ARTE

Todos los amaneceres de Juan Muñoz

escultura

Segunda parte del homenaje al escultor en su 70 aniversario, ahora en el CA2M, que se ocupa de sus inicios

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última sala del recorrido de 'La hora violeta' Susana Ponce

Una mirada atenta a la obra de Juan Muñoz (Madrid, 1953-Ibiza, 2001) desvela un horizonte repleto de paradojas y contradicciones. Su principal ámbito reflexivo fue la dimensión intolerable de la existencia humana, que abordó con un viso de universalidad sabiamente matizada. Para ello, ... indagó en una suerte de universal negativo, imposible de colmar y dispuesto a abrir intersticios ante cualquier presunción de totalidad.

A lo largo de la década de los noventa, Muñoz realizó sus instalaciones escultóricas más célebres, conjuntos de individuos sorprendidos en desconcertantes procesos de (in)comunicación, como los mostradas desde el pasado mes de febrero en la Sala Alcalá 31. Ahora, el Museo CA2M toma el relevo en la conmemoración del 70 aniversario del nacimiento del artista y nos traslada hasta los inicios de su trayectoria, en aquellos años ochenta que vieron emerger su vocabulario estético.

Redimensionar una etapa

La cita logra redimensionar el alto valor de esta etapa. Así, la recreación de su primera exposición en la galería Fernando Vijande (1984) confirma la temprana consolidación de un universo originalísimo. El recorrido, concebido como un relato circular, no minusvalora ningún pliegue de unos inicios complejos y polisémicos, al tiempo que muestra la excepcional coherencia interna de una reflexión que no sólo fue creativa, sino también humana. En contrapartida, la absoluta focalización en la producción del madrileño, sin más referentes que su propio 'genio', relega a un lugar secundario el audaz diálogo que mantuvo con el contexto cultural de aquellos años.

Como muchos otros artistas de su generación, Muñoz delimitó su poética entre el reduccionismo del Minimalismo norteamericano y la recuperación de recursos eclécticos de la posmodernidad europea. Del primer frente, asumió el énfasis de la pieza como un objeto en el espacio que involucra al espectador, pero rebatió la supuesta transparencia del Minimalismo con la aportación de valores simbólicos de filiación existencialista. Del segundo frente, el europeo, procede su afirmación de la tradición figurativa, si bien escapó del neoexpresionismo propio de la época para releer un modernismo bastardo que enlaza, entre otros, con las pulsiones metafísicas de Giorgio de Chirico.

Lo viejo y lo nuevo. Sobre estas líneas, recreación de la exposición de 1984 en la galería Vijande. A la derecha, uno de los muebles viejos intervenidos. Arriba, 'The Wasteland', instalación de la Colección de la Caixa Susana Ponce

Consciente de la dificultad de un retorno a la figura humana que no fuera leído como reaccionario, Muñoz optó primero por reflejar la extrañeza que desprendían los objetos cotidianos. Sus balcones ejemplifican bien esta transferencia del Ser a las cosas existentes: nunca vacíos sino despojados de presencia, adquieren en ocasiones un sutil carácter antropomorfo, como anhelante de un pálpito carnal. Además, la instalación de estos miradores sobre el muro supone la conversión del espacio expositivo en un paradójico exterior y, al tiempo, un cierre radical a la posibilidad de acceder a una interioridad habitacional.

Esta última aparece en sus dibujos a tiza sobre tela negra. En ellos, representa unas estancias que no concitan la idea de refugio, sino que ofrecen escenografías inquietantes, cuya inhabitabilidad se acentúa por la incoherencia entre luces y sombras. Poco conocidas y realmente deslumbrantes son sus intervenciones sobre muebles, si bien el ejemplo más eficaz de un objeto cotidiano cargado de connotaciones inesperadas lo conforman sus pasamanos, con los que anticipa la inseguridad frente a la acción de caminar que consolidará en sus suelos ópticos.

El eclecticismo de Muñoz no se formuló desde la parodia ni desde la repetición acrítica de modelos gastados, recursos habituales entre sus coetáneos posmodernos. Especialmente eficaz fue su relectura del entramado del pavimento barroco a través de la iteración potencialmente infinita de las esculturas de suelo de Carl Andre. Con este cruce de temperaturas expresivas logró dar respuesta formal a una idea concreta: el desvelamiento, al fin, de unos espacios interiores configurados como páramos de desorientación, desasosiego y zozobra.

Juan Muñoz

'En la hora violeta'. Museo CA2M. Móstoles. Avda. Constitución, 23. Hasta el 7 de enero de 2024

Fascinantes instalaciones como 'La tierra baldía' (1986) o 'El apuntador' (1989), recuperadas ambas en esta cita, ponen de relieve no sólo la dificultad de asentar los pies en la tierra y fijar una raíz existencial, sino también la angustia ante un ejercicio de comunicación (el del muñeco de ventrílocuo y el del tambor, respectivamente) que nunca acontecerá. Esperar la nada y habitar desde la ausencia son dos de los grandes hallazgos de una reflexión estética que, aún hoy, sigue abriendo caminos –profundos e incómodos– para interpretarnos a nosotros mismos, al mundo y a los demás.

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