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El Sevilla no tiene solución

Un club empobrecido desde la cúspide navega en la mediocridad sin que los cambios en la jefatura deportiva sirvan para enderezarlo

Alberto Fernández

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El Sevilla es más de lo mismo. Y mal de los mismos. El Sánchez-Pizjuán vive (o sobrevive) a un bucle de mediocridad en la jornada 78 (sumando las dos últimas temporadas y el inicio de la actual) de una historia que ... finalizará como todo el sevillismo teme. Desde que campeonara en Budapest y los dirigentes decidieran mover la famosa botellita de agua se produjo esa caída a un pozo sin fondo visible pero real. Qué a gusto se quedaría Pepe Castro tras aquella declaración sobre el fantasma recurrente de Monchi. Cada vez que se pierde un partido, no se generan recursos para fichar, o ni siquiera para inscribir a los pocos jugadores a los que se puede acceder en el mercado, el nombre del exdirector deportivo sobrevuela los pasillos del coliseo nervionense. Es la excusa perfecta para intentar aniquilar el pensamiento crítico. O, mejor dicho, para limpiarse de culpas aquellos a los que debería pesarle la mochila de los errores como a nadie. Deben pensar que más de uno se chupa el dedo. Quizás puedan vender el cuento a la generación a la que no le molesta llevar el nombre de Sergio Ramos en su camiseta. A los que llevan más de dos décadas en la grada no pueden engañarle. Utilizar el recurso político de desenterrar los peores recuerdos para dividir y desunir, dejando que la mirada se desvíe a otros horizontes. No cuela. Nadie duda que los últimos años de bonanza fueron el perfecto desencadenante de este horror. El inicio. No el final. Es decir, se le podía poner solución. No tiritas de tres al cuarto. Ni Víctor Orta. Ni Antonio Cordón. Mirar al palco. Ahí está el problema. Sólo ahí. No hay solución posible.

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