LIBROS
Jonathan Franzen: «No soy optimista, el panorama mundial es muy sombrío»
El escritor estadounidense regresa a la ficción con 'Encrucijadas', primera novela de una ambiciosa trilogía sobre una familia con la que retrata, también, el devenir de su país a partir de la década de los setenta del siglo pasado
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónIgual que la muerte nos arrebata la posibilidad de envejecer, uno tiene la sensación de que sus autores de cabecera, esos que te acompañan en tu tránsito hasta la madurez, son eternamente jóvenes o, al menos, se quedan siempre en la edad que tenían la ... primera vez que los leíste, cuando escribieron aquel libro que te cambió la vida. Pero no es así. Y sólo te das cuenta al tenerlos de frente. Sus canas son las tuyas, y también sus arrugas, aunque las disimulen reflejándose en el espejo de la ficción. Jonathan Franzen (Western Springs, Illinois, 1959) tenía cuarenta y dos años cuando publicó ‘Las correcciones’ , el libro con el que saltó a la fama, poco más de una semana antes de los atentados del 11-S . Cincuenta y uno el día que ‘Time’ le definió como el ‘Gran novelista americano’, el primero en ocupar la portada de la mítica revista, tras la aparición de ‘Libertad’ . Y cincuenta y ocho al confesarle a la periodista del ‘New York Times’ Taffy Brodesser-Akner que la novela que entonces estaba escribiendo sería, probablemente, la última.
Hoy, a los 62 años, Franzen afronta la madurez desde la calma que él mismo se negó en un momento dado de su carrera. Ha envejecido. Lo sabe, y le gusta. Los años le han sentado bien. Dejó atrás Nueva York , se instaló en Santa Cruz (California) y empezó a vivir la vida que realmente quería, no la que se había imaginado. De ahí la tranquilidad con la que se enfrenta a la publicación de su nueva novela, ‘Encrucijadas’ , que llegará a las librerías españolas el 21 de octubre de la mano de la editorial Salamandra . Lejos de ser la última, es la primera de una trilogía con la que el escritor narra la vida de una familia de clase media estadounidense, los Hildebrandt, en la década de los setenta del siglo pasado y, con ella, el devenir de un país que vio cambiar el rumbo de su historia reciente al perder la peor de todas las guerras, la que le enfrentó a su propia moral.
La primera pregunta es casi obligada: ¿cómo ha vivido la pandemia, cómo ha cambiado su vida en el último año y medio?
Sin duda, he pasado mucho más tiempo en la cocina en los últimos 17 meses de lo normal (ríe). A la gente que tiene dinero, que no es pobre, le ha ido mucho mejor durante la pandemia, y diría que es especialmente fácil si eres escritor porque, para mí, es un poco como la vida normal, salvo que me iba a la cama más temprano y me levantaba más temprano. Lo que más echo de menos es poder viajar. Ahora estaría en Europa promocionando el libro y de gira por Estados Unidos. Es una pérdida, pero no me atrevo a decirlo muy alto, porque es una queja de una persona muy privilegiada.
Hace un par de años le dijo al ‘New York Times’ que estaba trabajando en su sexta novela, y que sería la última, porque nadie tiene más de seis novelas dentro de sí mismo.
Creo que la periodista, Taffy Akner, no mencionó a Kathie (su pareja) en segundo plano diciendo: «Sí, dices eso de cada novela». Y no la corregí. Es una cosa que se dice. Cuando escribo una novela intento poner todo lo que tengo. Y cuando termino un libro así, siento que no me queda nada. Es una opinión sincera, es lo que siento, ya no sé dónde llegaré. Pero también es cierto que no hay mucha gente que haya escrito diez grandes novelas, hacer incluso cuatro o cinco es una proeza increíble. La mente se vuelve más fija, menos flexible, a medida que envejeces, y es más difícil cambiar de dirección. Y si no te gusta repetirte, se vuelve muy difícil escribir estos libros. En la ficción de género, 'westerns' o novelas policiacas, creo que no hay límite en cuanto al número de novelas que puedes escribir. Pero si intentas escribir algo diferente se vuelve muy difícil… Y la palabra ‘novela’ se supone que tiene que ser algo nuevo.
