TEATRO

Miguel Rellán: «Lo de llevarse a casa el personaje es un cuento chino, esto es mucho más fácil de lo que parece»

ENTREVISTA

El actor, querido y admirado tanto por sus compañeros como por el público, sigue dando lecciones de interpretación -su trabajo en 'El cautivo' es admirable- y, al tiempo, quitándose importancia

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Miguel Rellán, en el Ateneo de Madrid, de cuya junta directiva forma parte Foto: ÁNGEL DE ANTONIO. Vídeo: Rubén Guimarey

«Besos espachurraos...». Miguel Rellán (Tetuán, 1943) suele despedirse con esta expresión en los mensajes de voz que envía a sus interlocutores. La frase define perfectamente el carácter bonachón y castizo de un hombre nacido en Tetuán, formado en Sevilla -donde descubrió su vocación- ... y afincado en Madrid, que ha desarrollado una fecunda carrera en el audiovisual (cerca de doscientas películas y series de televisión) y en el teatro (más de cuarenta montajes), que sigue con la ilusión de un meritorio, y con el que sentarse a compartir un café y un rato de conversación es todo un placer

No cree que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero sí echa de menos tiempos pasados que fueron mejores. «Recuerdo los tiempos de ese triángulo mítico de la noche madrileña que formaban el Marigüerri [el Teatro María Guerrero en el argot de los actores veteranos], el Oliver y el Bocaccio [dos locales que solían frecuentar las gentes del cine y del teatro]; una noche que yo iba de Bocaccio al Oliver y me encuentro con Juan Diego haciendo el camino inverso... Por cierto, Juan se ha muerto sin decirme por qué me llamaba 'Polaco'... Bueno, pues me dijo que iba a Bocaccio y le dije que estaba Fernán Gómez con Serrat, con Savater, con Ginés Liébana y con Nieva... «Entonces me voy a casa, Polaco»... ¡¿Cómo es posible?! Como sucedía todos los días, no le dábamos importancia... Pero ahora pienso: ¿cómo no estábamos tomando apuntes? De todo eso nos damos cuenta después... Pero hay que darse cuenta en el momento. Carpe Diem! No sé quién dijo que «estar triste lo está cualquiera, pero estar melancólico es una categoría»... Pues yo a veces tengo melancolía... Pero no estoy de acuerdo con eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor, no».

«No estoy de acuerdo con eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero me parece objetivamente, y procuro no engañarme, que hay algunos aspectos en los que no, en los que vamos empeorando»

No obstante, dice el actor, «me parece objetivamente, y procuro no engañarme, que hay algunos aspectos en los que no, en los que vamos empeorando. Por ejemplo, cuando pienso en Fernando Fernán Gómez... Antes -y a lo mejor es reflejo de la sociedad-, en el campo de los actores, aquí y en Hollywood, había personalidades muy concretas, perfectamente identificables, que no tenían nada que ver la una con la otra, y muy poderosas. He hablado de Fernán Gómez, pero puedo hablar de Pepe Isbert, de Alfredo Landa, que no tenían nada que ver. Y en Hollywood estaban Gary Cooper, Cary Grant, Burt Lancaster... Ahora, y no es una opinión mía, hay una uniformidad, seguramente resultado de la uniformidad social; somos todos más iguales en el peor sentido de la palabra... No sé, pero a mí me gustaba más aquello».

Dice Miguel Rellán que es una evidencia que se ha perdido el respeto por los mayores, por los veteranos. «En cierto sector, por supuesto -matiza-. A mí eso me deprime mucho, concretamente en mi oficio. Por ejemplo, una joven actriz conocida, de la que no voy a decir el nombre, aunque se lo merecería, me preguntó, el día que murió Alain Delon, que quién era. Le enseñé una foto y me dijo: «¡Qué guapo, qué bueno está!». Pero no le sonaba, ni tampoco 'El gatopardo', 'A pleno sol'... Le pregunté por Vittorio Gassman y tampoco le sonaba. Ni había visto, por supuesto, 'El viaje a ninguna parte'... ¿Y con qué cara la miras? No me vale lo de 'yo no había nacido' o 'eso no es de mi tiempo'».

