El animal singular
Mi primer consejo como español
Devenir español, para un inmigrante, es muy importante, es el momento en que termina una forma de vida y comienza otra. No puede ser sólo un trámite
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Iniciar sesiónEl l 7 de noviembre de 2023 fue un día difícil para mi familia. Se cumplían dos años de la muerte de mi tía Tibisay por un cáncer feroz. Al dolor de aquella situación se sumó, en ese entonces, el hecho de que yo no ... tenía pasaporte venezolano. El trámite para renovarlo estaba en un limbo que ya duraba meses, como todo lo que tiene que ver con la burocracia venezolana. Lo cierto es que no pude despedirme de mi tía. Este 7 de noviembre, yo y mi familia nos encontrábamos, pues, a ambos lados del Atlántico lastrados por la tristeza de la fecha.
A media mañana, me llamó la abogada que llevaba el expediente de mi solicitud de la nacionalidad española. «Ya eres español», me informó. Luego me dio unas instrucciones sobre los trámites siguientes, le agradecí y colgué. Entonces se me salieron las lágrimas. No porque yo de verdad creyera que ahora, por obra y gracia de un papel, era español. El motivo del llanto fue lo más concreto del mundo: lloré por ese pedazo de papel. Lloré porque había llegado demasiado tarde. Lloré porque al fin lo tenía. El desasosiego con mi propia condición de extranjero no se había resuelto, ni se resolvería, pero al menos tenía un reconocimiento oficial.
Yo sé que esto puede parecer una exageración, pero valga esta perogrullada a lo Cantinflas para tratar de explicarlo: sólo quien no tiene papeles conoce realmente el valor de tenerlos. Y sólo quien siempre los ha tenido puede darse el lujo de renegar de ellos. O de decir, como un niño malcriado, «no quiero este pasaporte español, yo quiero otro».
Sólo quien no tiene papeles conoce realmente el valor de tenerlos
Pero basta de dramas y vayamos al objetivo real de esta nota. En vista de que ya soy oficialmente español, procedo a ejercer como tal y darles a mis compatriotas un primer consejo relativo a los procedimientos. El paso siguiente al otorgamiento de la nacionalidad es lo que se conoce como «la jura», en el que la persona debe prometer fidelidad al Rey y obediencia a la Constitución y a las leyes. Una amiga me dijo que debía ir vestido en flux. Era una broma, por supuesto, pero yo sí quise honrar la ocasión poniéndome al menos una camisa.
No se imaginan las ganas de jurar que yo tenía, por el Rey, por la Reina Leticia, por la Princesa Leonor y hasta por Florentino Pérez. El día de la cita, llegué al registro civil y tomé mi número. Poco tiempo después, me llamaron. Era una sala con varios escritorios donde atendían a la gente. Me senté, le entregué mis papeles a la funcionaria, quien verificó todo, ingresó los datos en un ordenador y me hizo firmar una hoja.
Pensé que luego me harían pasar a mí y a otros más a una sala aparte donde, con la mano en alto, nos tomarían el juramento. Tardé unos segundos en darme cuenta de que esa hoja que había firmado era la jura. Fue, por supuesto, un bajón. Por lo tanto, mi primer consejo como español es que la jura debe convertirse en un acto real.
Devenir español, para un inmigrante, es algo muy importante, es el momento en que termina una forma de vida y comienza otra. No puede ser simplemente un trámite, como firmar un recibo o hacer clic para aceptar unas cookies. ¿Tengo o no tengo razón? Mejor lo seguimos discutiendo a la hora del vermú
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