MÚSICA
Joan Manuel Serrat: «No soy un perro verde. Me llevo bien con mi soledad»
recuerdos tras la retirada
El 22 de diciembre dio su último concierto en el Palau Sant Jordi. Y estas son sus primeras palabras tras la retirada. Repaso a una vida y a una obra plagada de historias, anécdotas... De canciones que son banda sonora de nuestra memoria
Joan Manuel Serrat dijo adiós a la música en diciembre tras una gira de ocho meses. Hace balance en esta entrevista de lo mucho que le ha dado su oficio y de una vida que ha merecido la pena. Una larga trayectoria que ha dejado ... atrás a sus 79 años. Aquí quedan sus reflexiones, las primeras tras su retirada.
—¿Cómo se siente tras la retirada, dejando atrás 57 años de dedicación al oficio de cantar?
—Después de una gira larga, intensa y emotiva, estoy esperando que la locomotora vaya perdiendo vapor, que la inercia vaya juntando el cuerpo y el espíritu. Han sido ocho meses de una constante emoción, viajando de un lugar a otro para encontrar el cariño de mucha gente. Las emociones no se sustituyen, se han ido acumulando a lo largo de este tiempo. Al llegar a la estación Termini, uno tiene que recoger los trastos y a empezar a hacer balance de lo ocurrido.
—Pero ha tenido un broche de oro con una gran sintonía con el público…
—Sin esa conexión es muy difícil ejercer este oficio de escribir y cantar. Al principio de mis conciertos, pedía que se dejaran de lado las nostalgias porque si no era imposible hacer del momento algo singular. Había que abrir paso a la alegría de la fiesta. Hice esta gira para hacer una fiesta por encima de cualquier cosa y con todos sus aditivos. En las fiestas se canta, se ríe, se baila y también se llora.
—Es usted perito agrícola y conoce bien lo que es el trabajo de sexador de pollos. ¿Cómo llegó a esta actividad?
—En mi vida ha habido grandes cambios. Empecé en un bachillerato de ciencias y luego ingresé en la universidad laboral de Tarragona, en la que cursé estudios de tornero-fresador. Después me matriculé en una escuela de agronomía, tratando de encontrar en el campo un camino más poético y en contacto con la naturaleza. Lo que me encontré al acabar sólo fueron propuestas para vender tractores. Me fui a trabajar a un centro de investigación de biología experimental en el Pirineo, mientras estudiaba en la Facultad de Barcelona biología. Luego apareció la posibilidad de dedicarme a la música de una manera profesional. A la vez que estudiaba, también tocaba y cantaba, e incluso daba clases de todo lo que pillaba. Yo no era un maestro rural sino urbano, de los de barrio.
—¿Cómo fue su infancia en las calles de Poble Sec?
—Los barrios eran muy singulares. En Poble Sec vivía una clase trabajadora y media baja como en otros barrios periféricos. El mío se caracterizaba porque era un lugar donde existía mucha inmigración, sobre todo, andaluza, instalada en las laderas de Montjuic, en las que había barraquismo. Por la parte de El Paralelo, teníamos cines y teatros como El Molino. Vivían cerca de allí artistas, iluminadores y trabajadores de ese mundo.
«Desconfío mucho de la inspiración. Desconfío de que lo que yo haga pueda ser interesante para los demás. Por eso, lo repaso y tardó tanto»
Toda esta gente daba al barrio unas características muy especiales. Cada barrio de Barcelona tenía su fiesta mayor y su 'colla' coral. Y también su equipo de futbol. Hoy en día todo se ha homogeneizado. Fueron lugares de acogida de familias que venían a Cataluña en los años 40 y 50, pero hoy han llegado nuevas generaciones de emigrantes dominicanos o pakistaníes a Poble Sec, lo que ha cambiado la identidad de la zona.
—La calle está muy presente en todas sus canciones. Nuestra generación se crio en la calle, pero no la de nuestros hijos. Eso nos ha marcado. ¿Está de acuerdo?
—Sí. Es una lástima porque creo que en la calle se aprenden muchas cosas, aunque no sé si las mejores. Cosas importantes que no se enseñaban en la escuela ni se comentaban en casa. Nos daba una pata que era fundamental.
—Usted comenzó en el programa de Salvador Escamilla en 1965. Su éxito fue muy rápido. Pronto pasó a ser un exponente del movimiento de la 'Nova Cançó' y de su generación. ¿Cómo lo recuerda?
