Dos marchantes y un testigo en el otoño de la Fundación Mapfre

Ideó, además, innovadores métodos de trabajo para la gestión de aquel incipiente mercado primario, que nacía al margen del férreo control académico: no solo se encargó de organizar exposiciones para sus artistas en las galerías de París, Londres, Bruselas y Nueva York, sino que estableció con ellos relaciones de exclusividad (eso sí, sin contrato escrito), compró en bloque su producción, mensualizó sus ingresos y les brindó su apoyo en subastas.

En la última década del XIX, Durand-Ruel emprendió una nueva aventura menos conocida: la difusión de una generación posterior de pintores, agrupados bajo la ambigua etiqueta 'postimpresionista', cinco de los cuales forman el núcleo de la actual cita en Mapfre.

Por un lado, Henry Moret, Maxime Maufra y Gustave Loiseau, paisajistas y marinistas que siguieron la estela del Impresionismo; por otro, Georges d'Espagnat y Albert André, quienes se inclinaron por las escenas de género y la pintura decorativa, con una estética más cercanas a los nabis.

La muestra presenta una nutrida representación de sus respectivos trabajos con el objetivo, según la comisaria Claire Durand-Ruel Snollaerts, de otorgarles el lugar que merecen en la Historia del Arte. Sin embargo, no queda claro cuál sería ese lugar, ya que la exposición no cuestiona los parámetros tradicionales de valoración estética, basados en un modelo evolutivo que privilegia la originalidad y la ruptura con la norma académica.

Por ello, resulta inevitable que sus aportaciones se desvanezcan frente a la intensidad expresiva de los nombres fuertes del relevo postimpresionista, como Cézanne, Van Gogh o Gauguin, o frente a las rupturas radicales de las primeras vanguardias, contemporáneas a algunas de las obras expuestas.

Con todo, la cita permite descubrir piezas de indudable belleza e interés, matizar la percepción del declive del Impresionismo y completar una parte del complejo panorama del arte francés del cambio de siglo.

La segunda exposición, dedicada a Peggy Guggenheim, nos traslada a 1943, cuando la coleccionista, en colaboración con Max Ernst y Marcel Duchamp, organizó la colectiva 'Exhibition by 31 Women' en su galería Art of This Century en Nueva York. Esta fue una de las primeras muestras en EE.UU. centrada exclusivamente en mujeres artistas. Ahora, la Mapfre recupera los nombres de las participantes a través de la colección creada en 2020 por la empresaria y coleccionista Jenna Segal, que ha reunido trabajos –algunos espléndidos, otros mucho menos relevantes– de las autoras convocadas en aquella histórica exhibición.

Bajo el comisariado de Patricia Mayayo, experta en la investigación sobre el papel de las mujeres en el sistema del arte, esta muestra trasciende la mera reivindicación biográfica de sus protagonistas.

Su tesis parte de una división canónica –surrealistas y abstractas– para cuestionar la utilidad de la Historia del Arte para el feminismo, aportando herramientas interpretativas y parámetros de valor que superan el marco de la innovación formal. Se destacan, en cambio, las estrategias desarrolladas por las artistas, como la subversión de las jerarquías de género y del ideal doméstico, la reformulación crítica de los postulados surrealistas, la resistencia ante las dinámicas de poder en el mercado del arte y, sobre todo, un exhaustivo capítulo final dedicado a las redes de amistad, colaboración y solidaridad entre ellas.

Sobre este relato sobrevuela la espinosa cuestión de la 'exclusión dentro de la exclusión': la selección de artistas se limitó al ámbito europeo y norteamericano, dejando fuera a creadoras de otras latitudes. Un hecho que la cita aborda como un prejuicio de época, sin necesidad de culpabilizaciones, gestos moralizantes o correcciones retrospectivas.

El último componente de este tríptico expositivo se centra en Arthur H. Fellig, más conocido como Weegee. Este fotógrafo ya fue protagonista de una destacada muestra en 2009, organizada por la Fundación Telefónica, que se enfocaba en su faceta más reconocida: el fotoperiodismo de los bajos fondos de Nueva York durante las décadas de 1930 y 1940. En esta nueva exposición, se amplía la perspectiva al incluir su trabajo en Hollywood entre 1948 y 1951.

En particular, se pone énfasis en una serie de imágenes caricaturescas en las que Weegee experimentaba con deformidades creadas en el laboratorio. Aunque estas fotografías fueron mal recibidas por la crítica y, dentro de su obra general, ocupan un lugar más anecdótico, hoy resultan fascinantes por su carácter burlón, desinhibido y experimental.