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André Breton versus El Algoritmo
Reeditan 'Los campos magnéticos', el primer texto en escritura automática de la historia
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William Burroughs y Genesis P. Orridge eran apologetas del invento. Y Sartre, Nobel de Literatura, en un momento evolutivo prescindió del refinamiento literario primando las ideas, consideraba que era de pijos aquello de 'escribir bien'. Como Twitter pero medio siglo antes, vaya. Y me dejó ... pensando. Como una vez Sánchez-Dragó cuando me confesó a mis 16 años que él no escuchaba música, que había probado incluso a pincharse Pink Floyd bañado en sustancias psicoactivas, y que ni con esas comprendía la música. También me dejó pensando. Entendiéndole, la realidad es que da gustico y trasciende a la razón, es algo superior o puro, y es raro no entender que no hay que entender siempre.
Y entonces, llegamos a la 'escritura automática'. WunderKammer acaba de reeditar 'Los campos magnéticos', el experimento pionero de André Breton y Philippe Soupault que llevaron a cabo con método, durante un mes a diario, algunos días diez horas. Sin mirar atrás, escribir y escribir corriendo por delante del cerebro, apretujaron frases de alta radioactividad poética, originaron el surrealismo y, a pesar del estupendo prólogo de Julio Monteverde sobre técnica tan liberadora, fascina y uno descree que fluya tan perfecto sin roturas narrativas del murmullo de la psique. Así, alcanzaron un estado más auténtico del lenguaje, y se dieron cuenta que «el espíritu ofrecía imágenes y no razonamientos». O sea, que la poesía estaba más cerca del ímpetu original del ser sin artificios. Karla Sofía Gascón quizá discrepe.
«Un hombre cuya cuna está en el valle llega con una hermosa barba de cuarenta años a la cima de una montaña y se pone poco a poco a declinar», escriben. Rajoy no logró tal belleza con: «Es usted un ruiz» o «España es una gran nación y los españoles muy españoles y mucho españoles». Y, con todo, ahora estamos peor que nunca en cuanto a libertad mental. Si la escritura automática raja los barrotes, el algoritmo nos confina en otros invisibles y espurios de la manera más perfeccionada. Hablamos así de Bad Bunny, de 'La isla de las tentaciones', de Broncano, de Vinicius, de Vito Quiles, de Lola Lolita y de lo que quiera que alguien truque y que no decaiga la fiesta del algoritmo (en nuestro triste y lobreguísimo zulo).
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