La IA abre un nuevo frente en la guerra de los microchips entre EE.UU. y China
Mientras la Casa Blanca estudia ampliar a esta tecnología sus restricciones sobre las exportaciones de semiconductores al gigante asiático, Pekín responde limitando sus ventas de galio y germanio, metales claves en su fabricación
Taiwán, en la trinchera de la guerra de los microchips
Como referente indiscutible en la producción mundial de microchips, Taiwán juega una papel decisivo en el pulso entre EE.UU. y China. En la imagen, instalaciones de TSCM. Fundada en 1987, esta empresa fabrica el 54% de los microchips que se venden en el mundo y entre el 80 y 90% de los más avanzados
Lejos de las trincheras y bombardeos de Ucrania, se libra otra contienda menos sangrienta pero igual de decisiva, o incluso más, para el futuro del mundo. Se trata de la 'guerra de los microchips' entre Estados Unidos y China, cuyo desenlace marcará la pugna ... de estas dos superpotencias por la hegemonía global en el siglo XXI. Dentro de la 'Nueva Guerra Fría' que les enfrenta, dicho conflicto no es solo comercial, sino también ideológico. Por un lado, Washington intenta cortar el auge de Pekín con evidentes fines económicos. Pero, por el otro, está en juego el control de tecnologías cruciales por parte de dos sistemas políticos bien diferentes: las democracias occidentales lideradas por EE.UU. y el autoritario régimen del Partido Comunista chino. Todavía emergente, la más importante de ellas es la inteligencia artificial (IA), que se erige en el nuevo campo de batalla de la 'guerra de los microchips'.
Según vienen informando durante las últimas semanas medios como Reuters y 'The Wall Street Journal', la Casa Blanca estudia ampliar a la inteligencia artificial y al acceso a la 'nube' las restricciones que ya impuso en octubre a la venta de semiconductores a China. Argumentando sus «intereses en seguridad y defensa nacional», Washington limitó las exportaciones a las tecnológicas del gigante asiático de los microchips más avanzados, como los de 14 nanómetros e inferiores, y del equipamiento para fabricarlos. Debido al control del régimen sobre las firmas chinas, el temor de Washington es que dichos chips de última generación puedan ser usados para desarrollar su industria militar.
Para impedirlo, se prohibió la venta de una serie de productos específicos diseñados en EE.UU., como los microchips H-100 y A-100 de Nvidia y los de memoria NAND de 128 capas o superiores. Aunque los dos primeros son vendidos a tecnológicas chinas como Alibaba o Tencent para sus centros de datos y servidores en la 'nube', la Casa Blanca teme que se puedan emplear para simular la trayectoria de misiles, cazas y otras armas y mejorar así la capacidad militar de Pekín.
Además, Washington vetó a 31 compañías, instituciones y universidades de China, a las que obligaba a someterse a una auditoría y demostrar que no tenían lazos con el Ejército Popular de Liberación. Entre ellas destacan la empresa Yangtze Memory Technologies (YMTC), que es el principal fabricante chino de memorias, y la firma estatal Naura, que es el mayor proveedor nacional de equipamiento para semiconductores.
Junto a dichas restricciones, Estados Unidos aprobó en julio del año pasado el Acta Chips, que destina más de 50.000 millones de euros para fomentar la investigación y subsidiar las inversiones en su territorio de plantas de microchips, atrayendo así proyectos de los principales fabricantes mundiales.
La Casa Blanca también movilizó a sus aliados para extender estas restricciones a China. En mayo, Japón limitó la exportación de 23 tipos de equipamiento para la fabricación de microchips y fue incluso más allá que EE.UU. al incluir los más antiguos y menos avanzados, como los de 45 nanómetros, lo que alarmó al sector automovilístico chino y desató una reacción airada de Pekín.
Países Bajos, cuya empresa ASML es la única del mundo que ofrece la fotolitografía ultravioleta para grabar las obleas de silicio donde se insertan los circuitos integrados, también amplió sus limitaciones a China a finales de junio. A las restricciones vigentes desde 2019 sobre la exportación de sus máquinas más avanzadas de grabación, llamada litografía extrema ultravioleta (EUV), se suman ahora las de grabado ultravioleta profundo (DUV).
Vías de escape
Pero tanto los fabricantes extranjeros como sus clientes chinos han encontrado un modo de sortear estas limitaciones, que lógicamente perjudican a su multimillonario negocio. «Para cumplir las normas sin perder el acceso al gigantesco mercado chino, los fabricantes estadounidenses y taiwaneses de microchips han adaptado sus modelos rebajando sus especificaciones», explica a ABC Empresa Ray Yang, consultor del Instituto de Investigaciones Tecnológicas Industriales (ITRI, en sus siglas en inglés).
Como las actuales restricciones limitan el poder de computación y la velocidad de comunicación de los microchips, la firma líder Nvidia ha reducido esta última en su modelo H-800 solo para el mercado chino, pero el resto es similar al que se vende en el resto del mundo.