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«Una joven actriz conocida, de la que no voy a decir el nombre, aunque se lo merecería, me preguntó, el día que murió Alain Delon, que quién era. Le enseñé una foto y me dijo: «¡Qué guapo, qué bueno está!». Pero no le sonaba. ¿Y con qué cara la miras?»

El maestro de actores Juan Carlos Corazza, cuenta Miguel Rellán, le explicó una de las razones para esta situación: «Me dijo que el problema de muchos actores que empiezan es que no saben que no quieren ser actores; algunos están ahí porque son guapos, porque tienen desparpajo... Mire, como soy mayor puedo decir esto: hacer lo que ahora llaman audiovisual, léase cine y televisión, es muy fácil. La lista de gente que no se dedicaba a esto y que lo ha hecho con cierta dignidad, salvando los muebles, es enorme: cantantes como Manolo Escobar, Julio Iglesias, Raphael, Elvis Presley, La Pantoja, Rocío Jurado... El Fary hizo una serie; toreros como El Cordobés o Palomo Linares; futbolistas como Di Stefano. Eso no ocurre en la música o en la danza. «No tengo ni puñetera idea de música, pero esta noche voy a tocar el 'Concierto número 5' de Beethoven»; «no he bailado en mi vida, pero esta noche voy a hacer 'El lago de los cisnes'». Pero pintar un cuadro o publicar una novela sí lo hace cualquiera. Pero claro, es que eso no es interpretar, ni pintar, ni escribir... La responsabilidad, por no decir la culpa, de casi todo, la tiene el público, que aplaude eso, que vota eso. Mi amigo Julio Anguita decía: «Pueblo mío, si vuelves a votar a los ladrones, alguna responsabilidad tendrás». Pues es igual en esto: Si aplaudes a alguien que berrea o desafina, alguna responsabilidad tendrás. El maestro Adolfo Marsillach, con aquella cosa pedante que tenía, decía: «El público nunca tiene razón; si el público tuviera razón, Mozart no se hubiera muerto de hambre»».

Hoy, Miguel Rellán está en ese privilegiado grupo de actores que puede elegir sus proyectos. Corrige -y vuelve a citar «a otro de los maestros»-, Fernando Fernán Gómez, que decía: «En este oficio no se elige. Yo no elijo, en todo caso rechazo... Me ofrecen dos proyectos, y hago este, que me pagan más». No tiene miedo tampoco a que no suene el teléfono. «Soy un insensato, pero es que no lo he tenido porque desde el momento en que empecé a trabajar -me da un poco de apuro teniendo en cuenta a tantos compañeros que lo pasan mal-, y hace cincuenta años, no he sabido lo que es el paro. Lo principal que hay que tener en esta vida, hasta para cruzar la calle, es suerte. Y yo he tenido... Tengo... mucha suerte».

«Lo principal que hay que tener en esta vida, hasta para cruzar la calle, es suerte. Y yo he tenido... Tengo... mucha suerte»

No recuerda Miguel Rellán cuándo decidió intentar dedicarse al oficio de actor. «Fue una evolución -recuerda-. Yo estudiaba Medicina y ya en el primer curso me apunté al TEU; acabamos formando un grupo de teatro independiente, Esperpento. Yo estaba dedicado en cuerpo y alma al teatro; mi padre, que era médico, me decía que dejara la carrera, y yo, que no me daba la gana. Hasta que llegó un momento... Estuve nueve años en Medicina, estudiaba con Centramina que me daba mi padre a ver si aprobaba. Yo sacaba los parciales de Quirúrgica y Partos con la Centramina, pero estaba dedicado al teatro. Y llegó un momento en que me harté de cargar furgonetas y clavar clavos -porque he hecho de todo en el escenario-; no debía hacerlo mal porque me animaban y me daban los protagonistas, así que decidí ser actor profesional. Pero no recuerdo que lo decidiera un día concreto...». Tuvo el apoyo de su padre, lo que no era tan frecuente. «Sobre todo en esos tiempos... Hombre, al principio me decía lo de siempre, que terminara la carrera y después hiciera lo que me diera la gana. ¡Con toda la razón del mundo!».

