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LIBROS

Éric Vuillard y la rebelión del hombre corriente

La última «nouvelle» del escritor francés retrata el nacimiento del sujeto moderno

Thomas Müntzer, autor de dos manifiestos, fue mesiánico e intolerante
Mercedes Monmany

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«Los exasperados son así, brotan un buen día de la cabeza de los pueblos como los fantasmas salen de las paredes», escribe el estupendo escritor francés Éric Vuillard en su última obra, o fulminante «pamphlet». «La cosa no acabó nunca», prosigue. Una y otra vez, la rebelión contra los poderosos de cada época (revueltas, levantamientos, estallidos que no llegarían a las famosas revoluciones de carácter mundial que marcan la Historia) l a exasperación e ira desorganizada e incontenible contra reyes y mandatarios, contra el clero y los recaudadores de impuestos, contra jueces inapelables y una larga retahíla de capitostes, se va encadenando, dándose la mano de forma furiosa y muchas veces fanática. Con la excusa de la religión se predica, en sermones revolucionarios del siglo XVI, el amor. Amor a todos, incluidos los pobres y desheredados, gran escándalo intolerable para los que dominan desde lo alto. De repente, se quiere limitar el poder de los príncipes, la corrupción del dinero , la explotación despiadada de campesinos que ven morir a sus hijos de hambre, la violencia salvaje y sin sentido de las cruzadas.

Cada vez más, como se desvela en vertiginosos y febriles capítulos de los casi siempre breves libros de Vuillard. En esas obras de denuncia y señalamiento histórico de momentos muy concretos que cambiaron el curso de nuestra civilización, ayudado por un brillantísimo, enérgico y deslumbrante lenguaje, de ritmo casi frenético, Vuillard viene denunciando, ya sea desde guerras «convencionales» como las dos mundiales, o esta revuelta de campesinos y pequeños artesanos más oscura e ignorada, un gran número de inquietudes, de eternas desigualdades y «pulsiones igualitarias» que surgen sin cesar , por doquier, también en nuestros días. Todo seguiría conectado, nos viene a decir Vuillard, dando voz y ofreciendo un relato a momentos de la Historia de extrema dureza, muchas veces olvidados. Su personaje escogido en esta ocasión es un explosivo predicador alemán , Thomas Müntzer , autor de un célebre «Manifiesto de Praga» y de otro no menos legendario «Sermón ante los Príncipes», pronunciado en 1524 en el castillo de Allstedt (Sajonia) en presencia del príncipe y otros nobles y magistrados.

Masas de descontentos

Alguien «mesiánico, intolerante, furibundo, impulsivo», iluminado por una misión: la denuncia de las injusticias de su tiempo. No es de extrañar, escribe Vuillard, caer en el fanatismo cuando la «exasperación» ante las situaciones y la persecución de que era objeto Müntzer no hace más que empujar hacia ello. Su base «cada vez más social y virulenta» de masas de acólitos y descontentos que lo veneran, lo vuelven peligroso. La amenaza crece más y más. Nietzsche se inspiraría «secretamente en él» . La imprenta ya había sido inventada. El contagio corre muy deprisa.

Müntzer será ajusticiado finalmente a los 35 años de edad, empalarán su cabeza y su cuerpo será arrojado a los perros. El encabezamiento de sus cartas finales a su gran enemigo, el conde Ernest, lo dirán todo. Pero otros, en otros lugares, recuerda Vuillard, habían sembrado ya la desesperación, rebelándose y predicando la desobediencia.

Dos siglos antes, John Wyclif, en Inglaterra, sentencia que «todo el mundo puede guiarse por sí solo gracias a las Escrituras», con lo cual los prelados no son necesarios. Wyclif propugna varias medidas inauditas: que se designe a los papas por sorteo, que la esclavitud sea pecado y que el clero debe vivir en lo sucesivo conforme a la pobreza evangélica. Nada más ni nada menos que el enunciado de igualdad y fraternidad que llegaría varios siglos después con la Revolución Francesa. Una Revolución, de cuyos derechos y libertades vivimos hoy, a la cual Vuillard le dedicaría un memorable libro, «14 de Julio», el mejor quizá de su producción junto al merecido Premio Goncourt 2017 por «El orden del día».

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