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Un día en la vida de Don Felipe

El Príncipe cumple 45 años en circunstancias difíciles, pero convertido en la esperanza de futuro para millones de españoles

Un día en la vida de Don Felipe ignacio gil

ALMUDENA MARTÍNEZ-FORNÉS

El Príncipe no recuerda exactamente cuándo tuvo conciencia de que era «el Príncipe». Dice que ese sentimiento «fue surgiendo poco a poco» cuando era un niño y, haciendo un esfuerzo, sitúa aquel momento «en las montañas de Covadonga», no muy lejos del pequeño municipio minero de Felechosa, que el pasado jueves visitó con su esposa, Doña Letizia.

Este viaje a Asturias era el último desplazamiento que el Heredero de la Corona tenía previsto realizar fuera de Madrid antes de cumplir hoy 45 años, y un equipo de ABC le acompañó con el fin de dar a conocer detalladamente cómo es un día en la vida del Príncipe. Una jornada que empezó pasadas las nueve de la mañana, cuando Don Felipe y Doña Letizia partieron del Palacio de La Zarzuela hacia el aeropuerto, y que concluyó casi diez horas después, cuando regresaron a ese mismo lugar y, tras pasar por sus despachos, se retiraron a su residencia, a tiempo aún de ver a sus hijas, las Infantas Leonor y Sofía, antes de que las pequeñas cenaran y se acostaran.

La mayor emoción

A Don Felipe Asturias le trae muy buenos recuerdos. Precisamente, el hecho que le hizo ser consciente de quién era ocurrió en estas tierras, en Covadonga, el 1 de noviembre de 1977, cuando a los nueve años recibió el título de Príncipe de Asturias, junto con los de Príncipe de Gerona y Príncipe de Viana, correspondientes a los primogénitos de los Reinos de Castilla, Aragón y Navarra, cuya unión en el siglo XVI formó España.

Aquí pronunció su primer discurso, a los doce años, en los Premios Príncipe de Asturias y aquí se emocionó hace tres meses, hasta que casi se le saltan las lágrimas, cuando recibió, en la última edición de estos galardones, un aplauso con el público en pie tan largo que parecía que no iba a terminar nunca. Después de un año tan duro como ha sido este último, un reconocimiento de ese tipo reconforta.

Aquel aplauso fue igual de largo (dos minutos) que el que había recibido el Rey un año antes en el Congreso de los Diputados, al inicio de la actual legislatura, que fue recogido por gran parte de los medios de comunicación. Pero el aplauso a Don Felipe fue ignorado por muchos periodistas, igual que las palabras que pronunció justo antes. En comparación con las muestras de afecto que recibe del pueblo, determinada prensa no le trata muy bien.

También estuvo con Doña Letizia en el Santuario de Covadonga, cuando todavía eran novios. Eso fue hace nueve años. Entonces aún era un Príncipe casi desconocido para la opinión pública y algunos sectores le habían colgado etiquetas poco favorables que luego el tiempo se ha encargado de desmontar. Diez años después, cuando cumple 45 años, Don Felipe se ha convertido en la esperanza de futuro para muchos millones de españoles. En la corta distancia, despierta entusiasmo. «Su proceso de maduración ha sido extremadamente positivo», asegura una persona de su entorno más próximo. «A sus cualidades naturales, hay que sumarle su preparación y la experiencia que ha ido adquiriendo, sobre todo en estos últimos años de adversidad».

Tiempo de dificultades

A Don Felipe se le reprochaba hasta hace poco haber crecido entre algodones, en comparación con las dificultades que tuvo que superar su padre, el Rey, desde niño. Pero los últimos tiempos no han sido precisamente un camino de rosas para el Heredero de la Corona: a la grave crisis económica que vive España —su principal preocupación— se ha sumado la amenaza separatista más osada de la democracia y todo ello ha coincidido con la imputación de su cuñado, Iñaki Urdangarín, por un supuesto caso de corrupción —el primero en un miembro de la Familia Real— y con un inoportuno viaje del Rey a Botsuana que causó un enfado generalizado.