Y es que Miguel Rellán empezó siendo actor, «fíjese usted, ¡para cambiar el mundo! Entonces era para cambiar el régimen dictatorial que teníamos; las funciones que hacíamos no eran, evidentemente, de Alfonso Paso, y las hacíamos con los grises en la puerta si es que Fraga Iribarne nos las autorizaba». Era la época de los censores. «Ya teníamos el truco; por ejemplo, yo que sé, un entremés de Cervantes lo trufábamos de tacos: ¡Cojones! Y nos decía don Orlando que eso no se podía decir, pero te pasaban otra cosa a cambio... Eran situaciones absurdas. Yo recuerdo en un entremés en el que estaban los condes comiendo y entraban los lacayos con un faisán y un cerdo con una manzana en la boca. «¡Eh! ¿Qué significa ese cerdo?» «¿Perdón?» «El cerdo prohibido». Y no había ningún tipo de maldad, ellos eran los que veían una intención que no existía».

Pero claro, es que el teatro era peligroso. «Lo es el teatro, lo son libros... La prueba es que, cuando llega un dictador, lo prohíbe. Es una tribuna laica desde la que se puede decir la verdad. El escenario es el mayor espacio de libertad que existe; también de imaginación, lo conviertas en lo que lo conviertas, el público lo acepta. Juan Mayorga dice que la palabra más bonita de nuestro oficio es 'Compañía', nosotros tenemos una compañía de teatro, pero hacemos teatro en compañía del público, que también interviene o puede intervenir. Yo como espectador puedo parar el espectáculo, aquello está vivo. Es fantástico».

«Ya teníamos el truco para burlar la censura. Por ejemplo, yo que sé, un entremés de Cervantes lo trufábamos de tacos: ¡Cojones! Y nos decía don Orlando que eso no se podía decir, pero te pasaba otra cosa a cambio... Eran situaciones absurdas.

Una vez decidido a ser actor profesional, y para eso, dice Miguel Rellán, había que venir a Madrid. «En Sevilla era pan para hoy, hambre para mañana. En Madrid estaban los teatros, la televisión... Además, mis padres, que eran de Marruecos -mi padre era director del Hospital Civil en Tetuán-, ya se vinieron a Madrid».

Eran los años setenta, y el ambiente teatral madrileño no tenía nada que ver con el de ahora. «Es que antes nos veíamos todos. Yo recuerdo estar en Boccacio y acercarse alguien a decirme: «¿Ves al chico del bigote que está en la barra? Pues me han dicho que es un chico murciano que ha trabajado con César Oliva y parece que es buen actor y va a hacer un papelito con Nuria Espert». ¡Lo tenía fichado sin conocerlo. Ahora no conoces a nadie...». No fueron siempre buenos tiempos. «Al principio las pasé canutas... Cogía el autobús para ir a Prado del Rey a buscar trabajo. Estaba en los pasillos y alguien decía que hacían falta tres personas para el programa infantil. Y allá que iba. Lo primero que hice fue de Zeus. También fui 'claque', de los que aplaudían siempre».

Se confiesa Miguel Rellán mitómano. «La capacidad de admiración es algo bonito; yo admiraba a actores que con el tiempo se convirtieron en amigos -como Gerardo Malla, a quien le veía entrar en el Español-, pero entonces no me atrevía siquiera a acercarme a pedirles una entrada porque no tenía un duro. ¿Quién me iba a decir a mí, muchos años después, que iba a trabajar con ellos, que iba a ser su amigo. Qué ternura me da de mí mismo... Yo era un catetito tímido que no sabía. Igual que ahora, que entran gritando: «¡A ver! ¿Tú eres el director?»».

