LIBROS

Orlando Figes y los hilos invisibles

Se traduce por primera vez ‘El baile de Natasha', obra fundamental del historiador británico. Un recorrido por las almas rusas

El historiador británico Orlando Figes

En 1855 León Tolstói perdió su casa favorita en una partida de cartas. Durante dos días había jugado con sus camaradas de armas en Crimea, hasta perder en el último envite la más querida de todas. Había escrito a su hermano: «No vendería Yásnaia ... Poliana por nada del mundo, es la última cosa de la que estaría dispuesto a separarme». En eso acertó, pues las deudas le habían obligado a enajenar antes once haciendas, con sus siervos y campesinos adscritos, junto a los caballos y reservas disponibles. Más tarde, luchó por llevar lo que llamó «una vida de verdad» junto a los campesinos, que siempre mitificó -y le quisieron mucho-. La «vergüenza de la riqueza», que consideraba una mancha de nacimiento, lo alejó de aquella disoluta «vida anterior».

Sin embargo su instalación en 1862 en una nueva granja, resultó casi peor como campesino que como jugador. De modo que l a brizna de sentido común que le quedaba la empleó en contratar peones y encerrarse en su estudio a leer y escribir. La fantasía de lo utópico, la idealización de lo imposible, no le abandonaron jamás.

‘El baile de Natasha'. Orlando Figes. Taurus, 2021. 736 páginas. 35,90 euros

Tramas fascinantes

Lejos de representar un caso especial, Tólstoi pretendió una inmersión total en una realidad imaginaria. Quería «comprender qué es lo que piensa una vaca cuando la ordeñan y qué piensa un caballo cuando acarrea un tonel». Suena a chiste fácil, mas esto solo se le puede ocurrir a un intelectual ruso, como nos explica con increíble talento narrativo y un magisterio reconocido en la materia el historiador Orlando Figes .

Era una anomalía que no estuviera disponible en español esta obra maestra, traducida por Eduardo Hojman con precisión y cariño. Desde una posición fácil de comprender desde España, ajena a teorías de caracteres nacionales o peculiaridades románticas inventadas, Figes señala que en Rusia existió una trama de «hilos invisibles».

Cierta sensibilidad esbozada, por ejemplo, cuando la noble y bella Natasha Rostov del título, en ‘Guerra y paz’ precisamente, oye una canción popular y «se ve agitada por una sensación desconocida». Resulta un error común, argumenta Figes, considerar esta ambivalencia como una minusvalía o «retraso arcaico», pues « la energía artística del país estuvo dedicada casi por entero a aprehender el concepto de su nacionalidad».

El lector, envuelto por tramas fascinantes, solo puede rendirse a una evidencia. Rusia fue, es y será su cultura . Esta constituye el reflejo de una experiencia de fronteras múltiples. Existe una singularidad, si acaso, en el entrecruzamiento. Además, hay dimensiones de impacto y largo recorrido: la centralidad moscovita; la europeidad y la impostura de San Petersburgo; la sólida y valiente espiritualidad cristiana ortodoxa; la inmensidad asiática. Como indica Orlando Figes, no hay una sola alma rusa.

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