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ENTREVISTA

Jared Diamond: «Resolver una crisis no significa que vas a ser feliz para siempre»

El geógrafo y fisiólogo norteamericano, premio Pulitzer y ensayista de enorme éxito, analiza en su último libro el modo en que las naciones afrontan sus peores crisis y aporta soluciones basadas en la psicología

Jared Diamond ÁNGEL DE ANTONIO
Miguel Ángel Barroso

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Un manual de autoayuda para las naciones en apuros. Ese podría ser, simplificando mucho, el objetivo de Crisis. Cómo reaccionan los países en los momentos decisivos (Debate), de Jared Diamond , catedrático de Geografía en la Universidad de California (UCLA), premio Pulitzer 1998 por su ensayo Armas, gérmenes y acero y miembro de diversas academias y sociedades científicas y filosóficas. Nacido en Boston en 1937, Diamond tiene el aspecto de un sabio clásico de los que predicaban sus conocimientos en el ágora, con una barba estilo klingon -sin bigote- y la mirada muy viva. Desliza las palabras con pausa e ironía, interpelando a su interlocutor y recurriendo insistentemente a las recetas de su último libro. En su reciente visita a España demostró que tenía la lección aprendida sobre lo que se cuece aquí -crisis es una palabra que llevamos grapada en estos tiempos, y algunas hemos superado ya a lo largo de la historia-. Su teoría de que los países pueden sobreponerse a estos trances siguiendo la Psicología aplicada a las personas es, como mínimo, transgresora, aunque contribuye a dar un barniz de claridad y de amenidad a un contundente volumen de más de 500 páginas. Explica los casos de Finlandia, Japón, Chile, Indonesia, Alemania, Austria y Estados Unidos, donde Diamond ha tenido experiencia vital. En su opinión, son ejemplos paradigmáticos para los demás.

Hay políticos que piensan que la mejor forma de salir de una crisis es negarla. En España es casi un lugar común.

Esa es una actitud estúpida. Para resolver una crisis tanto nacional como personal el primer paso es reconocer su existencia. Tengo amigos estadounidenses que son inteligentes y creen que tenemos un problema con el clima no porque lo digan los científicos, que eso debería tener bastante peso, sino porque observan los terribles incendios forestales o las sequías que asolan California. Pero la negación no es el único motivo para alimentar una crisis. Ahí está el caso de ustedes. Según me cuentan, aquí preocupan dos cosas: la dificultad para formar gobierno y -algo sin duda más grave- el independentismo catalán. Y nadie niega estos problemas, todo el mundo los ve.

Entonces, ¿cuál es su diagnóstico sobre la crisis institucional que sufre España? ¿Puede proponer alguna fórmula para resolverla?

A veces las dificultades se enquistan o crecen porque no hay voluntad para resolverlas. Lean mi libro [sonríe como si bromeara... o no tanto], y más concretamente sigan la recomendación de adoptar otros modelos. España no es el único país en la historia universal que ha tenido movimientos independentistas con los que lidiar. En el mundo moderno hay dos naciones que han demostrado perspicacia al enfrentarse a una situación parecida, como Holanda con Frisia, un territorio con lengua y rasgos culturales diferentes de la mayoría neerlandesa, y Suiza, que para mí supone un éxito completo. En España hay castellanos, catalanes, vascos y gallegos; Suiza es una confederación multilingüe con cuatro idiomas oficiales: alemán, francés, italiano y romanche, y su constitución establece una presidencia rotatoria entre estos grupos. El pulso secesionista en Quebec -una región grande y rica como Cataluña- quedó resuelto, al menos por unos cuantos años. Nueva Zelanda ha tenido problemas también, lo mismo que Alemania con la parte del Este e Italia con el Sur. Es decir, lo de España no es una anomalía. Ayudaría que en su país hubiera en estos momentos un presidente de Gobierno catalán.

Otra de las fórmulas que usted propone para vencer una crisis es alentar la identidad nacional, el orgullo colectivo, pero eso tiene el peligro de desembocar en nacionalismo.

Por supuesto que sí. El nacionalismo, como tantas cosas en la vida, puede tener efectos buenos y también perniciosos. Su eclosión en Alemania entre 1933 y 1945 acarreó unas consecuencias trágicas, lo mismo que en Japón, con el coste de millones de vidas humanas. Pero el nacionalismo es importante a la hora de aunar a la gente. La población en España es de unos 47 millones de personas, ¿no es cierto? Bien. ¿Cuántos españoles cree que conoce usted? ¿Un millar?

Bastante menos. Un par de cientos.

Los que sean. El resto no los conoce, pero son paisanos suyos, ¿no?, puede salir a la calle y no le atacan precisamente por ese espíritu de pertenencia que beneficia la convivencia en paz. A ese futuro hay que aspirar con Cataluña, sin renunciar a la identidad de unos y otros, pero entendiendo que todos son españoles, europeos y ciudadanos del mundo.

Disturbios en Chile. El país sudamericano es un ejemplo de superación para Diamond, pero la crisis actual prueba que «resolver un problema no significa ser feliz para siempre» REUTERS

Doce estrategias

En la parte final del libro, Jared Diamond establece doce «consejos» extraídos de la Psicología como hoja de ruta para los países en situación delicada . Algunos ya los hemos apuntado. En resumen: reconocimiento de encontrarse en una situación de crisis; asunción de la responsabilidad, evitando el victimismo y la autocompasión; construcción de un cercado para que los cambios sean selectivos, haciendo que políticas nacionales importantes queden fuera de la discusión; ayuda de otros países; adopción de modelos; identidad nacional; autoevaluación honesta, algo que no siempre es fácil por los intereses de los líderes; experiencia histórica de crisis nacionales anteriores; paciencia ante los fracasos; flexibilidad en las economías; valores fundamentales -el código moral de un país es igual al de una persona- y ausencia de condicionamientos geopolíticos que puedan limitar los cambios.