—Sí. Yo empecé a hacer música a los 14 o 15 años, como muchos chicos de mi generación. Agarrábamos una guitarra y tocábamos lo que teníamos a mano. Algunos formábamos parte de grupos, nunca exitosos pero reconocidos en el ambiente del barrio. Un día, mis propios compañeros me plantearon que debía seguir en solitario y ellos me acompañaron a Radio Barcelona y me llevaron hasta Salvador Escamilla, que me hizo una prueba. Se quedó encantado y me invitó a acudir a 'Radioscope', su programa, al día siguiente.



Era un programa magnífico de aquel hombre que fue avanzado en el periodismo de la época y luego se convirtió en un amigo. Salvador me condujo a Edigsa, la discográfica que grababa en catalán y que me propuso hacer un disco. Fue la gente de Edigsa la que me presentó al grupo Els Setze Jutges y empecé a cantar con ellos. Fueron mis inicios y mi gran escuela. Entonces las ventanas se fueron abriendo y yo me enamoré de este oficio. Lo cual no me impedía seguir mi compleja vida de seguir estudiando en la universidad, trabajando en Jaca mientras terminaba el servicio militar. Hice las milicias universitarias en Tremp en varios periodos.
—Hay en su música una gran influencia de la poesía. Usted se inspiró en grandes poetas como Machado.
—La poesía siempre me gustó mucho, muy influenciado por un compañero, de nombre Puig de Fábregas, que trabajaba en el centro de investigación de Jaca. Era una persona culta y sensible que me daba a leer cosas. La situación y el lugar me empujaron a la lectura. Empecé a leer a Albert Camus, y 'El extranjero' fue para mí un descubrimiento. Lo leí de un tirón. Mi amigo tenía una novia en Barcelona y, cuando volvía a Jaca, volvía cargado de libros que iba repartiendo como el bibliotecario de una cárcel.
—También existe en usted una faceta de escritor y, en concreto, de cuentos. ¿Qué le empuja a escribir?
—Yo no diría cuentos. Escribo textos para hacer canciones. La metodología que sigo para hacer una canción me lleva a escribir antes un pequeño relato. Por otra parte, escribo bastante sobre la memoria de mi familia. Tengo una obsesión, común en nuestra generación, de transmitir a nuestros hijos lo que fueron nuestros abuelos. Y ello para que sepan de dónde venimos y cuál ha sido nuestro camino. Y también hay una tercera razón, que es sencillamente para divertirme. Anoto lo que me pasa y luego lo desarrollo. Pero no tengo ningunas ganas de publicarlo.
—Su madre es una referencia muy importante en su vida, como expresó en sus últimos conciertos. ¿Puede hablarnos de ella?
—Mi madre fue fundamental en el funcionamiento de aquella casa. Era el pilar. Mi padre fue un hombre bueno, como diría Machado, en el mejor sentido de la palabra. Un hombre dedicado a su familia, que iba de casa al trabajo, sin vicios. No dejaba de trabajar, excepto los domingos que podíamos ir al cine, salir a tomar un vermut o ver un partido de fútbol. Siempre hablo mucho de mi madre y poco de mi padre. Pero confieso que en la mesita de noche tengo un retrato de mi padre joven que él dedicó a mi madre cuando eran novios. Quiero purgar alguna posible falta de atención con él.
—¿Tuvo alguna diferencia por razones generacionales con su padre?
—No. No tuve enfrentamientos. Mi madre marcaba tanto las normas de convivencia y mi padre se iba tan temprano, que fue ella la que asumió todos los papeles de la familia.
—Se nota su afán perfeccionista en su música y su carácter. ¿Es más importante el trabajo que la inspiración?
—Desconfío mucho de la inspiración. Desconfío de que lo que yo haga pueda ser interesante para los demás. Por eso, lo repaso y tardó tanto. Pocas son las canciones que he escrito en poco tiempo y menos sin estar convencido de que eran interesantes.
—Usted es una persona introvertida, dicen sus amigos.
—No me molesta la soledad. La necesito para leer, para ver y escuchar. Voy al fútbol y no me gusta hablar. Prefiero hablar lo justo con el amigo de al lado. Me dedico a ver. Igual me pasa en el teatro y en el cine: que siempre estoy pendiente. Las distracciones me dispersan mucho. Pero eso no quiere decir que sea un perro verde. Me llevo bien con mi soledad.
—En sus canciones hay un homenaje al fútbol y al Barça de Kubala. ¿Qué significa este deporte para usted?
