CINE
Alejandro González Iñárritu: «Hacer cine es mi forma de matar a la muerte»
ENTREVISTA
Hace 25 años que estrenó 'Amores perros', su opera prima. Desde entonces ha ganado cinco premios Oscar y ha escrito su nombre en la historia del cine.
Acaba de rodar 'Judy', una comedia salvaje con Tom Cruise como protagonista. Hablamos con él sobre el viaje de su vida y el futuro del séptimo arte
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Iniciar sesiónAlejandro González Iñárritu (Ciudad de México, 1963) llega en traje y gafas de sol: lleva encima el aura de estrella, aunque el look lo justifica una gala. Tiene las manos grandes, rotundas. «Me hubiera gustado ser músico», insiste, mostrándolas. Pero las suyas no son unas ... manos delicadas, de pianista, son otra cosa. Se le intuye ahí una vida intensa, una biografía ancha, una juventud divertida. Las crónicas hablan de un viaje iniciático por España, de noches larguísimas durmiendo al ras, de un chaval yendo a la vendimia o a una discoteca de Torremolinos a ganar dinero. Él arrastra la leyenda con elegancia. Tiene el pelo ensortijado, la sonrisa ladeada, va impecable. Luce barba de veterano, un poco a lo Banderas, y gasta una voz honda: es un ser de profundidades, a veces oscurísimas, de dolor. Hace veinticinco años que estrenó su primera película, la mítica 'Amores perros', y acaba de rodar una comedia con Tom Cruise. «Es salvaje», avanza. Entre medias cabe una trayectoria memorable (ya saben: '21 gramos', 'Babel', 'Biutiful', 'Birdman', 'El renacido'...) y cinco premios Oscar. Solo tres personas en la historia han ganado dos estatuillas a Mejor Director de forma consecutiva. Él es uno de ellos.
La entrevista sucede entre el directo y el teléfono, siempre en hoteles, que son lugares donde nunca se sabe si estás llegando o te estás yendo.
—Ha pasado un cuarto de siglo desde el estreno de 'Amores perros'. ¿Se ha parado a pensar y a echar la vista atrás aprovechando la efeméride?
—Ha sido todo un viaje. Uno se pregunta cuántas cosas han pasado en veinticinco años… Y al mismo tiempo no ha pasado nada [sonríe]. El tiempo es borgiano totalmente. El tiempo ha pasado en todos nosotros, todos envejecimos, pero la película sigue tan fresca como siempre: eso es lo más importante. Lo que más me gusta.
—El cine no envejece, ¿no?
—Pues parece que no: la única forma de matar la muerte es haciendo cine. Y la fotografía. Es un método infalible. Congelar el tiempo es lo único que puede vencer a la muerte.
—Le cito: «Algún idiota dijo una vez que el tiempo es dinero. Esa frase ha destruido el mundo».
—Es la frase más imbécil que he oído en mi vida. Y la mayoría de la gente se la toma en serio, vive su vida para eso... Hay que estar pendiente de este tipo de filosofías imbéciles.
«La muerte de mi hijo Luciano fue un antes y un después. Hice catarsis con el cine. Me ayudó a tocar el dolor»
—Rodó 'Amores perros' después de muchos años dirigiendo anuncios. Incluso hizo el piloto de una serie realizada en cine, 'Detrás del dinero'. ¿Le queda algo de aquel cineasta debutante?
—Ha cambiado mucho la capacidad física que puedo darle a una película. Porque una película es una entrega total. Es un ejercicio muy mental, te demanda una gran cantidad de concentración, de foco, de absorción. Tienes que dejar el mundo presente y cotidiano para sumergirte en ese otro que estás creando, y esto exige mucho rigor, mucho tiempo y mucho liderazgo en un grupo de mucha gente. Y además eso implica una labor muy física, de entraña. No tengo esa misma fuerza para hacer la película que hice hace veinticinco años. Entonces tenía muy poco dinero, muy poco tiempo, y aún así logramos una batalla increíble, logramos cosas extraordinariamente complicadas: para eso se necesita mucha inocencia, que es más poderosa que la experiencia, y mucha juventud. Eso ha cambiado, eso definitivamente ha cambiado. Ya no sé si tengo esa fuerza, esa energía.
—¿Y qué no ha cambiado?