Vivimos en un mundo profundamente interrelacionado, donde la crisis en un país concreto puede contagiar al resto. ¿Esa ósmosis no complica las soluciones? ¿No es demasiado simple elevar a nivel global unas estrategias de salvación personales?

El punto de partida es lógico porque las naciones están formadas por personas, no son entes abstractos. Y claro que la posibilidad de contagio es hoy mucho mayor. La característica más privativa de nuestro mundo es que, por primera vez en la historia, es posible destruir la humanidad por completo. En la gran crisis que está por venir todos vamos a caer juntos o a salvarnos juntos. Es imposible que Estados Unidos, España y Japón sean ricos al mismo tiempo que Malawi y Laos son pobres. La única manera de que el mundo sea un lugar estable es que todos tengamos un nivel de vida decente.

En uno de los capítulos de su libro habla de las amenazas futuras, poniendo el foco en la nuclear y la ecológica. Precisamente hace poco tuvo usted una conversación con David Wallace-Wells, autor de «El planeta inhóspito», un ensayo apocalíptico.

Evidentemente el cambio climático es uno de los problemas más importantes a los que se enfrenta nuestro planeta. Puede que no nos mate a todos, pero provocará que tengamos una vida imposible, porque el abanico de problemas es enorme: subida del nivel del mar, productividad decreciente por pérdida de recursos naturales, hambrunas, enfermedades tropicales, sequías, destrucción de las barreras de coral que protegen las costas...

Explica el caso de superación chileno tras la dictadura de Pinochet, aunque el «Chile para todos los chilenos» significó actuar con cautela al enjuiciar a los torturadores y asesinos de aquella época. ¿Cómo se entiende la situación tumultuosa que está viviendo ahora ese país?

Sencillo. Solemos tener la expectativa un poco ingenua de que resuelves un problema y vas a ser feliz para siempre, pero la vida nos enseña que eso no es cierto. Ocurre en los individuos y en las naciones. Chile solucionó bien los problemas políticos derivados del golpe de Estado de 1973, pero las desigualdades no han desaparecido. Desde luego, yo no esperaba estos disturbios tan violentos, y la mayoría de los chilenos probablemente tampoco. Cuando la gente se levanta de esta manera y el ejército pone orden en las calles, es inevitable evocar acontecimientos pasados.

Finlandia en guerra. Tropas finlandesas en enero de 1940. El país libró la guerra de Invierno (1939-1940) y la de Continuación (1941-1944) contra la URSS, y la de Laponia (1944-1945) contra la Alemania nazi

La parte que le dedica a Finlandia es sorprendente. Desde el sur de Europa se mira con cierta admiración al norte y tendemos a olvidar sus tragedias pasadas.

Viví allí en el verano de 1959, fue una experiencia corta pero intensa, incluso aprendí un poco de finés. Tuve relación con personas -veteranos y viudas- que sufrieron mucho en los distintos enfrentamientos con la Unión Soviética y la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Un pequeño país pudo preservar su independencia a un alto coste. Ahora, Rusia y Finlandia conversan de forma constante, de modo que los rusos se fían de estos vecinos. Hay un caso contrario: Ucrania tiene una frontera significativa con Rusia, pero no se llevan nada bien.

En otro de sus libros, «Colapso», analiza por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen. ¿Ve en la actualidad alguna en peligro de extinción?

¿Alguna? ¡El mundo entero está en peligro si no conseguimos resolver los problemas de sostenibilidad! Bueno, tal vez sobreviva Nueva Guinea, porque allí tienen herramientas de piedra y cultivan la tierra al modo tradicional, mientras la civilización moderna e industrializada se derrumba. En El mundo hasta ayer sugiero que algunas prácticas de las sociedades tradicionales pueden ser adoptadas por nuestro mundo para resolver crisis, como solucionar disputas sin ir a los tribunales, respetar a los demás... ¿Usted sabe hacer una herramienta de piedra? Pues eso.

Algo habremos avanzado desde la edad de Piedra...

Claro. No seamos tan pesimistas. Lógicamente aprendemos de los errores. Si consideramos la frecuencia de las guerras en los últimos dos mil años o las atrocidades que cometimos en el siglo XX, es indiscutible que hemos mejorado. También hemos aprendido la importancia del agua potable, de la salubridad y la higiene, eso lo damos por sentado. En este aspecto las tribus de Nueva Guinea sí tienen un problema, porque beben agua en el mismo lugar donde van al baño.

De las famosas doce recomendaciones que ofrece para poder reaccionar, ¿cuál sería la prioritaria?

Es como si una pareja me dijera que se va a casar y, como ejercicio previo, hace una lista de preferencias en su matrimonio: el sexo, los hijos, la familia política, el dinero... Unos jóvenes que se pregunten eso se van a divorciar en un par de años, porque deberían priorizar todo. En el caso que usted me pregunta, igual.

Después de este viaje por ejemplos de superación, ¿es usted optimista sobre las posibilidades del ser humano?

Soy optimista, pero con las debidas precauciones. El mundo tiene graves problemas, no digo que vayamos a morir todos, creo que somos capaces de resolverlos... pero no sé si queremos. No sé si en las próximas elecciones presidenciales en mi país vamos a votar otra vez por Trump o no. Los seres humanos somos expertos en complicarnos la vida.

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