.
España, «el país de las sorpresas»
El expresidente republicano se refirió a España como «el país de la sorpresas y de las reacciones inesperadas». Creía en una nación indivisible, en un futuro conjunto, y lo reflejó con unas palabras que se han ido aplicando en distintos momentos a lo largo de la Historia porque, como dijo el general alemán Bismarck , «España es un país que siempre ha intentado autodestruirse». Así explicaba Azaña: «Todos los españoles tenemos el mismo destino. Un destino común, en la próspera y en la adversa fortuna. Nadie puede echarse a un lado y retirar la puesta. No es que sea ilícito hacerlo: es que además, no se puede».
«Yo afirmo que ningún credo político, venga de donde viniere, aunque hubiese sido revelado en una zarza ardiente, tiene derecho, para conquistar el poder, a someter a su país». El expresidente republicano dejaba así patente su voluntad de reconciliación, su ferviente deseo político, su amor por el parlamento y el discurso .
En tiempos de referéndum, de una consulta en Escocia a la vuelta de la esquina y una hipotética votación separatista en Cataluña, vuelven a adquirir sentido algunos fragmentos de este discurso: «La reconstrucción de España será una tarea aplastante, gigantesca, que no se podrá fiar al genio personal de nadie, ni siquiera de un corto número de personas o de técnicos; tendrá que ser obra de la colmena española en su conjunto, cuando reine la paz, una paz que no podrá ser más que una paz española y una paz nacional, una paz de hombres libres, una paz para hombres libres».
«Hijos del mismo sol»
Para este escritor y político nacido en Alcalá de Henares en 1880 y muerto en el exilio francés en 1940, el futuro del país era indivisible: «Y entonces se comprobará una vez más lo que nunca debió ser desconocido por los que lo desconocieron: que todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo».
Azaña veía en la patria «una libertad, fundiendo en ella, no solo los elementos materiales de territorio, de energía física o de riqueza, sino todo el patrimonio moral acumulado por los españoles en veinte siglos y que constituye el título grandioso de nuestra civilización en el mundo».
«Es difícil vivir sin disfraz»
Porque los conflictos entre españoles, en aquel caso la Guerra Civil, a día de hoy el secesionismo catalán, o en su día el terrorismo nacionalista vasco, hacen que sea «difícil vivir en una sociedad sin disfraz, y cada cual tendrá delante ese espejo mágico, donde siempre que se mire, uno encontrará lo que ha sido, lo que ha hecho y lo que ha dicho durante la guerra. Y nadie lo podrá olvidar, como no se pueden olvidar los rasgos de una persona».
«Paz, piedad, perdón»
Las últimas palabras de un tipo lúcido, capaz de hacer una fotografía de un momento concreto para convertirla en un paisaje para la eternidad, predijeron así el futuro de España:
«Cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que les hierva la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelva a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y escuchen su lección: la de esos hombres que han caído magníficamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, piedad, perdón».
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