Karpov, eterno enrocado: de opositor de la 'perestroika' de Gorbachov a alfil de Putin

Según el historiador rusoIsaak Linder, el ajedrez llegó a Rusia antes incluso que a la Península Ibérica, hacia el siglo X. Al igual que ocurrió en Occidente, durante un tiempo fue mal visto. En la Edad Media la Iglesia Ortodoxa lo consideraba pecaminoso, junto con los dados y otros juegos más o menos azarosos.

Se dice que Iván el Terrible, jugador compulsivo, murió durante una partida, en 1584. Pero fue Vladimir Lenin quien decidió a principios del siglo XX que el tablero serviría para asentar la superioridad moral e intelectual de la Rusia revolucionaria. Hace algo más de una década, se descubrió un cuadro de Emma Lowenstramm, profesora de arte de Hitler, en el que este aparecía jugando en Viena una partida contra Lenin, en 1909. Se sospecha de su autenticidad, pero se sabe que el líder ruso impulsó la proliferación de los llamados Palacios de Pioneros, donde el ajedrez era una asignatura clave. Llegaron a crearse miles a lo largo de la URSS.

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En las escuelas soviéticas de ajedrez, además de gambitos y celadas, se enseñaba la 'pureza moral' y la 'devoción al modelo socialista', frente a la decadencia occidental. Anatoli Karpov, ahora hospitalizado después de una misteriosa caída, fue uno de los mejores y más fieles alumnos. Antes de convertirse en campeón del mundo, en 1975, ya era el favorito del régimen, como antes lo había sido Mijail Botvinnik, que ganó el campeonato del mundo en 1948 y no lo abandonó del todo hasta 1963.

En 1972, la victoria de Bobby Fischer, estadounidense, fue un mazazo. Boris Spassky, el derrotado, pasó de héroe a casi traidor y acabó abandonando su país natal en 1976, aunque hace una década regresó a Moscú en un fuga digna de una película de espías.

El elegido para recuperar la corona fue Karpov. En los años 70, esas cosas no solo se decidían en el tablero. Si el Politburó ordenaba a sus mejores grandes maestros que apoyaran a su hombre, no había nada que discutir. Al mismo tiempo, el representante escogido sufría unas presiones casi insoportables.

Hay una escena muy significativa en la película 'Campeón del mundo', que no pudo estrenarse en España el pasado verano como consecuencia de la invasión de Ucrania. Estamos en Filipinas, en 1978, y el gran maestro ruso es amenazado por su ministro de Deportes, cuando todos empiezan a temer que una derrota es posible. El enemigo es Viktor Korchnoi, disidente y traidor oficial; acabar con él es una cuestión de Estado. Lejos de arrugarse, Anatoli se atreve a replicar: «¿Y usted cree que amenazándome tengo más posibilidades de ganar?». Conviene aclarar que Karpov supervisó el guion, un retrato bastante favorecedor de su figura, pero no es impensable que al menos la primera mitad de la historia fuera real.

Al contrario que Spassky, Karpov no perdió su condición de héroe y siguió siendo el representante oficioso de la vieja guardia cuando tuvo que defender su título contra Garry Kasparov, doce años más joven. El gran maestro nacido en Bakú, autoproclamado 'hijo del cambio', defendía con fiereza las ideas aperturistas de Mijail Gorbachov y su 'perestroika', todavía discutida en el seno de un imperio que se venía abajo.

Cuando Kasparov destronó a Karpov, muchos pensaron que fue la gota que derribó los últimos muros. No acabó ahí una lucha épica entre dos gigantes del tablero, que jugaron casi 150 partidas oficiales y pasaron frente a frente más de 700 horas. El resultado final favorece, por muy poco, a Kasparov, quien sin embargo se apuntó los puntos más decisivos.

Con la URSS disuelta, la ascensión de Vladimir Putin volvió a cambiar las tornas. El 'Ogro de Bakú' dejó el ajedrez de competición y se convirtió en opositor al régimen. Creyó de verdad que podía ganar en las urnas, hasta que en 2007 fue encarcelado, una semana antes de las elecciones, y empezó a temer por su vida. En favor de Karpov, conviene recordar que intentó visitar a su viejo rival y que le hizo llegar una revista de ajedrez para hacer más llevaderas sus horas.

Garry fue liberado y, una vez que despertó de su sueño, se fue a vivir a Nueva York antes de que fuera demasiado tarde. En una entrevista con ABC en 2016, confesaba su derrota: «Vencí a Karpov en el tablero, con unas reglas. En la Rusia de Putin no hay reglas, salvo que hace lo que le viene en gana. Mi experiencia en el ajedrez ayuda muy poco en Rusia. En el ajedrez hay reglas fijas y resultados impredecibles, justo lo opuesto de lo que tenemos en Rusia».

Entretanto, Karpov hizo carrera política en el único bando posible, en el partido de Putin, Rusia Unida. Sus amigos dicen que pese a todo es un pacifista convencido, aunque como diputado de la Duma fue uno de los firmantes de la anexión de varios territorios ucranianos. Eso le ha impedido abandonar Rusia y regresar a España, como tenía previsto.

Ahora está herido, después de una caída poco clara, que algunos atribuyen a la nieve, otros al alcohol y no falta quien habla de una paliza en la calle. Los rumores se disparan y no se puede descartar algún tipo de acción política, por defender al régimen o quién sabe si por atreverse a plantear alguna duda. El oscurantismo ruso sigue siendo tan legendario como la capacidad de Anatoli de atenazar poco a poco a sus rivales. Otros calculan mejor, pero el entendimiento posicional y el estilo del viejo Karpov nunca han sido superados.