LIBROS

Hacer la maleta

Eso es lo que hace por sexta vez César Antonio Molina para construir un nuevo libro de «memorias de ficción»; también de viajes, impresiones y reflexiones. Un clásico contemporáneo

Fotografía de Hamish Fulton perteneciente a la serie «Toledo en el horizonte» (2007)

JOSÉ MARÍA HERRERA

César Antonio Molina comenzó a publicar sus memorias de ficción en el año 2000. El sexto volumen, « Todo se arregla caminando », acaba de llegar a las librerías. Los lectores familiarizados con el proyecto saben que no son unas memorias al uso. ... El autor no desea contar su vida y menos aún dar pábulo a sus obsesiones personales . Aunque el género favorezca lo subjetivo, sobre todo ahora que se juzga meritorio no dejar nada a la sombra, Molina centra la atención en sus vivencias como viajero y omite todo lo demás . La vida cotidiana apenas le interesa. Lo interesante, lo literario, se halla fuera. Alguien como él, que confiesa encontrarse en casa solo cuando está lejos, necesita caminar para respirar, para sentir que todo se arregla.

La idea de que la cotidianidad tiene algo de alienante es un tópico moderno que se remonta al pensamiento de que para beneficiarse de las ventajas de una existencia social no queda otro remedio que renunciar a parte de sí mismo. Supuestamente, sólo se libra de esto el poderoso que interviene de manera activa e influyente en los asuntos de la vida real. Ni que decir tiene que semejante creencia es tan indefendible como la que proclama que el pragmatismo inherente a ese tipo de ocupaciones no se lleva bien con el espíritu poético. Goethe , arquetipo del literato genial con responsabilidades políticas de alto nivel, pensaba que la mejor forma de liberarse de un estado sombrío del alma era consagrarse a los asuntos públicos; César Antonio Molina, otro poeta con pasado ministerial, prefiere hacer la maleta y salir de viaje .

Salto a la ficción

Viajar implica siempre una ruptura, un salto de la vida real a la vida de ficción, y no porque se produzca una pérdida de realidad, sino porque la realidad se ve enriquecida en el viaje con las incitaciones de lo extraordinario . Sobre esta base, con ligeras variaciones, ha ido construyendo Molina sus memorias desde el primer volumen hasta el último. Más o menos se trata siempre de lo mismo: el autor visita un lugar –una ciudad, la vivienda de un poeta, una ruina, un museo, un cementerio– y, mientras lo recorre, recrea con estilo claro, amable y erudito algún aspecto significativo de su historia o de la historia de personas que tuvieron relación con él.

Poco a poco se va así descubriendo la olvidada riqueza de unos y otros a la vez que se reflexiona sobre las cuestiones eternas de la vida : la ferocidad del tiempo, la vanidad de las cosas humanas, la melancolía ligada a la memoria. El resultado final no es nunca una idea formidable, abracadabrante, sino una insinuación modesta, sin pretensiones, como corresponde a quien ama la tradición clásica, Séneca o Montaigne , y asume el consejo de Salomón : «No seas sabio ante tus propios ojos». En vez de destellos geniales y revelaciones deslumbrantes estilo « Sturm und Drang », Molina prefiere ofrecer al lector la claridad indispensable para conocer las cosas y reconocerse en ellas .

Predominan en Molina la distancia, la observación desapasionada, la iluminación como ilustración gradual, la ironía delicada

En ese estilo hay entradas excelentes en «Todo se arregla caminando»: la visita a la Villa de los Papiros de Herculano, las observaciones sobre el «Laocoonte» del Vaticano, las reflexiones acerca de Rilke y Milosz , los comentarios sobre el cine polaco, etcétera. Dotado de un golpe de vista excepcional que le permite captar sin vacilar lo que late al fondo de las cosas, Molina encuentra siempre el hilo del que tirar para hacer visible la trama de sentido que se esconde bajo el polvo del olvido . Los desgarrones de la realidad no quitan para él que esta valga la pena, como tampoco la alegría de vivir impide que haya también buenas razones para la queja. A diferencia del turista, él conoce las bambalinas del teatro y sabe levantar los escotillones bajo los cuales yace una historia siempre más compleja de lo que suponíamos .

Todo esto lo hace Molina muy bien. La impresión es de acabado perfecto . Hay que ser, sin embargo, amigo del estilo solar y reticente de los clásicos para disfrutar con este tipo de textos. Otro tipo de lectores –no me atrevo a decir los lectores de hoy– quizá piense que el autor se camufla detrás de su inmensa sabiduría, que se evita y nos evita. ¿De qué huye?, ¿qué es lo que tiene que arreglar caminando?, ¿es el viaje una forma de vida verdadera o lo contrario? Tales lectores probablemente piensen que la única escritura que vale la pena es la que revuelve las tripas o cae sobre la cosas como un rayo abrasador.

Molina, sin embargo, es como Pausanias , un espejo, y aunque en este último libro las irrupciones personales abunden más que en los anteriores –el reconocimiento de que ha entrado en esa fase de la vida en la que las ilusiones se destruyen, la añoranza de las mujeres que no le miran, la ternura de la paternidad–, predomina en él la distancia, la observación desapasionada, la iluminación como ilustración gradual y no como revelación súbita, una ironía delicada que a mí personalmente me sigue pareciendo la excelencia de la escritura ensayística, pero que quizá ahora, en la noche del nihilismo, cuando «la lluvia y el viento frío junta a las ovejas» (Goethe), represente para muchos un vestigio elitista del amor a la vieja intemperie.

Artículo solo para suscriptores

Accede sin límites al mejor periodismo

Tres meses 1 Al mes Sin permanencia Suscribirme ahora
Opción recomendada Un año al 50% Ahorra 60€ Descuento anual Suscribirme ahora

Ver comentarios