LIBROS

Gustavo Martín Garzo: «El ser humano necesita contar y que le cuenten historias»

El escritor vallisoletano da a la imprenta 'El árbol de los sueños', una ambiciosa novela escrita con el referente de 'Las mil y una noches'

Gustavo Martín Garzo ha obtenido el Premio Nacional de Narrativa, entre otros galardones José Ramón Ladra

Con la publicación de 'El árbol de los sueños' (Galaxia Gutenberg), Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) cumple precisamente uno de los suyos, quizá el más acariciado, durante toda su vida: «Es un proyecto muy antiguo, aunque solo ahora a mis años he podido acometerlo. Para ... mí el libro por excelencia es 'Las mil y una noches'. Siempre he anhelado escribir una obra a la manera de 'Las mil y una noche'. De hecho, todas mis novelas tienen un poco esa estructura. Hay una historia central, pero luego se ramifica en otras. A veces se añaden por analogía, por circunstancias… Y creo que es la mayor ilusión de todos los narradores. Recordemos, por ejemplo, que Robert L. Stevenson dio a la imprenta 'Las nuevas noches árabes'. Somos como peregrinos, hay una serie de sucesos, afanes, que nos acompañan a lo largo de nuestra existencia. Si queremos dar cuenta de eso tan bonito que decía Rubén Darío: “plural ha sido la celeste historia de mi corazón”, la única forma es encadenar una historia y otra y otra… no es suficiente solo una».

Supongo que 'El árbol de los sueños' le habrá costado un especial esfuerzo...

Bueno, han sido tres años de intenso y continuado trabajo, pero la verdad es que en ningún momento he sido consciente del esfuerzo. Ha sido un libro muy de dejarse llevar por él. Empezaba y no sabía cómo seguir. Pero una historia me arrastraba a otra y así sucesivamente. Como bien decía Carmen Martín Gaite, la vida es el cuento de nunca acabar. Vivimos en la medida en que estamos contando, en que contamos cosas y a la vez escuchamos lo que nos relatan los demás. Ese intercambio de historias es la vida. El ser humano necesita contar y que le cuenten historias en un ejercicio sin fin.

Apunta Martín Garzo que la obra es también un homenaje a esa recopilación de relatos de Oriente Medio que se van engarzando uno tras otro sin que parezca que haya un final. Pero en la nueva propuesta del autor de las novelas 'El lenguaje de las fuentes (Premio Nacional de Narrativa), y 'Las historias de Marta y Fernando' (Premio Nadal) y del ensayo 'Elogio de la fragilidad ', entre otros muchos títulos, la narradora no es la mítica Sherezade, sino un personaje mucho más cercano, más cálido: una madre que cada noche lleva a cabo una labor que hoy por desgracia apenas se practica: relatar a sus dos hijos mil y un cuento que ha ido atesorando a lo largo de sus múltiples viajes, hasta que un día recala en un hotel de León y entre ella y el encargado del establecimiento surge el enamoramiento. Uno de los hallazgos de esta novela del escritor vallisoletano, aparte de ese 'tour de force' que supone un empeño de estas características, es el personaje de esta singular y un punto enigmática mujer.

La madre es tradicional, pero a la vez desea mantener su independencia, su 'habitación propia'. La condición que pone para casarse es que, aunque vivan juntos, quiere mantener su cuarto en el hotel.

Sí. No tiene problema en combinar ambos aspectos. Después de numerosas peripecias, forma una familia y renuncia a esa vida viajera que ha llevado desde pequeña, pues es hija de un embajador, pero no está dispuesta a perder su espacio, simbolizado en su cuarto del hotel, donde guarda sus cosas y la promesa de otros viajes, una especie de túnel por el que ir a otros lugares, aunque ahora cambie los viajes reales por los imaginados a través de convertirse para sus hijos en contadora de cuentos, que les trasladan a un sinfín de diferentes países, territorios y culturas.

'El árbol de los sueños ' . Gustavo Martín Garzo. Galaxia Gutenberg, 2021. 480 páginas. 23,50 euros

Dedica usted el libro a Pier Paolo Pasolini. ¿Es también un tributo al cineasta italiano?

A mí me encanta el cine, veo mucho cine. No solo soy un gran aficionado sino que me habría gustado mucho dirigir películas, y de adolescente hice algunos intentos con super 8. Pasolini es uno de mis cineastas preferidos. Nos regaló una maravillosa trilogía de la vida formada por 'El Decamerón', 'Los cuentos de Canterbury' y 'Las mil y una noches'. Es un canto a la vida, al sexo como fuente de alegría, al cuerpo humano en cuanto entraña de sagrado, no en un sentido religioso, sino como portador de vida. Después de esta trilogía se decepciona pues comprueba que se manipula, se tergiversa su propósito, se presenta como objeto de consumo. Empiezan a aparecer secuelas baratas, de carácter pornográfico, para llenar las salas. Entonces rueda 'Saló o los 120 días de Sodoma', uno de los filmes más terribles y crudos que se han hecho. Iba a ser una primera parte de una trilogía de la muerte, que el asesinato de Pasolini impidió. Lo impregna un atroz pesimismo, de una visión muy sombría. Yo no soy tan pesimista como el último Pasolini. Me quedo con el júbilo de su trilogía de la vida.

De su afición al cine proviene el corto que ha escrito y rodado recientemente, 'El secreto'...

