Las horas más amargas del juez Castro
El instructor del caso Nóos acusó el revés que supuso para sus tesis las declaraciones de los inspectores de Hacienda y del «mercenario jurídico tributario» de Manos Limpias
El juez del caso Nóos , José Castro, es un hombre bienhumorado, enérgico, expansivo... Así se ha comportado hasta en los momentos más delicados de la instrucción, a lo largo de la cual ha tenido que tomar decisiones complicadas, aunque últimamente solo haya contado con ... el apoyo de la acusación popular que ejerce el sindicato Manos Limpias, empeñada en intentar demostrar la culpabilidad de la Infanta.
A pesar de que objetivamente ese único apoyo en este tramo final de la instrucción le dejaba en una situación de extrema debilidad -al contrario de lo que había sucedido hasta entonces tenía el criterio en contra del fiscal Anticorrupción Pedro Horrach y de la Abogacía del Estado-, el magistrado cordobés decidió continuar adelante con la imputación de Doña Cristina por delito fiscal y blanqueo . Era su último órdago; o salía airoso y crecía su leyenda o se daba de bruces con la realidad y quedaba en evidencia.
Castro, un juez intuitivo, listo, pero que siempre había ido de la mano de Horrach, que es quien en realidad ha hecho la investigación, no supo calcular esta vez los riesgos, ni anticipar la estrategia del Ministerio Público ni de la defensa de la hija menor de los Reyes. En un movimiento que se ha demostrado inteligente, los dos decidieron no recurrir la imputación . Era una maniobra delicada sobre todo por parte de los abogados de la Infanta, pues suponía renunciar a que la Sala pudiese levantar la imputación, lo que no era descabellado al contar con los informes de los inspectores de la Agencia Tributaria que afirmaban que no había delito fiscal ni de blanqueo.
Por parte del fiscal Horrach el planteamiento era que si recurría y la Sección Segunda de la Audiencia de Palma no le daba la razón la imputación de la Infanta adquiría más firmeza, lo que limitaba su posterior capacidad de movimientos. Y sabía además que uno de los tres magistrados de ese tribunal estaba decidido a apoyar a Castro; es decir, partía con un 33 por ciento menos de posibilidades de ganar el recurso.
Pero el fiscal, que siempre y a lo largo de todo el proceso ha mantenido que la actuación de Doña Cristina no es delictiva -cuestión distinta es que pueda ser sancionable desde un punto de vista administrativo, o que sea responsable a título lucrativo-, dio otro paso que nadie esperaba: pedir la comparecencia como peritos de los dos inspectores de Hacienda que han actuado en auxilio judicial en este caso y de la inspectora que hizo la investigación tributaria del Instituto Nóos, de las sociedades que giraban en torno a él y de quienes estaban detrás de las mismas: Diego Torres, su mujer Ana María Tejeiro, Iñaki Urdangarín y la Infanta... Aunque tras investigar a esta última descartara su implicación en la trama. También llamó a la inspectora jefe de la Policía que trabajó en el caso desde el primer momento.
Castro, que no había recibido a los peritos de la Agencia Tributaria a pesar de que éstos se ofrecieron a explicarle en persona cómo habían hecho sus informes, se vio obligado a aceptar la petición de Horrach para no dar la sensación de que actuaba con manifiesta parcialidad. Manos Limpias, en una decisión que se ha demostrado ahora torpe y errónea, contraatacó pidiendo que también declarara el autor de su supuesto informe pericial, alguno de cuyos razonamientos había abrazado el juez en su auto de imputación.
Así se llegó al pasado sábado. Era un duelo a cara o cruz y todos lo sabían. De ahí la tensión que se vivió. Por la mañana Castro se mostró incisivo con la inspectora que descartó que la Infanta estuviese relacionada con los hechos. Sin embargo, se encontró con una batería de respuestas coherentes, impecables desde un punto de vista técnico, rotundas... No incurrió en una sola contradicción. La inspectora jefe de la Policía fue igualmente contundente al respaldar las tesis del fiscal y la Abogacía del Estado.
Castro abandonó el juzgado para comer a bordo de su moto, muy serio, en solitario. Nada tenía que ver con su salida con motivo de la declaración de Iñaki Urdangarín, cuando acompañado por Horrach era vitoreado por los ciudadanos que se encontraba a su paso. Comenzaba a conocer el amargo sabor de la soledad.
Cuando regresó por la tarde su actitud había cambiado. Desinflado, no hizo preguntas a los inspectores que hicieron el auxilio judicial, que de nuevo hicieron una alarde de sus conocimientos. Horrach, mientras, hacía preguntas directas, claras, y ellos contestaban con precisión incontestable. Ni una sola fisura.
La última esperanza para los defensores de la imputación era el perito de Manos Limpias, pero lo sucedido con él fue calificado de «bochornoso» por varios de los presentes en la Sala. No explicó ni su preparación técnica, ni para quién trabajaba o había trabajado, ni su experiencia en este tipo de informes. Se vino abajo en las dos primeras preguntas , y el propio juez se dio cuenta de que aquello no iba a ningún lado e hizo indicaciones discretas para no prolongar el disparate.
Sobre las ocho y media de la tarde -las declaraciones habían comenzado a las diez de la mañana- todo había acabado. La letrada de Manos Limpias, muy nerviosa, increpaba al fiscal y a la abogada del Estado por cómo habían interrogado a su experto; inspectores de Hacienda y Horrach estaban visiblemente satisfechos por lo sucedido, y Castro, cansado física y mentalmente, salía solo del juzgado, abatido. Había vivido sus horas más amargas desde que comenzó una instrucción que lo ha llevado a lo más alto de la popularidad, pero que últimamente se está convirtiendo en su pesadilla.
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