POP

La pasión irreductible de Sir Paul McCartney

A sus 78 años, el genio de Liverpool publica una colección de canciones en las que graba todos los instrumentos y voces

Paul McCartney (Liverpool, 1942)

Álvaro Alonso

¿Qué mueve a un hombre que lo ha conseguido todo en el mundo de la música a seguir componiendo? Ha de haber en el corazón de Paul McCartney una pasión irreductible por la música. Y él la encarna, por encima de la ... fama, el poder o el dinero. Al desinterés estético se une el ponerse a prueba una vez más, encerrarse en su estudio por enésima vez, en soledad, intentando que la musa le llegue, trabajando.

El título del álbum, McCartney III , pretende ubicarnos en la senda de los dos discos que Macca firmó con un número. Ambos fueron en su momento vapuleados por la crítica. Hoy, son clásicos intocables . No es importante, porque lo que encontramos en este disco es un homenaje a la música de las islas británicas , ya sea el blues, el pop victoriano, el glam o el rock progresivo. De todos estos estilos The Beatles fueron pioneros, abriendo ramas y más ramas que fueron recogidas por cientos de bandas en todo el mundo, un fenómeno que no ha encontrado parangón en la historia de la música pop.

Ahora Paul, cercano a los ochenta años , se enfrenta al papel en blanco con buen pulso, energía y lucidez, dejando que fluyan las ideas desde el presente, instalado en el aquí y ahora, sin descuidar la conciencia de lo que fue y lo que significa su nombre, siempre con la espada de Damocles de la autoexigencia rozándole la yugular.

Portada de su último trabajo, «McCartney III»

Es una bendición y un ejemplo encontrar a McCartney en tan buena forma, algo de lo que dejó constancia hace tan solo un año con la publicación de Egiptian Station , su anterior trabajo. Si una cierta experimentación aparecía en, sobre todo, las canciones finales de aquel disco, en el nuevo se ha lanzado a recrearse en lo viejo para construir lo nuevo, en una rehabilitación de estilos y formas que beben de la tradición del rock de primeros años setenta , con claras referencias a Wings.

Así, analizando canción a canción este sustancioso disco , nos topamos desde el inicio con una declaración de intenciones. Suena el rasgueo de una guitarra superpuesta a un punteo que te aguijonea el cerebro en un mantra inicial que remite al blues rural . Una canción que parece una demo, un ensayo de algo que por imperfecto resulta bello. «Find My Way» nos lleva en su vaivén a una sucesión de arpegios y muros de sonido concatenados, con una melodía que te atrapa y te propulsa hacia adelante. La cosa promete, nos decimos.

Plomo, ladrillo y humo

De inmediato, da un giro radical, apareciendo una de las joyas del disco, «Pretty Boys», una canción trovadoresca cantada con acento muy marcado, escupiendo los versos, al estilo de Billy Bragg , con una hilera de bicicletas como magdalena de Proust . Entroncando con «Dear Prudence» del álbum blanco de The Beatles emerge «Women And Wives», con un piano irresistible, y la voz profunda, espectral, de Macca, emulando a otro grande de las islas, Julian Cope , en una atmósfera de cielo plomizo, ladrillo y humo de chimeneas. El glam rock no hubiera cuajado sin los primeros pasos en tierra virgen de McCartney en los años sesenta. Aquí hace balance con una pieza glam del siglo XXI, «Lil Lavatory», que estará ahora mismo haciendo bailar con sus riffs a Marc Bolan. Hay una presencia alta de la guitarra eléctrica, que Paul agarra con maestría, incluso cuando se acerca al rock duro en canciones como «Slidin’», otra más emparentada con el álbum blanco y «Helter Skelter» en mente.

«McCartney III» es un homenaje a toda la música británica: pop, blues, glam, rock progresivo...

No hemos terminado de salir de la distorsión eléctrica cuando toma la acústica y, falsete incluido, nos lleva a la campiña, ese otro lugar excelso en la música folk británica , o nos hace sentarnos en Hyde Park con unos sándwiches y toda la vida por delante, aunque haya poco dinero para gastar. Es «The Kiss of Venus», mellotron mediante, el particular «Rain» del disco, aquella imperecedera cara B que, según dicen, es la mejor de la historia. Ya a estas alturas tenemos la certeza de que es un gran disco. Y que Paul ha disfrutado haciéndolo. Por eso, la gloriosa «Seize The Day», con esos aires al Canon de Pachelbel , entran sin cuchara ni tenedor. Todo un homenaje a cuando Carnaby Street se llenó de flores, las chicas lucían apretadas minifaldas y la felicidad era algo al alcance de la juventud. No apta para espíritus gruñones y odiadores profesionales.

Pero no se vayan todavía, que aún hay más: Paul saca brillo a continuación a la pista de baile en un lánguido y elegante, con un bajo sostenido y una secuencia apenas rota por vientos sintéticos en una curiosa mezcla de Gil Scott Heron y Stevie Wonder . Palabras mayores. Aun cuando las discotecas sigan siendo hoy como un barco fantasma en la niebla. Sir Paul McCartney lo ha vuelto a hacer . Demos gracias a Paul.

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