Es muy modesto, y hecho con muy pocos medios, y gracias a la generosidad de algunos jóvenes que han colaborado en él, pero del que estoy muy contento. Se basa en un relato de título homónimo de Juan Eduardo Zúñiga, que nos muestra otra de sus facetas, más allá de su dimensión de escritor realista. Cuenta la historia de una joven que se enamora de un hombre que se hospeda en su casa, y de pronto desaparece, aunque, en realidad, no se ha ido sino que vuelve de otra manera. Refleja una de mis obsesiones que es el amor como vida secreta, el secreto que los amantes comparten y que quizá ni ellos mismos saben explicar en qué consiste.

Gustavo Martín Garzo fotografiado momentos antes de la entrevista José Ramón Ladra

«Lo más sorprende puede ocurrir. Hay que abandonar la idea de que somos dueños de nuestra propia vida»

En su novela, inserta también interesantes reflexiones. Por ejemplo: «Hay tres formas de relacionarse con el mundo. Entenderlo, que sería la de los filósofos y los científicos. Transformarlo, los ingenieros y los revolucionarios, o hablar de él, que sería la de los amantes y los niños». ¿Los escritores serían como los amantes y los niños?

Creo que sí, o por lo menos eso espero. De esas tres maneras, al poeta le interesa enfrentarse a ese misterio que es la vida, y poder escuchar las voces de todas las criaturas. Sin sacar conclusiones, sin hacer un juicio sobre ellas. Simplemente escucharlas. Todas las explicaciones se quedan cortas. El mundo es complejo, contradictorio, todo lo que se diga de él tiene una validez parcial. Hay numerosas cosas que se quedan fuera de las interpretaciones que se puedan dar. Lo bueno del relato es que no explica la vida, te acerca a su enigma para protegerlo. Lo deja todo abierto. El mundo como posibilidad, un sitios donde todo es posible. O como se refería Emily Dickinson a la naturaleza, como una casa encantada. Lo más sorprende puede ocurrir, incluso sucesos no siempre gratos. Hay que abandonar la idea de que somos dueños de nuestra propia vida. La vida nos lleva por lugares insospechados y el que no se atreve a visitar esos lugares no está viviendo de verdad. Que es un poco lo que le pasa a los niños, están en el mundo, asombrados, sorprendidos, buscando el ser encantados por lo que ven. De alguna forma es también lo que acontece en los momentos amorosos, donde los adultos recuperan esa mirada de asombro del niño.

Precisamente el amor atraviesa todo el libro. Le dice la madre a los niños: «Comerse el corazón del otro es el amor»...

Sí, gira mucho sobre la experiencia amorosa, sobre el amor y la muerte. En definitiva, todas las historias que merecen la pena se construyen con esos dos materiales. Comerse el corazón es una manera metafórica, muy sugerente, de expresar el deseo amoroso, que ya aparece en la 'Vida nueva' de Dante. El mundo del relato, de la fábula, de las leyendas nos lleva a un universo simbólico, que no se puede analizar racionalmente.

El título evoca el árbol bíblico del conocimiento, del bien y del mal...

De alguna manera, se hace una relectura del Génesis y de ese instante en el que Yahvé prohíbe probar a Adán y Eva los frutos de un árbol. Es curioso que no se especifica qué árbol es, aunque se puede intuir. Resulta lógico preguntarnos de que árbol se trata, pues la curiosidad es maravillosa porque nos permite asomarnos a lo desconocido. Lo que mantengo en mi libro es que ese árbol es el árbol de los sueños. ¿Y por qué Yahvé no quiere que sus criaturas prueben sus frutos? Porque, en el fondo, les dará el poder de soñar y este es el poder de asomarse a lo que no existe, y, en esa medida, al poder de crear. Y eso les convertiría en seres como la Divinidad. El que sueña, crea. Al asomarse a lo que no existe, quieres hacerlo existir.

«El que sueña, crea. Al asomarse a lo que no existe, quieres hacerlo existir»

¿Hay algún cuento de los muchísimos que contiene su novela que le atrae especialmente?

Es muy complicado elegir. No obstante, le diré que uno de mis preferidos es el relato del chico ciervo, que justifica la portada del libro. Y también el de la abuela que al morir su hija se hace cargo de su preciosa nieta. Una mujer muy rica quiere 'comprársela'. La abuela se niega, y la mujer insiste y le reprocha que está engañando a la niña con sus fantasías, con cosas que no son verdad. Y la abuela, harta de tanta recriminación, un día le contesta: «¿Y qué si no son verdad? ¿Sabe acaso la verdad lo que quiere el amor?». Es la frase que más satisfacción que ha producido y que resume la esencia del libro.

¿La mentira de la literatura nos salva?

La literatura es dadora de vida, nos salva de la oscuridad. Reivindica lo imposible, y apuesta por el amor frente a la verdad. No es volverse contra la razón ni renunciar a ella, sino que el poeta, el narrador viaja a lugares imaginarios, pero vuelve, esa es la diferencia con el psicótico, que no sabe, no puede volver. Queda prisionero. Los niños cuando juegan imaginan que la silla es un caballo, pero cuando les llaman para merendar saben perfectamente que es una silla. En este sentido, Don Quijote es un niño que juega, ya lo demostró Torrente Ballester en aquel libro tan maravilloso, 'El Quijote como juego'. Don Quijote no veía gigantes en los molinos, sino que fingía que los veía, jugaba como los niños.

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