—Me gusta el fútbol y siempre me ha gustado jugarlo y verlo. Uno nace y se hace de un equipo que jamás abandona. La fidelidad por nuestros equipos de fútbol es mucho mayor que la que sentimos por cuestiones más importantes. Se puede cambiar de mujer o de nacionalidad antes que de equipo. El fútbol nos acompaña toda la vida y lo sentimos de forma desproporcionada. Pero debo confesar que uno no sólo es fiel a unos colores, también es fiel a una forma de jugar al fútbol. Los socios somos cada vez menos importantes e inciden extraños elementos a costa de arrancarlo de nuestros corazones.
—Han circulado diferentes versiones sobre su negativa a cantar en Eurovisión. ¿Cuáles fueron las causas?
—Esto tiene un desarrollo largo. A mí se me eligió para cantar la canción 'La la la' en castellano, escrita por Manuel de la Calva y Ramón Arcusa, los integrantes de 'El Dúo Dinámico'. Luego planteé poder cantarla en catalán y los dos estuvieron de acuerdo. Nunca tuvimos ningún conflicto al respecto. Ellos y yo teníamos entonces el mismo representante. La cosa quedó en un «veremos» por parte de TVE. Se grabó una versión en castellano y, poco más tarde, en un viaje a Hamburgo grabamos una serie de versiones y, entre ellas, una en catalán. También otras en alemán y en francés.



La cosa siguió su curso. En una recepción en Fráncfort, pocos días antes de que se dieran a conocer los candidatos, hubo un cóctel en el que estaba Juan José Rosón, que era un alto cargo del Ministerio de Información y Turismo. Le pregunté a Rosón, que se portó muy bien, sobre qué había de lo mío. Y me contestó exactamente: «Serrat, ¿usted que quiere ser: un cantante provinciano o un cantante internacional?». Ahí me di cuenta de cómo andaban las cosas y lo que iba a ocurrir. Y entonces presenté mi renuncia a cantar la canción y envié la carta explicando mi posición.
—Usted entonces rechazó la imposición.
—Yo rechacé ir si no era cantando en catalán. Era una posibilidad que había hasta el último momento. Pedí que se me aclararan las cosas y se me aclaró con esa parábola. Siempre he pensado que el régimen de Franco perdió una ocasión de dar una apariencia de normalización del catalán. No fueron capaces de ver que con una jugada tan sencilla podían haber logrado el efecto de demostrar un aperturismo que no existía.
—Luego llegó la censura y el veto del régimen de Franco. ¿Cómo fue esa experiencia?
—La censura la hemos sufrido todos. Mis canciones fueran censuradas, pero no por lo sucedido en Eurovisión. Lo que es verdad es que, después de aquello, yo estuve cinco años sin poder actuar en TVE y cinco años sin que mis discos pasaran por las emisoras de radio. Los viejos trabajadores de las discotecas te podrían contar el sistema que utilizaban para que no pudieran poner mis canciones, que era pegar un trozo de celo en el disco.
—No funcionó porque en mi despedida del colegio en 1972 bailé 'Mediterráneo' en una discoteca de Burgos.
—Afortunadamente, siempre ha habido mecanismos para ir más allá de los represores.
—Háblenos de su exilio en México…
—Fue un año que se hizo muy largo. Debo decir que la vida es maravillosa porque en un momento tan malo como aquel, cuando estaba tan solo y tan lejos, compré un 'motor home', metí a la orquesta en él e hicimos una gira fantástica por México, un país que me acogió y me trató muy bien. Gracias a ello se hizo más llevadera la oscuridad del exilio. Era curioso cómo, a pesar de poner mucho interés en escribir, me costaba muchísimo. Cuando volví a finales de 1976 ya habían ocurrido cosas importantes. No solo había muerto Franco, sino que había una España que estaba resurgiendo. En ese período, llega Suárez y se legaliza el Partido Comunista.
—Sin embargo, ahora se menosprecia la Transición y se dice que fue un pacto de impunidad en beneficio del franquismo.
—Era un tiempo donde todo era posible, donde todo valía la pena ser peleado, donde la ilusión y la certeza de que estaban pasando cosas nos empujaban muchísimo. La gente empezó no sólo a sacarse la ropa, sino también a quitarse otros harapos y a mostrarse y participar en la vida pública. La gente se sintió protagonista y empezó a pelear por espacios de libertad. Fueron años magníficos.
