Golf
El Masters de Augusta es diferente: un verde enorme y mudo
El estadounidense es un torneo que cualquier golfista ansía conocer; mas los profesionales que lo juegan son los primeros sorprendidos por sus costumbres y excelencia
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Iniciar sesiónCuando se dice que el Masters es el torneo más clásico del mundo se hace de la forma más literal posible. La cita anual del National Golf Club mantiene la esencia que le otorgó Bobby Jones en 1934 y sus rectores actuales no tienen ... ningún interés en cambiarla. Saben que tienen entre sus manos una joya del diseño, un campeonato de ensueño, una máquina de hacer dinero y un club envidiado por los golfistas del mundo entero. Y así va a seguir siendo por los siglos de los siglos.
Los apenas 400 socios del club han de superar unas duras cribas para pertenecer a un elenco del que forman parte grandes empresarios y políticos (en el pasado el más famoso fue el presidente Eisenhower). Y, aunque están orgullosos de abrir su jardín al mundo durante dos semanas al año, quieren dejar claro que quien se acerque a verlo ha de cumplir con las normas que ellos marquen.
Las modas y las tecnologías no son cambios del agrado de los chaquetas verdes, por eso una de las señas de identidad del club es la tranquilidad y el silencio. De esta forma, por mucho público que asista cada año se mantienen siempre esas máximas... y ojo de quien no las cumpla. Aunque conseguir entradas es casi imposible y los abonos se pasan de padres a hijos, los espectadores son conscientes de que incumplir las reglas de cortesía implican la expulsión automática del recinto. Quien esto escribe fue testigo de esa dura sanción a un aficionado que se negó a darle la vuelta a su gorra, que llevaba la visera hacia atrás, en contra de lo que dicta la rutina secular golfística.
Un reto para unos pocos
Se trata de un torneo tan peculiar que ni siquiera el número uno del mundo tiene derecho a jugarlo. Como se trata de un evento privado, sus rectores invitan cada temporada a quienes ellos quieren; respetan numerosos factores deportivos para que asistan siempre los mejores, pero siempre bajo su criterio y sin ninguna obligación. Esto significa que llegar a pisar sus inmaculadas calles sea un reto al alcance de muy pocos golfistas en el mundo, ya sean profesionales o aficionados. Y que quienes lo llegan a hacer guarden ese momento en su memoria para siempre.
Durante la semana que el National abre sus puertas apenas dos centenares de afortunados van a poder atacar sus míticas banderas amarillas, la mayoría de ellos estrellas en sus respectivos circuitos. Nacho Garrido, ganador de la Ryder Cup en 1997 , debutó en Georgia al año siguiente y todavía recuerda las sensaciones que vivió entonces. «Lo que más me impresionó fue el mantenimiento del campo y eso que nosotros en España tenemos Valderrama, donde yo he visto cómo los equipos de jardineros sacan las malas hierbas con un tenedor, de una en una», indica el madrileño. «Pues todo se queda corto con lo que ves en Augusta. Cuando das el primer golpe en el hoyo 1 casi te da miedo dañarlo al terminar el movimiento con la punta del zapato y no digo nada cuando llegas a un par 3 y tienes que sacar una chuleta de salida. Tienes la sensación de estar en un sitio inmaculado que casi te da miedo tocarlo».
Ese temor escénico se apoderó de él de una manera tan profunda que le acompañó desde su primer golpe hasta el último. «En mi primer tiro del torneo en el 1 saqué una chuletita con el driver porque la pegué un poco atrás. La bola se me fue a la derecha y marché rápido a por ella sin mirar atrás, porque pensé que me iban a echar de allí por haberles estropeado su jardín».
Ya en tiempos más cercanos (entre 2009 y 2012) Álvaro Quirós fue un asiduo al torneo verde, del que aún destaca la impresión que le produjo «el silencio sepulcral que existe en cualquier parte del campo». «Lo curioso es que en treinta segundos se convierte en una celebración ruidosa por un eagle o un birdie de cualquier jugador y, después, vuelve el silencio más absoluto que he escuchado nunca en un campo de golf. Así es Augusta», resume el gaditano.
De la finca a la tienda
Su compadre Gonzalo Fernández Castaño le tomó el relevo y jugó el torneo entre 2012 y 2014. «A mi lo que más me llamó la atención de Augusta fue la inmensidad de la finca. Tuve la suerte de llegar en domingo, cuando todavía no estaba abierto al público, y me impresionó la amplitud del lugar, el espacio entre calle y calle y todo eso», comenta. «Yo siempre digo que es como cuando te cuentan una película muy buena y te la ponen tan bien que supones que cuando la vayas a ver te defraudará un poco. Pues en Augusta sucede todo lo contrario; llegas y supera con creces todas tus expectativas».
Desde una perspectiva más prosaica, hay quienes prefieren acudir de primeras al lugar más visitado de la semana, la tienda de recuerdos. Es el caso del inglés Tyrrell Hatton , que reconoce acudir al principio de su estancia para «comprar camisetas y tazas, sobre todo. Todo el mundo me pide que les lleve algún regalo y así ya lo tengo todo comprado desde el principio». La misma idea la desarrolla el estadounidense Bubba Watson. «Como cada año acudo a la cena de campeones siempre me encargan banderas firmadas por los ganadores anteriores. Entonces yo aprovecho para ir a comprarlas cuanto antes y el martes se las doy a firmar a mis colegas», afirma.
Si para los profesionales es todo un logro jugar en Augusta, para los aficionados es casi un milagro. Con la incorporación del ANWA al calendario se ha conseguido que las mejores féminas puedan hacerlo al menos una vez en su vida. «Fue un experiencia increíble, la demostración de que la perfección existe y nunca pensé que me pudiera pasar a mi», relata la valenciana Marta Pérez.
Por lo que se refiere a los hombres, algunos privilegiados pueden ser invitados por los antiguos ganadores, como le sucedió a Iván Ballesteros. «Seve me invitó dos veces, una junto a Michael Robinson y otra con mi hermano Raúl», refiere orgulloso. O bien, ser agraciados por la diosa Fortuna, como el periodista Hugo Costa. «Me apunté a un sorteo y me tocó una plaza. Y lo hice tan bien que nunca he querido volver a intentarlo para no estropear la experiencia», rememora.
En el caso del hijo mayor de Miguel Ángel Jiménez, del mismo nombre, lo que más le sorprendió fue no poder jalear los buenos golpes de su padre. «Si te muestras muy efusivo en la celebración o pegas algun grito, te echan; hay que tener mucho cuidado»,
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