—La curiosidad que tengo por hacer algo que no sé hacer. El deseo de aprender a hacer cosas. Las ganas de hacer cosas que no he hecho, de tomar riesgos, de explorar cosas que me entusiasman más allá del éxito o el fracaso. El aprender a hacer una película cada vez que hago una película, el tirar a la basura todo lo que sé. Eso sigue ahí, lo sigo teniendo, y me gusta. No me siento cómodo en lo que ya he hecho. Me gusta la incomodidad del descubrimiento. Me excita vitalmente, me da mucha energía.
—¿Nunca ha temido que se apague esa llama?
—Sí.
—...
—Hasta ahorita no ha ocurrido, pero debe de ser terrible vivir sin esa curiosidad. Es esa curiosidad la que nos lleva lejos. Toda la humanidad cabe en la pregunta ¿qué pasa si…?, ¿qué pasaría si…? Si perdemos esa pregunta nos quedamos, no habría a dónde ir.
—'Amores perros' estaba dedicada a su hijo Luciano, que murió a las dos semanas de vida. A él también le dedicó 'Bardo', la última película que ha estrenado.
—No hay ni siquiera palabra para describirlo... Fue un antes y un después en mi vida. Y fue casi lo que disparó la necesidad en mí de hacer algo de una forma distinta; me dio muchas razones para hacer lo que hago. Una muerte así es algo que tienes que procesar; tienes que hacer catarsis. Yo la hago como cineasta. Habrá quien escriba o quien haga música o quien se vaya a caminar a las montañas.
—¿El cine puede ayudar a exorcizar ese dolor?
—Pues ayuda, sí. El cine ayuda mucho a tocar algo que es muy interno, y explorarlo de esa forma me parece que puede ser sanador. Tardas tiempo, pero ayuda. Es importante tocar el dolor.
—Alguien dijo que la poesía se escribía con todo el cuerpo. ¿El cine también?
—Yo siempre digo que hago el cine con la entraña. Está el corazón y la razón, que operan, pero la entraña aparece cuando tienes presente el conflicto entre lo que te ofrece la realidad y lo que te ofrece la imaginación. Me refiero a ese momento inmediato y único en el que estás haciendo una película y que tienes a los actores, la cámara y ese día con sol o sin sol o con lluvia; ese momento de inmensas posibilidades en el que todo puede salir de una forma u otra. Ahí tienes que actuar con lo más cercano, con el instinto, que es una combinación de corazón, razón y muchísimo estómago.
«México sigue con una gran desigualdad, con una injusticia brutal, con un Estado incapaz de hacer frente a la violencia»
—La violencia social que describía 'Amores perros' sigue ahí, ¿no?
—Ahí está: en la ciudad, en el país. México sigue con una gran disparidad económica, con una injusticia brutal, con un Estado incapaz de hacer frente a la violencia que hay, a la desaparición de la gente. Estoy hablando de ciento cincuenta mil desaparecidos; estoy hablando de cárteles y grupos criminales que han tomado ciudades enteras, de Estados que aterrorizan a la gente. Y eso aunado a la violencia que existe por las redes sociales y a la manipulación que hay… Creo que eso ha multiplicado la violencia que se retrata en la película. Seguimos siendo ese país.
—¿Tiene fe o esperanza en el futuro de México?
—No podemos perder la esperanza. La fe… Me cuesta más trabajo decir esa palabra, porque la fe implica que algo divino venga a ayudarnos. La esperanza es más apropiada. Esperanza quiere decir que creo que existe una posibilidad de que la gente tome conciencia y las nuevas juventudes puedan tomar la responsabilidad de excluir la corrupción del poder, de exigir que se tomen decisiones con mucha más integridad, que es la única forma de salir de esta situación. Es un camino muy difícil, por supuesto. Pero aunque parezca ahorita que las nubes están muy negras, y lo están, y que hay poca luz, esa esperanza no la quiero perder.
—Como latino que ha triunfado en Estados Unidos, ¿cómo está viviendo el señalamiento a los hispanos y la lengua española?