«Hice esta gira para hacer una fiesta por encima de cualquier cosa y con todos sus aditivos. En las fiestas se canta, se ríe, se baila y también se llora»
Pasaron muchas cosas que a veces miran con un cierto desprecio los que ya se encontraron con la nueva situación. España cambió para bien con la certeza de que íbamos a ser capaces de defender aquellas conquistas. Luego el tiempo pasa y va desgastando las cosas. Los ciudadanos hemos perdido bastante la conciencia que nos obliga a defender esos espacios de libertad que tenemos que ganarnos cada día sin esperar que dioses o líderes vengan a salvarnos la vida.
—¿Le preocupa el cainismo que se detecta en nuestro país?
—El cainismo en la Historia de España es una constante. Sin embargo, seguimos cayendo en ello. El lenguaje que se utiliza dentro y fuera del Parlamento, en los periódicos y en las tertulias, en la calle, dista muy mucho de ser el que la mayor parte de los ciudadanos quieren. Esto nos debería llevar a buscar unos ámbitos de convivencia. Hay algunos que siguen caminos más cortos que nos llevan a lugares a los que a mí no me interesa ir.
—Usted siempre ha defendido la convivencia del catalán y el castellano. ¿Qué opina del procés?
—La exclusión del que piensa diferente a ti es uno de los grandes daños del procés. Se ha llegado a fracturar Cataluña y ha traído dolor y desunión, enfrentamiento y negación de unos a otros. Y, en total, para nada. Esto es lo más penoso. Alguien ha dicho que el procés es un agujero negro que todo lo chupa y elimina toda idea que no sea su propio pensamiento.
—¿Qué le parece la guerra de Ucrania?
—Sin duda, como en todas las guerras, se ventilan muchas cosas. Algunas las sabemos y otras, no. De algunas podemos sentirnos orgullosos y de otras, no. No tengo ninguna duda de qué lado no estaría. Hay un país fuerte que ha invadido a otro mucho más débil. Pero sí tengo la duda de si todo se puede simplificar en un conflicto entre un país democrático y otro que no lo es. La tragedia de los ucranianos está ahí. Hay que hacer lo posible para que los sufrimientos de esta gente sean los menores posibles.
Y hay que intentar concluir esta guerra de manera rápida porque cada día que pasa es un día de invierno más. Los gobiernos han de hacer lo posible para buscar una solución. Pero observo que es muy difícil avanzar en la negociación y el pacto. A alguien le va bien con este tinglado mientras la gente muere. Tengo un sentimiento de afecto muy viejo por Ucrania, un país con una historia de sufrimiento y de maltrato. La invasión de Ucrania no ha sido cosa de un día. Si se hubiera sido más duro antes con las acciones previas de Putin, se podría haber evitado esta invasión
—¿Sirve la utopía para cambiar la realidad?
—Yo no diría eso. La utopía es un faro.
—Pero a veces sirve para cambiar el mundo.
—Sólo a veces. La utopía es necesaria y buena, pero también hay que controlarla y no meter en el carro de la utopía cosas que hay que solucionar ya.
—¿Qué ha merecido la pena en su vida?
—Lo que ha merecido la pena es el camino. Se hace camino al andar, como apuntaba Machado. Sus poemas me sirvieron para escribir buenas canciones porque eran muy musicales, tenían música en sí mismos. Igual sucede con Miguel Hernández. También influyó en mi elección el atractivo de los dos personajes, que eran perdedores. Y esto me conmovió.
—¿Somos fruto del azar o de la necesidad?
—Si tengo que optar, las cosas pasan por el azar. Creo más en el azar que en las leyes. Soy un hombre bastante racional, pero cada día depende de a dónde vaya un pelotazo, de cualquier giro que te cambia la vida. No existe nada que te obligue a ir por un camino. Pero también es cierto que estar en un sitio te condiciona. Cuando los padres engendran a un hijo, el lugar donde naces determina mucho tu existencia y tu forma de vivir. Pero yo soy un hombre feliz y satisfecho del recorrido de la vida. Y lo que más me ha dado satisfacción han sido mis circunstancias; mis padres, mis hijos, mi mujer, mis amigos. Esto ha sido lo más satisfactorio.
—¿Ha sufrido mucho?
—Yo he sufrido por mis decisiones y mis responsabilidades y no por las de mi familia o mis amigos. Mi vida ha sido fantástica, he disfrutado del oficio que he escogido, he conocido mucha gente, he viajado por el mundo, algunos me han tomado el pelo y otros me han superado en bondad. He descubierto que, si nos pinchan, todos tenemos el mismo color de sangre. Sí, mi vida ha merecido la pena.
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