Patroclo superstar

Con motivo de la despedida en loor de multitudes de Federer, tenista pluscuamperfecto y caballero de las pistas, las televisiones captaron una emotiva escena del suizo llorando junto a nuestro Nadal, que también sollozaba. Rivales durante años, fieros competidores por idénticos objetivos, Roger y Rafa acabaron entretejiendo el paño más resistente del mundo, la amistad. Y hasta eso quisieron manchar en politiqués el referido ministrillo y el del apellido acertado, Rufián, poniendo la imagen del dolor por el adiós como ejemplo de antídoto contra el veneno del «estereotipo más tóxico de la masculinidad». Y una de dos, o ninguno de ellos ha tenido amigos, que es probable, o jamás han practicado deporte alguno, que es creíble.

No sé quién daría el banderazo de salida situando a Aquiles, que lloró la muerte de su compañero de armas a las puertas de Troya, como testimonio más antiguo del cariño emocionado entre hombres, pero, ¡voilà!, Patroclo se convirtió de repente en una superestrella vintage.

No hace falta viajar en el tiempo 3.000 años para encontrar ejemplos de deportistas varones que muestren sus emociones en público: Sampras estalló en lágrimas en mitad de un partido por su amigo Gullikson, también Yarmolenko al marcar un gol para el West Ham en plena invasión de Ucrania, Corretja al final del último Abierto de Australia de Rafa, Murray al anunciar su retirada, Bartra tras volver a jugar con el Borussia, Bryan Gil nada mas saber que iba a debutar con la selección… Sólo hay algo más deleznable que el maniqueísmo y es la utilización política de un sentimiento noble que no habla bien de ellos o de vosotros sino de todos nosotros y que seguirá estando ahí cuando no quede ni el recuerdo del humo del rescoldo del inútil ministerio de Consumo.