—Estados Unidos está en un momento muy complejo, arrastra una contradicción brutal: es un país formado de inmigrantes que está negando a los inmigrantes. Es un país que niega la posibilidad bilingüe o trilingüe de la gente que se siente orgullosa no solamente de su presente y su futuro, sino también de su pasado. Y eso es algo que enriquece a cualquier nación, a cualquier persona: pensar en dos lenguajes o en tres amplía el espectro cerebral de percepción y de entendimiento. Negar eso es negar la evolución, negar la vida misma, negar la realidad. Hay cincuenta millones de latinos en Estados Unidos, el español es un idioma oficial, prácticamente. Negar eso, repito, es negar la realidad. Pero esa es la realidad que erosionan los países autoritarios, precisamente: lo primero que hace un gobierno autoritario es controlar el lenguaje para controlar la sociedad, y eso es lo que está pasando.
—Por cierto: cinco Oscar después, ¿cómo se lleva con el éxito? ¿Le ha dado la libertad?
—El éxito te da cierta libertad. Te da la libertad de poder elegir con mucha más anchura tus próximos proyectos; con el éxito tienes un poco más de credibilidad, tienes crédito. A mí el éxito me da la libertad de poder elegir con quién quiero trabajar y cómo quiero trabajar. Pero el éxito también te condiciona. Mucho.
—¿En qué sentido?
—El éxito viene con una cantidad de expectativas inmensa que la gente se crea de ti. Y no solo eso: también te las creas tú. Y esas expectativas tienen un costo. La gente cada vez espera más y más y más. Y eso se paga con la inocencia del principio, la de cuando no había expectativas y todo era sorpresa. El éxito te cobra eso.
—¿Y emborracha, el éxito?
—Totalmente: hay gente que pierde la cabeza muy rápido. Quieras o no te afecta, porque no estamos hechos para eso: nadie está hecho para el éxito. Por eso yo creo que las redes sociales están totalmente en una locura colectiva mundial.
«Ya nadie habla del lenguaje del cine, habla de la taquilla, que es una pura tontería que no tiene nada que ver con el arte»
—Ha dicho varias veces que no vuelve a ver nunca sus películas, que le traen algo así como estrés postraumático.
—Me cuesta mucho trabajo ver las películas que hago: no encuentro ninguna razón. Siento que las películas ya son como chicos que se fueron y están lejos de casa y no quiero estar en su camino. La tentación siempre es de mutar algo.
—¿Rodar es sufrir?
—Rodar es una guerra, una batalla. Es el conflicto que hay entre lo que tú tienes en la cabeza y lo que la realidad te ofrece. Y es un arte en colaboración, porque tienes a cien personas alrededor que dependen de ti y cada una de las decisiones que tomes. Y es liderazgo para poder hacer que tu mirada o tu visión pueda ser transmitida a tanta gente, tanto técnicamente como intelectualmente, artísticamente. Es exhausto. Es fascinante. Es un privilegio. Es durísimo.
—Tiene fama de ser obsesivo en los rodajes, de ser muy perfeccionista. ¿Es justa?
—Soy muy riguroso. Es un rigor que exijo, pero también es un rigor al que yo me aboco y al que soy devoto: soy el primero que llega al set y el último que se va; el trabajo lo pongo yo primero. Mi visión es que tienes una oportunidad única en tu vida de hacer la película que estés rodando. Somos privilegiados los que tenemos ese momento, los que lo vivimos, y cuando veo gente que no lo aprecia… En un mundo con tanto sufrimiento y desempleo y dolor es un privilegio enorme tener esa oportunidad, tener esa posibilidad de belleza. Si no entregas todo el alma y todo lo que demanda esa película… No es lo que demando yo, es lo que necesita esa película, que es un regalo que se nos da. Nuestra responsabilidad es dar de regreso todo lo que tenemos: el talento que tenemos, la pasión, la alegría, la fuerza. Más que nada, soy riguroso y pasional, porque me gusta lo que hago. Y creo que no hacerlo de esta forma es un poco triste. Es mejor dedicarse a hacer otras cosas. Pero el cine creo que demanda esta entrega total.
—Alejandro, ¿teme el fin del cine tal y como lo conocemos?
