Mundial de Qatar 2022
El último navajazo de Luis Enrique
«Un grupo al que el técnico protegió durante su gobierno y al que en el epitafio señaló de manera sibilina con un disparo al aire que ensucia a los 26»
Luis Enrique y los medios
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Iniciar sesiónMuy fea la despedida. Luis Enrique se marchó de la selección a su exótica manera, refugiado en la barra de bar de las redes sociales con la coartada de los nuevos tiempos, pero soltando bilis igualmente. Un formato muy reconocible en el personaje (hago ... como que no pego y atizo de soslayo con mucha intención), con un destinatario inesperado al fondo de la agresión: los (sus) jugadores. Un grupo al que aparentemente el técnico protegió durante todo su gobierno, con el que logró organizar un ejército leal y rocoso, y al que en el epitafio señaló de manera sibilina con un disparo al aire que ensucia a los 26, ahora abandonados. De fieles mosqueteros a apestados subordinados. Uno para todos.
Ese inofensivo «hay uno de la lista al que no me llevaría otra vez a Qatar (...); lo que vi no me gustó« que deslizó en su cómodo y distendido interrogatorio póstumo con Ibai Llanos fue un golpe franco, una estudiada jugada de estrategia a balón parado. Mucho menos enigmático (¿a quién se referirá el entrenador?) o cobarde (tirar la piedra y esconder la mano) que maquiavélico. Luis Enrique pone la cruz invisible sobre un anónimo cualquiera y contagia de pleno a todo el plantel. Le decepcionó uno, se mancharon todos. Una bomba de racimo.
Las quinielas y conjeturas de periodistas y aficionados desde que que el exseleccionador pronunció su perversa frase (justo el día que presentaban a su sucesor, esa es otra, con mal gusto) hacen el recorrido a su córner olímpico mientras él se limita a acariciar el gato. Corren de un lado a otro los nombres. Pero qué más da que el aludido fuera Ansu Fati o Carvajal, Guillamón o hasta su propio yerno. Es que en realidad no se trata de ninguno. El sobre está vacío. No se menciona el pecador y ni siquiera se desvela el pecado. Solo se enciende la cerilla. Era un señuelo. Que vuelve a dejar mal a su ideólogo, por más que silbe. Luis Enrique se marchó asestando un navajazo a su propia gente. La convirtió, a toda, en sospechosa.
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