Hace quince años, cuando cumplió 30, Don Felipe concedió una entrevista a TVE en la que parecía adelantarse a lo que sucedió después: «Todo el mundo comete errores —afirmaba—. Hay que intentar salir airoso con cierta agilidad, diplomacia, pero siempre desde la honestidad y desde la humildad. No hay que utilizar trucos raros ni intentar que parezca que no nos hemos equivocado. Hay que asumirlo y aprender de los errores. Y si se ha cometido algún error grave, hay que pedir perdón y subsanar la falta».

La serenidad y la entereza con las que ha respondido el Príncipe a estas adversidades tampoco ha pasado inadvertida. Para algunos, esta etapa está siendo su «23-F». Desde el primer momento, Don Felipe marcó distancia con su cuñado y siguió su rumbo.

De las 570 actividades realizadas el año pasado por todos los miembros de la Familia Real, casi la mitad (253) han sido protagonizadas por el Príncipe. En 2012 Don Felipe recibió a 1.481 personas en audiencia, pronunció 84 discursos y realizó 17 viajes al exterior (Portugal, Estados Unidos, Panamá, Ecuador, Honduras, Nicaragua, Guatemala, República Domincana, México, Yibuti, Rumanía, Suiza, Polonia, Marruecos, Ucrania, Reino Unido y Luxemburgo). Sus retribuciones suman 146.376 euros brutos al año, exactamente la mitad que el Rey y lo mismo que gana ahora Rodríguez Zapatero, entre su sueldo del Consejo de Estado y su asignación como expresidente del Gobierno. De ellos, 70.259,5 corresponden a su dotación y 76.116,5 a gastos de representación.

Empieza la jornada

La mañana del pasado jueves, como todos los días, Don Felipe se levantó temprano. En su casa los despertadores suenan a las siete. En esta época del año, aún es de noche y los ciervos y jabalíes que campan a sus anchas en el Monte de El Pardo aún no se han desperezado. Hace más de diez años que el Príncipe dejó la residencia de los Reyes y se instaló en su propia casa, un amplio chalet de estilo castellano con parte de uso privado y parte de uso oficial, situado en un promontorio a mil metros del Palacio de La Zarzuela.

Hace nueve años que Doña Letizia se incorporó a su vida. Luego nacieron las niñas, Leonor, que ya tiene siete años y se parece mucho, en el carácter, a su padre, y Sofía, de cinco. Los Príncipes procuran estar el mayor tiempo posible con ellas.

Cuando no hay viajes ni actividad oficial fuera de La Zarzuela, la jornada de los Príncipes empieza en sus respectivos despachos, situados en la planta baja del Palacio, debajo del que utiliza el Rey. En los pasillos y las estancias de Zarzuela se respira una paz casi monacal, a pesar de la actividad. Todas las mañanas, Don Felipe y Doña Letizia echan un vistazo a los periódicos y a los resúmenes de prensa, que incluyen, además de los diarios escritos, las noticias de radio y televisión y las de los digitales. Después, durante el resto del día siguen la actualidad a través de internet, de los canales internacionales... En el despacho revisan la correspondencia, los correos electrónicos, los discursos, las peticiones, las invitaciones y la documentación que ellos mismo han pedido o les han hecho llegar. Asisten a reuniones con sus colaborades más próximos o con los de otros departamentos y, periódicamente, se reúnen con los Reyes para planificar agendas.

Insignia en la solapa

Sin embargo, el pasado jueves la jornada de los Príncipes transcurría fuera. El Heredero de la Corona y su esposa abandonaron el Palacio de La Zarzuela pasadas las nueve de la mañana, poco después de que las niñas salieran hacia el colegio Santa María de los Rosales para iniciar su jornada escolar. Don Felipe, con un invernal traje de chaqueta gris con raya diplomática, camisa azul y corbata a rayas, y con el escudo del Principado de Asturias en la solapa izquierda. Doña Letizia, con pantalón gris, mocasines casi planos, chaqueta negra y un favorecedor abrigo rojo anudado en la cintura.

Ambos se dirigieron a la base aérea de Torrejón de Ardoz, donde les aguardaba la subsecretaria de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, María Jesús Fraile, quien les acompañó en el viaje a Asturias. Como es habitual, Don Felipe y Doña Letizia aprovecharon parte del vuelo para ojear las noticias.