‘Encrucijadas’ es un análisis extenso y magistral de la cambiante cultura de principios de la década de 1970 en Estados Unidos. ¿Por qué eligió esa época para arrancar la trilogía?
Es una época muy formativa en mi propia vida, y nunca había escrito sobre ella en la ficción. En mi obra está la década de 1940, la de 1950, la de 1960, la de 1980, la de 1990 y el nuevo siglo, pero había un gran agujero, no estaba la década de 1970. Y era una locura, porque es la década más importante de mi vida en muchos sentidos. Tenía 11 años cuando empezó y 21 cuando terminó. Son años muy importantes.
¿Qué distingue a la cultura de esos años de todas las demás?
En la novela analizo los sistemas de creencias de los últimos 50 o 100 años en torno a los que la gente ha organizado su vida. Y me sorprendió que en 1971 considerarte cristiano significaba algo muy distinto a lo que significa en el Estados Unidos contemporáneo. A finales de la década de 1970, principios de la de 1980, se produjo un giro muy conservador de derechas en la religión protestante, y la buena gente liberal quedó en general desencantada con la religión, pensaba que eran antiabortistas, que eran favorables a la pena capital, que toda esa gente conservadora era terrible, era homófoba. Y lo que se olvidaba en ese alejamiento del EE.UU. liberal de la religión era lo fundamental que fue la religión en las dos luchas principales de mediados de siglo en este país, que fueron el movimiento contrario a la guerra, que estaba totalmente repleto de líderes cristianos, e incluso más el movimiento de derechos civiles, empezando por el propio Luther King, que era pastor. Es raro lo mucho que se ha olvidado ese espíritu en las décadas intermedias.
Recuerdo que la última vez que nos vimos, hace casi seis años, me dijo que escribir una novela es como estar bajo los efectos de una droga muy buena. ¿Sigue sintiéndose de esa manera o todos los últimos acontecimientos que hemos vivido han cambiado su relación con la escritura?
Una de las cosas que se ha dicho, pero no sé hasta qué punto es cierta, es que la gente ha leído más en el último año y medio. Es incuestionable que leer es una evasión. Una evasión suele tener una connotación negativa. Pensamos que evadirse de la realidad a través de las drogas, de los libros o de lo que sea es algo moralmente discutible. Pero si eliminas el elemento moral y simplemente describes la experiencia de leer, eso no creo que haya cambiado. Soy una persona muy pesimista, pero si me hubiesen dicho en 1995, cuando era extremadamente pesimista en cuanto a lo que la tecnología nos haría, que mucha gente leería en 2021, no me lo hubiese creído. Muestra, y aquí soy optimista otra vez, una cierta impaciencia, especialmente en cuanto a las redes sociales. Creo que mucha gente empieza a darse cuenta de que las redes sociales son algo perjudicial en el mundo.
En un momento de la novela, Clem, uno de los hijos de los Hildebrandt, dice: «Voy a hacer lo que quieran que haga, lo que probablemente signifique Vietnam». Me pregunto si Vietnam sigue siendo un fantasma que atormenta la mente de una generación en concreto en Estados Unidos o si esa herida ya se ha curado.
No creo que se cure nunca. La gente que está herida morirá, y ya no quedará nadie que lo recuerde y que lo vivió. Fue muy importante para mí. Vengo de un hogar extraño. Mis padres eran bastante conservadores en muchos sentidos, económicamente, culturalmente, pero eran extremadamente contrarios a la guerra. Mis dos hermanos podían haber sido reclutados para ir a Vietnam. El mayor lo evitó de la manera en que Clem lo evita, con una prórroga de estudios. Y mi siguiente hermano tuvo un número de sorteo muy bueno, por lo que no tuvo que preocuparse. Pero recuerdo que mi padre decía una y otra vez que si reclutaban a uno de ellos les llevaría personalmente a Canadá y no irían a Vietnam. Fue muy personal para mí. Esa época está marcada por eso. Creo que esa fue nuestra primera derrota en una guerra. Todo el país cambió como consecuencia de ese desastre, de esa derrota. Creo que una parte de la pérdida de confianza en el Gobierno empieza ahí, porque mintió una y otra vez sobre la guerra. Sí, esa guerra trastornó toda mi infancia.
