PUES DICES TÚ
Los negros y los graves
Las dos personas normales van juntas a comprar una tele a una de esas macrotiendas llenas de televisores, lavadoras, freidoras de aire, teléfonos móviles...
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Iniciar sesiónLas dos personas normales van juntas a comprar una tele a una de esas macrotiendas llenas de televisores, lavadoras, freidoras de aire, teléfonos móviles, batidoras y ventiladores que no ventilan, pero que se enchufan al USB.
La segunda persona normal, que va sólo para acompañar ... a la primera, es la primera en hablar.
—Esa. Mira. La de arriba.
—¿Cuál?
—La que tiene a la Susanna Griso.
—Ah, ya. Es con dos eses, ¿no?
—¿El qué?
—La Grisso.
—Es con dos enes, me parece.
—¿La Grinno?
—No, no. Susanna.
—Ah, ya. Susanna. ¿Y para qué es la segunda ene? ¿Para pararse un poco?
—Para pararse un poco será.
—Tenía que haber sido con una ene y se había guardado la otra para otra cosa.
—Pues sí. Pero ¿has visto qué negros?
—Creo que ya no se puede decir eso.
—No, no, en la tele, donde la Susanna Griso. En la imagen, digo, los negros de la tele. No digo los negros donde la Susanna Griso, que donde la Susanna Griso no hay negros, que allí hay gente que habla y habla, y gente delante de un edificio con un micrófono así en la mano, como con cara de pena...
—¿No es micrófonno?
—Yo creo que no. A esos negros me refiero, a los negros de la imagen, que es lo más importante de las teles, te lo digo yo. Que tienen que ser profundos. Que tienen que ser negrísimos, por lo visto, ¿no te ha dicho nada el pequeño?
—Algo me ha dicho.
—Pues lo más importante de las teles es eso. Y los graves.
—¿Los graves también?
—Los graves también.
—¿Y donde la Griso hay graves?
—Donde la Griso no. Pero, en esa tele, los que quieras.
—¿Y donde la Ana Rosa habrá?
—Si la ves en una tele de las buenas, claro que sí. Eso es lo bueno de las teles buenas, que te las llenan de graves, que suena todo como si tuvieras una discoteca debajo, o una fiesta encima, o como si pasara un camión cerca.
—¿Y eso es bueno?
—Pues por lo visto sí. ¿No ves que ahora la música suena así, que suena: «Pupumpum, pu; pupumpum, pu», y luego dicen: «Qué fresquito», o: «Calentito», o: «Múevete, papi», o cosas así, pero con todo sonando como por debajo: «Pupumpum, pu», que es una gloria oírlo?
—A mí es que el pequeño me ha comprado un altavoz de esos que parecen un llavero, que sale la voz del teléfono por ahí, que parece la radio, y ahí es donde me oigo yo las tertulias, paseando por la casa, pero no muy lejos, que, si no, se corta.
—¿Se corta?
—Se corta.
—Menuda contrariedad.
Las dos personas normales siguen analizando las pantallas, a veces mientras andan un poco, a veces inclinadas hacia arriba. Esquivan de forma impecable el intento de ayudarles de un joven dependiente: las dos personas normales no son de dejarse aconsejar.
—Pues dices tú Ana Rosa, pero lo que quiero ver yo en la tele son las películas viejas que echan en las cadenas nuevas.
—Ah, sí, ya sé cuáles dices. ¿Las que son en blanco y negro?
—Esas también. Las que son así, como mejor dichas, que se les entiende todo, de cuando no se podían decir las cosas porque no había democracia.
—No como ahora.
—No como ahora, que aquí estamos, diciendo cosas. De las que no se decía nada pero se entendía todo bien, no sé cómo.
—Ni yo.
—De las que había gente muy buena que vivía en los pueblos, o la del señor del carricoche, que limpiaba baños en Navidad.
—Ya sé cuál dices. ¿La de las suecas?
—No, no. La de las suecas no era, era de las otras. De las de pensar. Como la del señor que no quiere matar a nadie, aunque sea por trabajo.
—No te sigo.
—Claro que sí, sólo que no caes ahora. La del hijo de Pepe Isbert.
—¿Pepe Isbert tenía hijos?
—O la hija.
—Ahora no caigo.
—O esas que son en color. La de los que se van de caza y resulta que uno hace ascensores. Y sale un cura y te ríes mucho.
—Esa la he visto. Que sale la fresca esa.
—Justo. Esa.
—Que son todos calvos menos ella. Que sale el marqués cochino.
—Justo, la del marqués cochino. Pues para eso quiero yo la tele. Para ver películas de antes.
—¿Para quitarte las penas?
—No, no. Si daban pena también. Pero te reías mucho.
—Es raro eso, ¿verdad?
—Pero pasa. A veces te ríes y lloras. A veces te ríes preocupado.
—Por eso son tan importantes los graves.
—¿Es por eso?
—Por eso mismo. Para que no se pierdan los matices. Y lo mismo pasa con los negros.
—Sobre todo si es en blanco y negro, ¿no?
—Piensa que, en el blanco y negro, los negros son la mitad.
—Por eso decía. Entonces, ¿me compro la de la Griso?
—Yo creo que sí, pero ya no está la Griso, mira. Ahora sale un yogur.
—Voy a preguntarle al chico, a ver si hacen teles sin anuncios.
—No creo.
—Bueno, pero por preguntar...
—Tú pregunta, pero no creo.
—Yo pregunto. Y por los negros.
—Y por los graves.
—Eso.
—Pues voy.
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