REPORTAJE
Gambitos de todos los colores: el ajedrez como inspiración
El éxito mundial de la serie «Gambito de dama» es la excusa perfecta para recordar a grandes artistas del cine y la literatura que encontraron en el ajedrez una musa... O un vicio
Federico Marín Bellón
Si lo conoces un poco, el ajedrez es irresistible. Ni siquiera es preciso dominarlo. Como primer amor, no te abandona nunca; si llega después, es generoso y permite que entres hasta donde seas capaz de explorar. Muchos artistas se han sentido fascinados por ... esta forma tan pura de arte que, como la música y la pintura, no necesita palabras para expresarse. Marcel Duchamp -aquí abajo hablamos de él- decía que «si bien no todos los artistas son ajedrecistas, todos los ajedrecistas son artistas» .
El ajedrez es fotogénico y transcurre en dos espacios mínimos y a la vez casi infinitos: el cerebro y el tablero . La literatura suele acudir al primero, y el cine se desliza mejor sobre las 64 casillas. Bien combinados, nos cuentan historias como la de Beth Harmon . Gambito de dama no es solo la miniserie más vista en la historia de Netflix , número uno en medio mundo. Las ventas de libros de estrategia se han multiplicado por seis, al menos en Estados Unidos.
La novela de Walter Tevis en la que se inspira la serie ha vuelto a las listas de libros más vendidos, 37 años después de su aparición. Alfaguara ha decidido reeditarlo y ya está disponible en su versión digital. A las librerías llegará el 21 de enero, pero si lo buscan como Gambito de reina , aún es posible encontrar algún viejo ejemplar. A Tevis también le debemos El buscavidas y El color del dinero , su primera novela y la última, con las que entra sin mayores trámites en el santoral de cualquier aficionado al cine. Muchos se han preguntado quiénes inspiraron su gambito, pero lo mejor estaba dentro. A los diez años, Walter fue ingresado en un hospital durante un año, mientras sus padres se iban de San Francisco a Kentucky .
Cuando salió, tuvo que recorrer solo los 3.300 kilómetros que los separaban, no antes de desarrollar una adicción a las pastillas que le daban en el centro, quizá verdes. ¡Tenía once años! El alcoholismo vino después. Su Beth es «un tributo a las mujeres inteligentes» . «Antes, muchas tenían que esconder su cerebro, pero hoy no», dijo antes de dejar huérfana a la chica por segunda vez.
Del tablero a la literatura
No hay series equiparables sobre ajedrez y sí alguna malísima, pero en el cine y la literatura es otra cosa. Sin salir de la península ni ponernos eruditos, porque para eso hay que saber, cabe recordar el Poema de ajedrez del rabino Abraham ibn Ezrah , en el siglo XI. Dos siglos después, Alfonso X el Sabio encargó el famoso Libro de los juegos y en otro salto de 200 años encontramos El ajedrez de amor (Scachs d’amor) , poema a seis manos en el que por primera vez se menciona a la dama o reina, nueva pieza y embrión de futuros gambitos.
En 2020, más de cinco siglos después, se siguen publicando historias interesantes alrededor del juego. Nieve negra , de Jorge Benítez , y El peón , de Paco Cerdá , nos han contado sucesos y vidas que debían saberse. Ojalá Manuel Azuaga no se retrase en su aporte. Dentro de la ficción, Arturo Pérez-Reverte se ha ganado un sitio en los tableros de honor con La tabla de Flandes y El tango de la guardia vieja. «Yo voy al ajedrez como quien va a misa», confesó una vez. «Me produce fascinación, un estado espiritual muy intenso, me aviva la lucidez». No es casualidad que Santa Teresa , buena jugadora, sea la patrona de los ajedrecistas. Tanta pasión recuerda a Unamuno , que escribió Don Sandalio jugador de ajed rez y renegó de «ese vicio solitario de dos en compañía... Si es que eso es compañía». Lo jugó «con avidez de enfermo» y despreció las mismas virtudes que lo cautivaban.
Unamuno jugó y escribió de ello, pero también renegó de «ese vicio solitario de dos en compañía»
Otro español, Fernando Arrabal , es autor de una de las mejores novelas del género, La torre herida por el rayo , premio Nadal en 1982. Y a Borges le debemos los versos más conocidos: «En el Oriente se encendió esta guerra cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra. Como el otro, este juego es infinito». Antes de apurar el espacio, es imprescindible recordar La novela de ajedrez de Stefan Zweig . Se tarda un rato en leerla y no se olvida nunca. Otros ilustres aficionados (seamos injustos en la mezcla) son L ewis Carroll, Skármeta, Camilleri, T. S. Eliot, Beckett, Queneau y Cortázar , quien según cuentan abandonó el juego porque le absorbía. Nabokov , autor de La defensa , gran jugador e incluso compositor de estudios, es el enlace perfecto con el cine. Su protagonista -J ohn Turturro en la película de Marleen Gorris - se tiró por una ventana como el maestro berlinés C urt von Bardeleben , en quien se inspira. Creó escuela, que es lo peor.
No es tarde para citar algunas de las películas fundamentales: El séptimo sello ( Bergman ), El jugador de ajedrez (de Petersen , con la española homónima de Oliveros de propina), En busca de Bobby Fischer ( Zaillian ), El caso Fischer ( Zwick ), La reina de Katwe ( Mira Nair ), Fresh ( Boaz Yakin ) y la oscarizada La diagonal del loco ( Richard Dembo ). Pero ¿quién puede olvidar los jaques gloriosos de 2001, Casablanca, Blade Ru nn er y Traidor en el infierno?
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