En el libro, Becky, la pequeña de la familia, empieza a explorar las numerosas caras del amor, especialmente del primer amor. Mientras leía su historia no pude evitar pensar que ser un adolescente tiene que ser más difícil ahora, y ser padre también porque, ¿se imagina TikTok o cualquier otra red social en manos de Becky? Dios mío...
Simplemente, haría que Becky no fuese ahora tan inocente como lo era en 1971. La gente sigue enamorándose por primera vez, pero ahora se ve a sí misma, en cierta manera. Yo no recuerdo verme a mí mismo.
Yo tampoco, la verdad.
Sí, lo sé. Nunca había escrito ficción histórica antes, siempre he ambientado los libros en el presente. Es divertido volver atrás y escribir sobre un mundo en el que no había esa tecnología. Sería divertido volver atrás. En la ficción del siglo XIX la gente no tenía teléfonos, y era fantástico; si querías que dos personas hablasen, tenías que ponerlas en la misma habitación, cara a cara, y siempre es más interesante si la gente está frente a frente. La tecnología ha erosionado gradualmente muchas de las cosas que hacen que la ficción sea extraordinaria. Y eso no quiere decir que no pueda escribirse una gran ficción sobre el mundo contemporáneo.
No sé en Estados Unidos, pero en España los jóvenes han tenido bastantes problemas para aceptar las restricciones sanitarias de la pandemia. ¿Cómo les habrá afectado todo lo vivido a esas generaciones?
Aquí también. Los adolescentes hacen todo tipo de cosas imprudentes. Beben y conducen, fuman y tienen la necesidad de estar juntos, en grupo. Y durante el confinamiento era bueno verlo, en cierto sentido, no me molestaba. La resistencia a las vacunas es más propia de mi generación que de los jóvenes. Los jóvenes no tienen una opinión políticamente estúpida sobre ello, y están dispuestos a mirar a la ciencia. Me siento muy mal por los jóvenes, porque han perdido un año o más de sus vidas que podrían haber estado aprendiendo en clase. Antes, ya pasaban demasiado tiempo con sus teléfonos. Ha sido un completo desastre. Ahora todo el mundo está todo el tiempo con el teléfono y debido a ello la gente es más solitaria. La paradoja es que cuanto más tiempo pasas en las redes sociales, más soledad sientes.
Ellos tienen una conciencia importante, plena, sobre los efectos del cambio climático...
Así es. Saben que el mundo se está destruyendo debido al cambio climático. Tanto si lo admiten como si no, tanto si quieren hablar de ello como si no, reconocen que probablemente no van a evitar que se produzca la catástrofe. Eso es muy diferente a cuando yo tenía 18 años. Me preocupaba que el mundo acabase con una guerra nuclear. Cada vez que había un trueno o un relámpago pensaba que era el fin del mundo y que iba a morir por una bomba de hidrógeno. Pero existía la posibilidad de evitar una guerra nuclear. Por tanto, aunque pensaba de manera realista que no viviría hasta los 30, había posibilidades de que viviese. En una parte de mi mente me preguntaba dónde quería estar dentro de 50 años.
¿Y dónde quería estar?
Viviendo en una casa bonita en Nueva Inglaterra. Quería haber publicado una serie de novelas con una buena acogida. Es lo que quería cuando me imaginaba con la edad que tengo ahora. Pero resulta que odio Nueva Inglaterra. He aprendido que las casas grandes son malas, y las grandes y antiguas son más problemáticas todavía. Pero ahora es muy diferente. Estás seguro de que las cosas se van a poner muy mal. Es muy importante ser capaz de imaginar dónde quieres estar dentro de 40 años. Y ahora es muy difícil, porque cuando te imaginas dentro de 40 años, imaginas un mundo cuatro grados más caliente, y es un completo desastre. Es a lo que se enfrentan los jóvenes, por eso sólo siento simpatía hacia ellos, su futuro es muy deprimente.