—No sé si va a haber un fin del cine. Siempre se ha dicho que se va a acabar, desde que llegaron las películas con sonido. Siempre ha habido ese temor brutal. Luego llegó la televisión y se dijo que iba a desaparecer el cine, luego llegó la tercera dimensión… [ríe]. El cine mantiene siempre su posibilidad, su realidad. Mientras haya buenos cineastas, mientras haya personas que posean algo que decir con el respeto que requiere el arte del cine, sin buscar otra cosa más que eso, honrar y proyectar su experiencia personal con trabajo, con rigor, con belleza, y descubrir algo, y hacernos descubrir algo… Mientras haya eso, existirá el cine. Siempre. No sé si la cantidad o el negocio del cine seguirá siendo el mismo, pero el cine seguirá siempre. Y es lo importante, aunque ahora todo el mundo habla de la parte comercial, de la parte corporativa. Hablamos más de eso que del lenguaje del cine. Ya nadie habla del lenguaje del cine, habla del 'box office' [la taquilla], que es una pura tontería que no tiene nada que ver con el arte.
—Hoy informamos sobre la taquilla de una película en directo, semana a semana.
—En toda mi juventud jamás me enteré de eso, ni me interesó: a nadie le interesaba la taquilla. Esto de tener el 'tracking', la información de cada boleto que se vende… Esa locura colectiva alrededor de todo lo que no tiene que ver con el cine es brutal. Todas estas cosas van en detrimento del gozo del cine, del gozo de la gente, del descubrir el cine por otras razones que no tienen que ver con el éxito. Cuando la gente empieza a hacer eso por dinero, eso lo cambia todo. Además, eso está fuera de nuestro control.
—Hace unas semanas decía que las plataformas están simplificando las narrativas, porque ya no tenemos la necesidad de comprimir en las historias, sino que las podemos extender en capítulos y temporadas innecesarias.
—Yo creo que siempre y cuando el material dé para eso... Las grandes novelas son grandes novelas cuando hay material, pero no todo el mundo es Dostoyevsky [ríe]. Ahora bien: prefiero a veces eso que la deshumanización total de las ideas que se hacen en treinta segundos o veinte segundos en TikTok. La otra cara de las historias estiradas es la abstracción suprema de reducirlo todo a un bit, a una pequeña idea sin ninguna complejidad. Eso me parece tan serio y tan dañino como lo otro. Ambos extremos son muy peligrosos.
—Acaba de rodar 'Judy', una comedia con Tom Cruise. ¿Puede contar algo?
—Puedo contar muy poco. Es una comedia salvaje de proporciones catastróficas: eso es lo que va a ser esa película. Fue muy hermoso, fue una gran experiencia. Tom Cruise va a sorprender a todo el mundo. Se estrenará el año que viene.
«Me habría gustado más ser músico que cineasta, pero bueno, uno hace lo que puede»
—Por cierto: ¿es usted nostálgico?
—Sí lo soy: la nostalgia me ha acompañado toda mi vida. Me hice un regalo para cerrar ese capítulo en 'Bardo', que es una película de nostalgia y de melancolía. Pero ya he cerrado esa puerta, porque creo que la melancolía o la nostalgia pueden convertirse en obstáculos para vivir a pleno el presente. Pierdes muchas cosas pensando en lo que fue, en lo que pudo haber sido, en extrañar lo que ya no tienes. Creo que es inútil y puede convertirse en algo en contra de la vitalidad que necesitas para seguir viviendo hacia adelante. Soy nostálgico, pero hoy menos que ayer.
—Se extirpó la nostalgia con 'Bardo', entonces.
—Exactamente. Fue un exorcismo de la nostalgia.
—¿Qué recuerdos le quedan del nacimiento de su vocación?
—No hubo una epifanía en mi vida un día al salir del cine, como hay muchos directores que cuentan que les ocurrió: fueron un montón de experiencias acumulándose. Recuerdo ver 'Cowboy de medianoche', 'Yol' –una película turca que me impactó mucho–, 'Érase una vez en América' y hasta 'Blade Runner'. Todas esas películas tuvieron un gran impacto en mí cuando era adolescente. El cine fue el vehículo que encontré para reunir lo que me gustaba, que era la narrativa y la música, el poder contar algo y sentir algo, el traducir el conflicto humano a imágenes y música, que eso es lo que es el cine en esencia. Encontré eso como una posibilidad, tuve mucha suerte. La vocación, creo, nace de sentir demasiadas cosas y querer expresarlas y compartirlas. Aunque lo que a mí me gustaba era la música. Me habría gustado más ser músico que cineasta, pero bueno, uno hace lo que puede.
—¿Y toca algún instrumento todavía?
—Tocaba la batería y la guitarra, pero ya no. Ahora mis dedos son muy torpes.
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