PUES DICES TÚ
Como en las comisarías
Las dos personas normales, que estaban paseando tan a gusto sin otro destino que el de abrir el apetito, se detienen ante uno de esos gimnasios-granja con vistas a la calle que abundan en las ciudades
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Iniciar sesiónLas dos personas normales, que estaban paseando tan a gusto sin otro destino que el de abrir el apetito, se detienen ante uno de esos gimnasios-granja con vistas a la calle que abundan en las ciudades. Las dos personas normales observan el interior, tan ... entretenidas, señalando a veces a alguien, como si eligieran langostas.
—Qué gordo ese, ¿eh? —dice la primera persona normal.
—Guarda el dedo.
—No, si ellos no nos ven.
—¿Cómo que no nos ven?
—¿Nos ven?
—Pues claro que nos ven. Si tú los ves a ellos, pues ellos te ven a ti. ¿Por qué no iban a vernos?
—Pensé que era como en las comisarías, cuando hay que elegir a un sospechoso al tuntún.
—¿Cómo al tuntún?
—Al tuntún. Cuando te ponen seis o siete ladrones delante y tienes que elegir el que más te guste.
—Sabes que no va así, ¿no?
—Pues claro que va así. Y luego uno de los ladrones se queda mirando el espejo como si pudiera verte, aunque en verdad no te ve, porque, claro, es un espejo, pero te mira como si fuera el Demonio o algo, como si supiera que estás ahí, y se pasa el dedo por el cuello, para meterte miedo. Y entonces alguien entra en la habitación en la que estás y enciende sin querer la luz, y entonces se te ve perfectamente, y, claro, el malo es el que primero te ve, y entonces se echa a reír porque ahora ya sabe quién eres y puede matarte si quiere, cuando mate a los guardas y se escape. Y tienen que llevárselo a la fuerza, con violencia justificada y todo, y a ti te da como aprensión, porque ahora lo que hay entre el ladrón y tú ya no es trabajo, ahora es algo personal. Y por eso creía yo que el cristal del gimnasio era un cristal de esos, que nosotros los veíamos a ellos, pero ellos también se veían a ellos, y, si lo llego a saber, pues no señalo a nadie. Para que no me maten.
—¿Has acabado ya?
—Estoy precalentado…
—Pues, cuando acabes, me avisas.
—… Y entonces uno de los ladrones, que en realidad era un policía que se hacía pasar por ladrón para averiguar quién ha matado a uno y por eso se había puesto en lo de los sospechosos, pues se hace amigo del malo y van los dos a la cárcel y los meten en la misma celda. Y al principio el malo no se fía de él y no le revela planes ni nada, pero luego lo pone a prueba y le dice que mate a otro preso, para ver si es de fiar, y el policía infiltrado va y lo mata, pero sufre mucho, porque es uno de esos policías que no pueden decir que son policías, pase lo que pase, y, si los pillan, pues están solos, porque no pueden mandarles a la caballería…
—¿Se dice así?
—Ellos hablan así… Y entonces…
—Creo que lo he pillado.
—Vale. Pues eso era. Por eso creía yo que nosotros podíamos ver al gordo pero el gordo a nosotros no.
—No le llames gordo.
—¿Se oye también?
—No creo. Pero no le llames gordo.
—Menos mal. Creí que era un espejo que se oía; de la que acabamos de librarnos. ¡Mira qué flaca esa!
Señala a una mujer delgada que sube y baja de un banco.
—No señales.
—Perdona. Es que me ha llamado la atención.
—Para eso irá al gimnasio, para estar delgada, ¿no?
—Pero ¿tan delgada?
—Pues no lo sé. Estará lo delgada que le dé la gana.
—Y ¿para qué sube y baja? Eso no lleva a ningún sitio, te lo digo yo. Que se quede arriba, si quiere. O que se quede abajo. Lo que prefiera. Pero ¿no ve que así está perdiendo el tiempo? O que le pongan más escalones, o algo. Que suba y suba, mejor.
—Estará perdiendo el tiempo si quiere subir, pero, si quiere adelgazar, le está yendo estupendamente.
—Pero, si quiere adelgazar, pues ya ha adelgazado, ¿no? Puede parar cuando quiera.
—Es que no habrá adelgazado de golpe, le habrá llevado un tiempo, será una cosa de esas de insistir y no será tan fácil darse cuenta de que ya está. Y nos está mirando, ¿no?
—Yo creo que sí. Como la estamos mirando a ella, que no es espejo ni nada…
—Pues vámonos corriendo, que ahí dentro hay gente muy fuerte…
Las dos personas normales siguen andando calle abajo, dándole vueltas a lo que acaban de ver. La primera persona normal dice:
—Pues dices tú, pero podíamos apuntarnos, ¿no? Tenían bicicletas…
—Pero de las que se están quietas; de las que a ti no te gustan.
—Las bicicletas que se están quietas sí que me gustan, no te creas. De esas no te caes tan fácil.
—Bien visto.
—Y había uno con una bola de cañón con asa. ¿Lo has visto?
—Sí que lo he visto.
—Ese, delgado no estaba. ¿Tú crees que la tirará?
—¿El qué?
—La bola.
—No creo.
—Y ¿para qué es el asa, entonces?
—Ah, ya. Pues llevas razón. A lo mejor al final la tira, cuando haya menos gente. Igual al final del día va y rompe el cristal con la bola.
—¿Cada día?
—Igual es un rito o algo. Igual es una tradición. O igual no le gusta que la gente lo mire y es su manera de protestar, así, a lo loco.
—Y ¿no hay otras maneras?
—Habrá. Pero igual es la ley del gimnasio.
—Lo suyo es poner un espejo, piénsalo; tipo comisaría. Así nadie señalaría a nadie ni habría que romper nada. Además, seguro que a esa gente le gusta mirarse, ¿no los has visto? Seguro que les hacíamos un favor. ¿No crees que les hacíamos un favor?
—Pues… —La segunda persona achina un poco los ojos—. Por lo que me ha dado tiempo a observar, no te diré yo que no.
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