Ay, AI

El «podría pasar» marca nuestra época: un vuelo 'low cost' podría pasar por un vuelo normal; una hamburguesa podría pasar por una comida saludable; esa boca operada podría pasar por una boca sin operar; o unas cuantas pastillas para dormir podrían pasar por un sueño naturalmente inducido. Un mundo okupado por el capitalismo se define por costes y beneficios. ¿Notará el consumidor la diferencia? ¿O sólo unos pocos se quejarán?

Esta semana se ha viralizado el vídeo de un chico estupendo que se enorgullece de tener dos trabajos basura —en una cadena de distribución y en una de restaurantes— con tal de mantener a su familia humilde. El ejemplo es excepcional a nivel individual, pero ¿qué nos dice como sistema? ¿Por qué una persona debe trabajar doce horas —o más— diarias para mantener a una familia?

En parte porque las inteligencias artificiales —las que controlan la maquinaria de esos almacenes donde no hay operarios o de esas franquicias de comida rápida donde no hay cajeros— han transformado profundamente y precarizado aún más la vida de aquellos que ya eran precarios de partida.

En el ámbito de los creadores la cuestión tiene doble filo: además de la imposibilidad de competir con algo que pasa por tuyo, se viene el movimiento donde los escritores o cineastas homogeneizan sus obras con tal de que se asimilen al gusto popular. Es decir, se ponen a las órdenes de la AI. Por eso, como han hecho guionistas y actores estadounidenses, hay que rebelarse. Justamente lo que no hicimos contra la piratería que arrasó la industria cultural de este país. Por ellos, pero en especial por nosotros.