Estas rendijas del sistema son las que en teoría intentaría tapar la Casa Blanca con más limitaciones, pero debe ser prudente para no perjudicar aún más a las compañías de su país. «Si las nuevas restricciones de Washington sobre los microchips de inteligencia artificial se extienden por ejemplo al Nvidia A-800, podría tener un impacto aún mayor porque esta firma obtiene de China el 20% de sus ingresos», analiza Lucy Chen, vicepresidenta de la consultora taiwanesa Isaiah Research. En su opinión, «esto podría reducir la cuota de mercado de Nvidia en China, cuyo crecimiento de la inteligencia artificial también se vería dañado».
En caso de que las grandes tecnológicas chinas, como Tencent, Alibaba o Baidu, no puedan adquirir los microchips más avanzados de Nvidia, sus clientes de servicios en la 'nube' podrían cambiarse a empresas estadounidenses como Amazon o Microsoft, pero la Casa Blanca también medita restringir dicho acceso.
Por su parte, Pekín ha respondido limitando sus exportaciones de galio y germanio, dos elementos químicos metálicos de alta conductividad que se usan en la fabricación de microchips, fibras ópticas, paneles solares y pantallas de LED. Como China controla el 90% de la producción mundial de galio y el 60% de la de germanio, que exporta en gran medida a Japón y la Unión Europea, lanza así un aviso a las potencias occidentales.
A partir del 1 de agosto, sus exportaciones deberán ser aprobadas mediante licencias, lo que no supone una prohibición pero sí una baza de Pekín para negociar con otros países. Aunque el impacto será limitado porque los compradores de galio y germanio buscarán alternativas en otros lugares, Lucy Chen advierte de que «habrá consecuencias en la cadena global de suministros y afectará directamente a proveedores como Sumitomo, Freiberger y AXT». Con el fin de mitigar este riesgo, Chen apunta a que dichos proveedores «pueden tener que buscar alternativas colaborando con otros de segundo nivel en países como Japón, Corea del Sur y Estados Unidos». Para los próximos meses, pronostica que «es probable que el suministro limitado de galio y germanio provoque un aumento del precio de estos materiales» y advierte a «las industrias que dependen de ellos para que se preparen ante una escalada en el coste de sus cadenas de suministro».
A pesar del deshielo en las relaciones entre EE.UU. y China, como demuestran las recientes visitas a Pekín de los secretarios de Estado y del Tesoro, Antony Blinken y Janet Yellen, no parece que la tensión comercial y tecnológica vaya a relajarse. «Las restricciones impuestas por EE.UU. sobre la inteligencia artificial de China pueden tener efectos en todo el mundo. En concreto, China juega un papel crucial en la cadena global de suministros de los semiconductores, que puede verse interrumpida por dichas limitaciones al acceso de sus compañías a la tecnología de EE.UU.», alerta Lucy Chen. Además, «las firmas de otros países pueden tener que reajustar su estrategia de suministros para paliar la escasez de materiales y componentes».
En un mundo cada vez más polarizado, la vicepresidenta de Isaiah Research cree que «las restricciones podrían llevar a la formación de dos grandes campos en la cadena global de suministros, Estados Unidos y China, complicando aún más la cooperación internacional y el intercambio de tecnología». Como efecto colateral de dichas limitaciones impuestas por la Casa Blanca sobre China, que ha puesto gran énfasis en la inteligencia artificial y aspira a convertirse en un centro de innovación mundial, Lucy Chen considera que «pueden presionar a Pekín para invertir más recursos en esta industria estratégica, acelerando así sus logros tecnológicos».
Coincide con ella Andy Cheng, analista del Instituto de la Industria de la Información de Taiwán, quien vaticina que esta división regional de la cadena global de suministros «supone un reto para un sector que se ha basado en las divisiones especializadas del trabajo y las operaciones». Fruto de esta separación, calcula que «el fuerte objetivo de China en el desarrollo de un proceso maduro de chips y aplicaciones puede posicionarla como un formidable competidor en la industria de los semiconductores entre los próximos cinco y diez años».
Ese es el tiempo que las restricciones de Estados Unidos podrían retrasar el desarrollo tecnológico de China, ya que Ray Yang, el consultor de ITRI, estima que el régimen de Pekín «todavía puede seguir comprando microchips de inteligencia artificial, pero no son los más punteros y solo puede conseguir sus objetivos al 40 o 50%». Para Yang, «el problema no son las regulaciones, sino que la economía china no está creciendo tanto como se esperaba tras el fin de las restricciones del 'Covid 0'». Aun así, advierte de que «la Casa Blanca endurecerá aún más sus restricciones si Pekín usa los semiconductores para cuestiones defensivas», ya que «la inteligencia artificial se ha convertido en otro importante frente de batalla en la guerra de los microchips».