El intenso deseo de vivir de Bárbara Mingo

‘Vilnis’ surge de la fascinación de la autora por un pintor y compositor lituano llamado M. K. Ciurlionis que nació en 1875 y murió, como Mahler, en 1911. Es posible que usted nunca haya oído hablar de él, pero en Lituania es considerado un héroe nacional, el creador de la moderna música de concierto lituana y de la moderna pintura lituana, un heraldo del movimiento abstracto. El libro comienza con el viaje de la autora a Lituania en busca de las huellas de Ciurlionis, primero en la ciudad de Druskininkai, donde vivió de niño, y luego en Vilna y en Kaunas.

Esta búsqueda recuerda a ratos a ‘La vida secreta de Sebastian Knight’, la novela de Nabokov en la que se sugiere que es imposible escribir la biografía de nadie porque es imposible saber nada de la verdadera vida de otra persona. Pero se abre la ciudad de Druskininkai en las páginas de Bárbara Mingo con sus lagos, sus estaciones termales, sus iglesias, sus bosques (el que no ha estado en Lituania no sabe realmente lo que es un bosque), y uno se siente casi tan feliz como si estuviera allí verdaderamente porque de pronto sus ojos están viendo. Primero la sensación, luego la emoción.

‘Vilnis’ comienza con el relato ordenado de la vida de Ciurlionis y de cómo decidió abandonar la música para dedicarse a la pintura, pero pronto el ensayo biográfico más o menos convencional se diluye en el relato de las sensaciones y las emociones de la viajera: su soledad, la vaga sensación de que su búsqueda es absurda o imposible. Intentando regresar a su hotel se pierde una noche por las calles de Vilna «y comprendo de súbito que no voy a entender nada de Ciurlionis».

Así es como de pronto, alrededor de la página 84, Bárbara Mingo alcanza la plenitud de su voz. Hay algo intenso y conmovedor en este libro, en la precisión de sus frases , en la fragilidad de la viajera que de pronto siente que ha desperdiciado su vida. Es el encuentro brutal, con la belleza absoluta. Sacia una sed que todos sentimos: de belleza, de vida, de sentido. O no la sacia, porque sería imposible. Por eso, al terminarlo, lo volvemos a comenzar.