No tiene Miguel Rellán, dice, un actor concreto que fuera su modelo. «Todos los actores tienen trabajos maravillosos, otros en los que estamos bien, otros en los que estamos regular y otros en los que estamos para que te peguen dos tiros. Sobre todo en este país en que no se elige; tenemos mucho mérito porque bailamos con la más fea. Hay otros países en los que alguien dice que renunció a hacer 'El arca perdida' y luego se tiró de los pelos. Cuando ves lo que sacan adelante algunos actores, y a lo mejor me incluyo... Hemos hecho virguerías, oro, con cosas de las que no había nada que sacar. Yo estoy con García Márquez, que cuando le preguntaban qué autores le gustaban, decía que a él no le gustaban autores, sino libros. A mí no me gustan actores, me gustan actuaciones. Y me quito el sombrero, por ejemplo, con el Azarías de Paco Rabal; yo le vi un 'Edipo Rey' que no era lo suyo. Pero Azarías sí; o Juncal».

«Al principio las pasé canutas... Cogía el autobús para ir a Prado del Rey a buscar trabajo. Estaba en los pasillos y alguien decía que hacían falta tres personas para el programa infantil. Y allá que iba. Lo primero que hice fue de Zeus. También fui 'claque', de los que aplaudían siempre»

«Bonito tema», dice Miguel Rellán cuando se le pregunta si los actores mejoran con los años como los buenos vinos. «Estoy un poco cansado de los tópicos eso de que los viejos se hacen egoístas o maniáticos. Hay que estar alerta; con el tiempo, si estás alerta y quieres, mejoras. Pero estaremos de acuerdo en que la inmensa mayoría de la gente no quiere. Mi madre, que era muy lista, decía que este mundo está lleno de cerdos satisfechos. Hay gente que dice: «Yo soy así, y al que no le guste que mire hacia otro lado». Pues cambia. No se puede ir así por el mundo. Lo que pasa es que hacer autocrítica, ponerse delante del espejo y decir: «Vamos a ver, Miguelito, pedazo de imbécil, ¿qué es lo que haces mal?», es duro. Pero si estás atento, no. Y si estás atento y sirves para esto, claro que el actor mejora con el tiempo. El actor, el músico, el escritor, el cocinero... Hasta ahí podríamos llegar. Lo que hace falta es ser humilde y tener en cuenta aquello que decía el maestro Charles Chaplin, que era muy listo: «En esta vida solo da tiempo a ser amateur». Pobre del ser humano en cualquier disciplina -no digamos del actor- que se cree que no tiene nada que aprender. Si yo voy a un curso, me preguntan por qué, qué me van a enseñar a mí. ¡Mucho! ¡Muchísimo! No sabe usted lo que aprendo con Tolcachir, por ejemplo. ¡Pero vamos, por supuesto, no le quepa la menor duda! La experiencia es un grado, claro, en todos los aspectos».

'Mens sana in corpore sano', reza el aforismo, y Miguel Rellán sabe que el cerebro «es el músculo principal» del ser humano, pero dice que «ahora se ha descubierto que cuidando el bíceps cuidas la cabeza. Está relacionado, hay que hacer ejercicio hay que mantenerse en forma. Y por supuesto, darle a esto -se señala la cabeza- en todo sentido: pensar, leer, memorizar cosas... Aquí donde estamos, en el Ateneo, estaba conversando con unos neurólogos en la presentación de un libro, y yo empeñado en que el cerebro, si uno lo mantiene activo, no empeora. «Miguel, te pongas como te pongas, con el tiempo empeora todo. Poco a poco se va perdiendo capacidad»». Hay excepciones, considera. «El otro día estuve con Emilio Lledó, 98 años, y joder, qué coco. ¡Qué coco! Lo tiene entrenado. Y lo otro también, está ágil, delgado, se mueve... Fantástico. Influye mucho la genética, pero hay que ayudarla. Yo he tenido suerte también en eso. Voy a cumplir 83 tacos, ¡hala! Que, por cierto, no me lo creo. En una de las últimas películas de Clint Eastwood -que tiene noventa y tantos, y está dirigiendo también, aunque está 'cascaíllo'-, en 'Mula', hay una frase demoledora en medio de la canción que dice -en inglés, claro-: «¿Sabrías qué edad tienes si no supieras el día que naciste?». Pues yo, unos 41 o 42, o algo así. 83, ¡soy un viejo!... ¡Qué va! Lo que pasa es que también esto ha cambiado. Está la edad biológica, la edad física, la edad mental... Ha cambiado. Yo salgo a correr con una camiseta que pone: ¡Viva el submarino Isaac Peral!, y la gente dirá: «¿A dónde va ese viejo?». Entre otras cosas, porque hay otros viejos de verdad que van alrededor...».