A las diez y media de la mañana, el avión aterrizó en el aeropuerto de Asturias, donde aguardaba un coche con el banderín del Principado que les trasladó bajo la lluvia hasta el municipio minero de Felechosa, a cien kilómetros de distancia. En el paisaje y en los laterales de la carretera aún se amontonaba la nieve caída en los últimos días que se resistía a deshacerse. Unas obras en la carretera local les obligó a tomar un desvío y a cruzar un pueblo.

Con «La Minería»

A las doce del mediodía, los Príncipes llegaron a su primer destino: un inmenso edificio moderno que contrastaba con las casitas sencillas del pueblo. «La Minería» es una residencia para personas mayores construida con fondos aportados por el Estado para compensar el declive del sector del carbón. La residencia, que cuenta con todas las comodidades imaginables, hasta spa, surgió para ofrecer unos cuidados específicos a los mineros jubilados y, cuando se proyectó, tenía hasta lista de espera. Pero llegó la crisis, las pensiones se convirtieron en muchos casos en el único sostén de los hijos y nietos, y la residencia, con 297 plazas, sólo tiene 70 ocupadas.

Nada más bajar del vehículo, Don Felipe se acercó sonriente al público que aguardaba su llegada a cuatro grados de temperatura. Saludó a un lado y al otro, igual que Doña Letizia. Ella se protegía con un paraguas y, cuando el Príncipe intentó refugiarse de la lluvia junto a su esposa, la Princesa, entre risas, no le dejó. En mayo cumplirán nueve años casados, pero conservan algunas bromas típicas de novios.

Dentro del edificio les esperaban las autoridades asturianas, el presidente del Montepío de la Minería, José Antonio Postigo, y los líderes sindicales mineros, quienes explicaron al Príncipe «sin politiqueos» la situación del sector. Mientras visitaron las instalaciones, Don Felipe y Doña Letizia se volcaron en gestos de cariño con las personas mayores que viven en la residencia. Les saludaron, les escucharon mientras cogían sus manos y se hicieron infinidad de fotografías con ellos y sus familiares «para que podamos presumir».

La anécdota de la visita se produjo en el ascensor, del que tuvieron que salir hasta en dos ocasiones al quedarse bloqueado, aunque a la tercera, cuando ya se disponían a subir por las escaleras, lograron ascender. En esas situaciones, tensas para los anfitriones, el Príncipe sabe muy bien cómo aliviar la tensión con sentido del humor y restar importancia. En sus 63 viajes a Iberoamérica, a las tomas de posesión de los presidentes, sí que ha vivido momentos complicados, desde un fuerte terremoto en Chile a bombas terroristas en Colombia pasando por puñetazos entre los parlamentarios en México o, incluso, un pequeño accidente de tráfico en Guatemala. Con todas esas anécdotas, «podría escribir un libro», dice Don Felipe.

Una hora y pico después acabó la visita con una sencilla recepción en la que no faltó la sidra ni el chorizo y el queso. Desde Felechosa, Don Felipe y Doña Letizia se trasladaron a Oviedo. Allí les esperaba el doctor Luis Fernández-Vega, bisnieto, nieto e hijo de oftalmólogos, para mostrarles las unidades de investigación del Instituto Oftalmológico que lleva su nombre.

Tras la visita, los Príncipes compartieron unos platos típicos asturianos en el mismo Instituto con un grupo de oftalmólogos y emprendieron regreso a Madrid. A las seis y media de la tarde se encontraban de nuevo en el Palacio de La Zarzuela y, tras pasar por el despacho para revisar lo acumulado durante el día, se retiraron a su residencia donde vieron a sus hijas, que les contaron sus experiencias del día.

Dejó claro que no es «un Príncipe a la espera de la sucesión»

Desde que terminó su formación militar y académica, Don Felipe dejó claro que él no es «un Príncipe a la espera de que se produzca la sucesión». Tampoco quiso que ésta fuera una etapa llena de actos protocolarios. «Procuro —afirma— servir a los intereses generales de España con vocación y espíritu integrador. Es, sin duda, mi obligación, es mi deber; pero es también mi convicción. Es lo que pienso, lo que siento y en lo que creo».

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