El cine español no existe

Lo expliqué con amplitud en mi ensayo 'El síndrome Woody Allen': «En nuestro país las relaciones de poder dentro del cine son reducidas, ya que existen apenas unos pocos agentes capaces de producir una película, y el tejido industrial del cine patrio es inexistente. Bastaría señalar que la estadounidense se coloca como la segunda industria, tras la armamentística, y que sus películas reciben grandes subvenciones para que no pierdan su competitividad. En cambio, en 2016 solo un ocho por ciento de nuestros actores nacionales conseguía vivir de su profesión».

Entonces, ¿por qué cada año se reclama que «salgan casos a la luz»? Porque vivimos encharcados en una globalización estadounidense. No sólo por el 'Me Too': las expresiones anglosajonas que sustituyen el español —«you know?», me dijo una anormal de Bilbao—; las palabras anglosajonas que se españolizan —la vomitiva «resiliencia»—; las franquicias que lo atiborran todo; lo 'queer' y sus metafísicas —quizá valgan para uno de Utah, pero suenan a chiste en Sevilla—...

Ay, esa ilusión colectiva de que existe una industria del cine español. Al igual que las religiones, esta conlleva una imaginería esculpida por la norteamericana: nos creemos que nuestros actores no son autónomos rastreros; que en nuestros premios no se piden préstamos para el chaqué; que se podría producir una de Tom Cruise en Albacete… 'It's all bullshit, you know?'