«Salgo a correr con una camiseta que pone: ¡Viva el submarino Isaac Peral!, y la gente dirá: «¿A dónde va ese viejo?». Entre otras cosas, porque hay otros viejos de verdad que van alrededor...»

«¿Sale a correr todos los días?», le pregunto. «Bueno, a correr no, a caminar de prisa. Sí, sí. Voy al Retiro todos los días temprano... Cuando puedo, cuando estoy rodando o de gira no, claro. Y me hago una hora y media y voy al gimnasio. Procuro estar en forma».

Miguel Rellán lleva años poniendo en forma también su espíritu gracias a la música, una de sus grandes pasiones -de hecho, está deseando interpretar a un director de orquesta, pero nadie le ha ofrecido el papel-. ¿Le ha aportado algo como actor? Duda antes de contestar... «No lo sé... O sí lo sé, pero puede parecer muy pedante. Hace unos días, a propósito de esa polémica de María Pombo con la lectura, lo estaba hablando con alguien. Evidentemente la lectura no hace mejor a nadie. Pero por supuesto, es mejor leer que no leer, claro que depende de lo que leas y de lo que hagas con lo que leas. Vuelvo a lo que decía antes: empecé a hacer teatro para cambiar el mundo. Está claro que el teatro y el arte no cambian el mundo, pero cambian personas. Yo quiero pensar que a mí me ha cambiado para bien. El teatro, la música, el Museo del Prado, la lectura... Claro, claro que me ha cambiado». Deja el actor pasar unos segundos y sigue. «Sería bonito decir en qué cambia al ser humano la música. Debe de ser difícil de decir: la sensibilidad, la capacidad de abstracción...».

No hay, o no recuerda Miguel Rellán, ningún personaje que le haya dado el impulso para ser mejor persona. «Ninguno en concreto... Suponiendo que el hecho de interpretar a distintos personajes te haga mejor persona, que es mucho suponer. He interpretado a frailes que deben ir al cielo y a verdaderos hijos de su madre. Yo me admiro, y a veces tengo ganas de copiarlos, a algunos compañeros que tienen la habilidad de decir unas cosas que... Por ejemplo, cuándo le preguntan cómo has afrontado el personaje y contesta que ha sido «un proceso doloroso; tenía dos vertientes entre las que estaba dudando, y al final decidí tirarme a la piscina». Dicen unas cosas... Yo debo de ser muy mal actor, porque yo leo el texto, veo cómo es el personaje, estudio, trabajo, y lo hago. Ya está. Lo digo a propósito de esos actores que dicen: «Este personaje me ha influido, me lo llevo a casa». Yo no me he llevado a casa a ningún personaje, pero además yo creo que mienten como bellacos, porque estás en el escenario metido en un personaje, y estás viendo que la actriz no llega a tiempo porque la falda se le ha caído o que un técnico va a provocar un fuego porque ha encendido un cigarro o que suena un móvil... No te llevas nada. Y en el cine estás en una secuencia dramática de una intensidad enorme, y hay una toma falsa que lleva a todos a morirse de risa y obliga a parar el rodaje. Lo de llevarse el personaje a casa es un cuento chino; esto es mucho más fácil de lo que parece».

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Sobre el autor Julio Bravo

Madrileño. Ingresó en la Redacción de ABC en 1985. Ha pasado por distintas secciones, pero siempre se ha dedicado a la información de música y artes escénicas. Es crítico teatral y de Danza

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