HISTORIAS ANTICLIMÁTICAS
Azúcar Moreno
Los alumnos de su clase lo acosaban arrojándole monodosis de sacarosa y sus profesores soltaban una risita benevolente cada vez que pasaban lista
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Iniciar sesiónLo llamaron Azúcar porque su madre rompió fuentes en la sección de repostería de un hipermercado. Siendo Moreno el apellido paterno, su onomástico invitaba a chuparse los dedos. Hasta que cumplió la edad escolar, sobrellevó su nombre con dignidad. Cuando sus padres llamaban su ... atención en un restaurante —¡Azúcar! ¡Azúcar!— los camareros acudían solícitos con varios sobres. Pero el tiempo pasó y no necesariamente a su favor. Lejos de endulzar su vida, el nombre le trajo algunos disgustos. «Azúcar Moreno, diríjase a la oficina del director». «Azúcar Moreno, a la pizarra». Los alumnos de su clase lo acosaban arrojándole monodosis de sacarosa y sus profesores soltaban una risita benevolente cada vez que pasaban lista.
—¡Me encantaba ese grupo!
—¿Cuál?
—¿No te llamaron así por las hermanas que cantaban?
El chico negaba con la cabeza.
—¿Tampoco por Celia Cruz?
Azúcar Moreno no era feliz. Nadie sabía a priori si se trataba de un hombre o una mujer. Hasta que no se presentaba en los sitios, quedaba la duda sobre si se trataría de una espigada rubia de piel suave o el percusionista de una orquesta de merengue. Un tenue tufo de decepción flotaba a su alrededor cada vez que se abría paso con su metro ochenta y su acné crónico. «¿Eres Azúcar?». Estaba atado a su nombre como al mástil de un galeón que se hunde. Era un adolescente atrapado en una ocurrencia. Si por lo menos le hubiesen asignado un segundo nombre con el que apañárselas, Azúcar Alejandro, por ejemplo. Pero ni eso.
No era feliz. Nadie sabía a priori si se trataba de un hombre o una mujer
Dispuesto a encontrar a alguien que compartiera el infortunio de un nombre poco común o de llamarse como un ingrediente de cocina, hizo una investigación en redes sociales. Encontró América, Amazonia, Anón o África, pero ni un Azúcar, tampoco ninguna Agua, ni una Tierra, aunque sí varias Mar y hasta cinco Oceanía, tres Francia y una María España. Eso sin contar los nombres hechos de otros. Encontró Stalin, Lenin y Kevin Costner. Eran extravagantes sin duda, pero a nadie se le ocurrió llamar a ninguno de sus hijos Galletita, Chocolata o Zanahoria. ¿Por qué solo él debía arrastrar esa vergüenza?
Todo empeoró cuando la campaña de cancelación contra el azúcar se hizo patente en los medios de comunicación. «No hay nada peor que incluir azúcar en el desayuno». «Es un veneno». Sus intentos para cambiar sus datos en el registro acabaron en peleas apoteósicas con su progenitora.
—¿Cómo te atreves a causar este disgusto a una mujer de mi edad?
—Mamá tienes 48, no 80, podrás soportar que me cambie el nombre.
—¡Cámbiate también el apellido! ¡Reniega de tus padres! ¡Hazte llamar como te dé la gana!
—Hijo —su padre lo miró como lo haría un rehén—. Espera hasta que seas mayor de edad.
No cambió su nombre y se matriculó en Medicina. En la facultad, la rueda de la fortuna giró, al fin, a su favor. En la Glorieta de Cuatro Caminos, su nombre corrió como la pólvora, de boca en boca. Él, Azúcar Moreno, se convirtió en el objeto de deseo de la cada vez más numerosa colonia latina en la ciudad. Daba igual que fuese un mozalbete de Bocachica como una caleña recién llegada, su nombre imantaba con una energía telúrica. Todos querían saber de él.
—¡Mi amor, papeloncito!
—Azuquita, mi rey… ¡bate el melao!
—¿Perreamos, caramelito?
Un arrumaco llevó a otro y a otro más. Hasta que uno de los del barrio quiso pararle los pies.
—¿Tú de qué vas, chupetica?
Salvó los muebles gracias a los palabros que había aprendido en los botellones. Le salió natural, como si hubiese nacido en Santo Domingo.
—Me llamo Azúcar.
—Ya lo sé –se llevó la mano al bolsillo, haciendo el paripé con una navaja– Por eso mismo te voy a rajar.
—Tranquilo huevón —a fuerza de ligar, hablaba ya como un paisa.
—Me llaman Pincho.
No se hicieron famosos ni virales, pero siguieron bebiendo en la glorieta de Cuatro caminos
Pensó en bromear si el mote era por tener la cara redonda como una tortilla de patatas o por el pelo engominado, pero se contuvo. El asunto se apaciguó empinando el codo. Después de tres litronas, Azúcar Moreno y Pincho Naranjo, caleño de corazón –aunque madrileño de nacimiento–, acordaron unir sus fuerzas para dar el gran golpe. Lo emitirían por TikTok.
Robaron un patinete, dispuestos a alunizar contra un locutorio, pero quiso el destino que una manifestación de productores de remolacha les chafara la gamberrada.
Enfermero
No se hicieron famosos ni virales, pero siguieron bebiendo en la glorieta de Cuatro caminos. Pincho completó un grado como guardia jurado y Azúcar comenzó prácticas como enfermero, en la misma unidad de cuidados diabéticos de la que Pincho era celador. Cada vez que daba su ronda en la planta pediátrica, Pincho Naranjo escuchaba la misma retahíla.
—¡Como no te dejes medir la insulina, llamo a Azúcar para que te de una hiperglucemia! —la enfermera amenazaba al niño con un lápiz médico parecido a la navaja con la que él perseguía a los pardillos. Pincho Naranjo vio a Azúcar alejarse empujando un carrito de medicinas y dejó escapar una sonrisa. La navaja que llevaba ese día en el bolsillo estaba atascada. Después de tres suspiros, se enderezó la chaqueta y siguió su camino.
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