Es curioso, porque hace unas semanas estuve charlando con Fernando Aramburu, uno de los escritores contemporáneos españoles más importantes, y me dijo que «la pandemia es solo un aviso, estamos al borde de un precipicio». Hablaba, claro, de la ecología.
Mucha gente es muy consciente de dónde estamos. La idea de que podemos solucionar esto, que sigue siendo la línea oficial de los Gobiernos, de la UE, de científicos públicos, es absurda. No podemos solucionarlo. En los dos últimos años oigo hablar mucho más de adaptarnos y mucho menos de solucionar el problema, y es bueno, aunque el primer paso es reconocer que el desastre se acerca. Cuando dejas que eso cale en ti, la vida es diferente.
Marion, la madre de los Hildebrandt, sufre una crisis psicótica en su juventud. ¿Cree que nosotros, y cuando digo nosotros me refiero a la prensa, pero también a la sociedad en general, tratamos los problemas mentales de una manera adecuada?
Lo hacemos lo mejor que podemos. La enfermedad mental puede ser lo más doloroso que puede sufrir un ser humano, y también es aterradora porque cuando te relacionas con otra persona sientes que te relacionas con su personalidad. Si la persona tiene cáncer, sigue siendo esa personalidad, lo único que pasa es que ese cuerpo tiene cáncer. Cuando la propia personalidad está enferma, es muy aterrador porque no hay un punto de agarre fácil. En las décadas liberales de 1960 y 1970 hubo un esfuerzo muy bienintencionado por desinstitucionalizarlo. Los hospitales mentales eran a menudo lugares terribles. En parte por razones presupuestarias y en parte por razones humanitarias, se decidió que la gente estaría mejor no estando encerrada, aunque estuviera muy enferma. Eso significa que no hay muchos lugares a los que ir si estás enfermo. No tenemos estructuras, no tenemos camas en instituciones donde ir a recibir cuidados, una medicación adecuada, orientación. En este país lo estábamos haciendo mal en la década de 1960, y hubo una reacción que dio lugar a otra manera de hacerlo equivocadamente.
Si suponemos que cada país es una especie de familia, como los Hildebrandt, ¿qué tipo de familia sería Estados Unidos?
Creo que tendría muchos hijos adoptados. Es el crisol, es un país construido por inmigrantes. Sí, hubo padres fundadores y una o dos madres fundadoras, pero, sobre todo, fue poblado por gente que venía de otro lugar. Eso es. Hay una profunda división en Estados Unidos ahora, como la hay en el conjunto de Europa, donde hay acontecimientos muy inquietantes en Hungría y en Polonia, minorías sustanciales, incluso en los países más occidentales, de una forma de nacionalismo muy intolerante. Es como el hermano gilipollas que hay en cada familia. Tenemos un hermano gilipollas en Estados Unidos.
Por último, al principio de la conversación ha reconocido que ahora es más optimista. ¿Qué espera de nuestro futuro?
No soy muy optimista en realidad. Y en parte es defensivo. Prefiero sorprenderme alegremente en vez de decepcionarme amargamente por ser optimista. Nos enfrentamos globalmente a una mayor inestabilidad, en gran parte debido al clima, pero también a la tecnología. La tecnología provoca una enorme disparidad entre los muy adinerados y los demás. La inteligencia artificial plantea todo tipo de graves problemas. Entre la tecnología y el clima, creo que las cosas van a ser muy inestables, lo cual no es muy optimista. Hay que estrechar el foco para encontrar cosas por las que tener esperanza. Y tengo alguna esperanza de que si el mundo se vuelve menos global, por las pandemias o por el nacionalismo o por la ruptura de las infraestructuras o el desmoronamiento del comercio mundial, habrá comunidades, regiones, localidades que averigüen cómo ser más autosuficientes, cómo cuidarse los unos a los otros. Ahí están puestas mis esperanzas. El panorama mundial es muy sombrío.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete