Cuando la ruina se convierte en rutina

Hartos de una crisis insaciable, los griegos de a pie atisban un futuro plagado de renuncias y sacrificios

B. CASTIELLA

begoña castiella

Toda Europa está cansada de oír hablar de la gran tragedia griega que amenaza con socavar los cimientos del proyecto común europeo. Los propios griegos están hartos de la crisis. Porque la viven desde hace demasiado tiempo, porque la sufren y, sobre todo, porque no ... atisban cómo salir de ella. Están hastiados de los políticos, de la corrupción, del desorden general, de la falta de seriedad del Estado y de la justicia. Solo quieren sobrevivir y dar algo mejor a sus hijos, pero reconocen que el futuro inmediato apenas ofrece renuncias y sacrificios.

Eleni, funcionaria

«Al borde del ataque de nervios»

Eleni Yotítsa es empleada de la compañía estatal DEI, el monopolio eléctrico griego que va a ser parcialmente privatizado. Sobre las espaldas de los funcionarios va a recaer buena parte del peso de los ajustes que el Gobierno griego ha ultimado sobre la marcha para intentar cumplir con las exigencias de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional —la temida troika— para desbloquear los 8.000 millones de euros del sexto tramo del rescate, cantidad sin la que el Estado griego no podrá hacer frente al pago de pensiones y sueldos públicos ya a partir del mes de octubre.

«Estamos al borde del ataque de nervios. Cada vez peor. Nos han vuelto a rebajar el sueldo y ahora tenemos que pagar un nuevo impuesto inmobiliario. Muchos no podrán. Me pregunto, por ejemplo, cómo podrá hacerlo mi cuñado, que lleva un año en el paro», asegura.

El impuesto inmobiliario extraordinario gravará a todas las propiedades del país y se cobrará mediante el recibo de la luz los dos próximos años. El Gobierno de Atenas pretende ingresar 2.000 millones adicionales con esta medida.

Hasta el momento, los funcionarios ya han visto su sueldo reducido una media de 14%, Ahora, más de 20.000 empleados públicos —aproximadamente el 10% del total— podrían pasar «a la reserva», es decir, cobrarán durante un año el 60% de su salario y posteriormente accederán a una jubilación anticipada o, en el peor de los casos, acabarán en la calle. Los primeros damnificados son 350 empleados del primer canal de la televisión pública (ET1), cuyo cierre se ha confirmado oficialmente esta semana.

Aglaía, asistente social

«Hemos dado un paso atrás»

«He dado un paso atrás si comparo mi vida con cuando empecé a trabajar hace diez años. Mi marido y yo no podemos hacer nada de lo que esperábamos». Aglaía tiene 32 años y trabaja en una ONG que gestiona un centro de atención a refugiados e inmigrantes. Asegura que le han recortado el sueldo a 6 horas al día, con lo que cobra 790 euros netos. Y este mes le han quitado otros 50 euros. «Aún no sé por qué». La respuesta está en el impuesto de solidaridad, un nuevo tributo que grava la renta entre un 1% y un 5%.

Su marido, Niko, que es policía, ganaba 1.500 euros limpios y ahora apenas 1.200. «Las cosas son muy difíciles ahora para quienes están al limite de la pobreza y quienes necesitan servicios sociales. El Estado está cortando prestaciones, subsidios y centros de día para atender a enfermos mentales,drogadictos e inmigrantes. Lo mismo ocurre con las guarderías públicas. Es el recorte más fácil y el que da menos que hablar», apunta Aglaía.

Stavros, fontanero

«Todos tenemos la culpa»

Stavros tiene 58 años. Es fontanero desde que apenas era un niño y ahora su hijo también, después de haber terminado la escuela técnica. «¿Declaro lo que cobro? Pues poco y mal. Nadie quiere que le cobre el IVA, nadie pide una factura. Trabajo en las casas, todos me regatean la cuenta y el IVA —13% para particulares, 20% para las empresas—. Con dificultad tengo suficientes facturas para Hacienda. Y ahora me toca ayudar a los hijos y a los nietos, les han recortado el sueldo, deben al banco, no pueden solos», apunta.

Y cuando se le pregunta quién tiene la culpa de esta crisis que no parece tener fin, reparte responsabilidades: «Todos. Todos nos aprovechamos algo y los políticos los elegimos nosotros. Hacían los favores que queríamos, una pensión por aquí, un trabajo estatal por allá.... Ahora se acabó», concluye. 1

Thanasis, taxista

«Es imposible encontrar trabajo»

Thanasis tiene 50 años. Pertenece al denostado grupo de los taxistas, imprescindibles en Grecia, donde los transportes públicos funcionan de un modo lamentable (aunque son baratos). Los taxis también son asequibles, pero a cambio cualquiera puede subir a tu mismo taxi en pleno viaje (y el conductor no declara más que la primera carrera). Thanasis, sin embargo, no es propietario del vehículo que conduce, sino empleado. Y no lo tiene precisamente fácil. Le paga al dueño nada menos que 1.800 euros al mes. Y ahora, con la crisis, los griegos intentan ahorrar al máximo, también en el transporte. Además, la gasolina y el precio de los seguros se han disparado. Los griegos pagan más del doble por el carburante que hace un par de años. Además, las jornadas de huelga por la intención del Gobierno de liberalizar el sector se han multiplicado.

La zona de Atica, que incluye Atenas y El Pireo, tiene nada menos que 14.500 licencias de taxis, cuando los estudios de la UE hablan de una necesidad real de 8.000. «La crisis asusta: ¿Cómo vas a encontrar trabajo ahora? Todo cierra y yo quiero dejar el taxi, pero ninguna de las cuatro empresas a las que me he ofrecido como conductor de camiones me ha contestado», explica Thanasis, para quien «la solución la tiene solo el Estado. Y mira cómo se pelean los ministros entre ellos para aplicar las medidas de austeridad...». La dificultad de encontrar empleo no es una simple percepción. Esta semana se ha sabido que la tasa de paro en Grecia alcanzó en el segundo trimestre de 2011 el 16,3%, su valor más elevado desde que se realiza la estadística trimestral, lo que supone cuatro décimas más que en los tres primeros meses del año y 4,5 puntos porcentuales en comparación con el 11,8% registrado en el mismo trimestre del ejercicio anterior.

Mijalis y Dina, dueños de un aparcamiento

«Sin la familia no saldríamos adelante»

Solo en el sector privado, y desde el comienzo de la recesión a finales de 2009, se han perdido más de 250.000 puestos de trabajo en Grecia. Hay calles en las ciudades helenas donde el paisaje ya es casi fantasmagórico, con más de un 80% de comercios cerrados. Ahogados por el bajo consumo, los impuestos y el IVA (de hasta un 23%) muchos han preferido jubilarse o cerrar antes de acabar perdiendo demasiado dinero.

El aparcamiento de Milajis aguanta el tipo a duras penas. En Atenas no hay quien aparque. Los pocos locales existentes se llenan cada día. Y aquí, a diferencia de otros negocios donde la picaresca campa a sus anchas, no se puede robar al Estado: «Si no apuntas todos los coches que entran en el acto y les cobras y das recibo, una inspección te puede acarrear una multa de 600 euros por coche no inscrito».

El «parking» está en el centro de Atenas, en Omonia, una zona degradada y azotada por la drogadicción en la que el deterioro se advierte en cada esquina. Para sacar adelante el negocio trabaja de 6,30 de la madrugada hasta pasadas las diez de la noche ayudada por su mujer Constantina y su hijo. «Crisis hay, pero tenemos clientes fijos. Y aunque el barrio va a peor, nosotros nos protegemos los unos a los otros. Pero si no fuera por la familia y tuviéramos que contratar empleados no llegaríamos», explica Milajis.

Simoni, hostelera

«No me alcanza para casarme»

La situación afecta a todos, pero hay gente que lucha con optimismo. Simoni y sus dos hermanos,Teresa y Mánthos, llevan un conjunto de apartamentos de alquiler en la isla de Tinos, en las Cíclades. Con el apoyo de sus padres, trabajan todos juntos la temporada de verano. Como Milajis, este año no han podido contratar a nadie más. «Queremos que la gente vuelva, que se lo diga a sus amigos. Les tratamos lo mejor posible y repiten». Los bajos precios han convertido a Grecia en un competidor de primer orden en el sector turístico, un oasis en el desierto económico del país.

Pero el negocio de Simoni no da para pensar más que sobrevivir día a día: «La crisis para mí es que todavía no puedo casarme. No me alcanza. Si no tuviera a mi familia apoyándome, no podría apañármelas yo sola». Es la tragedia del griego de a pie: aprender a convivir con una ruina que se ha convertido en rutina.

Artículo solo para suscriptores

Accede sin límites al mejor periodismo

Tres meses 1 Al mes Sin permanencia Suscribirme ahora
Opción recomendada Un año al 50% Ahorra 60€ Descuento anual Suscribirme ahora

Ver comentarios