MÚSICA

Dylan-Knopfler, el regreso de dos clásicos

Bob Dylan y Mark Knopfler demuestran que su inmenso talento sigue intacto en sendas giras con varias paradas en España. La del guitarrista escocés ha sido un canto de despedida

Álvaro Alonso

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El Nobel de Literatura visita esta vez Sevilla, Málaga, Murcia y Valencia

Bob Dylan, al principio fue el verbo

Hay una arcana y bonita creencia según la cual abrir por una página al azar la Eneida de Virgilio hace aparecer el oráculo de lo que está a punto de ocurrir. Me gusta hacer lo propio con el libro de Bob Dylan Chronicles . El Nobel de Literatura, el bardo de Minnesota (nació en Duluth el 24 de mayo de 1941; está a punto de cumplir 78 primaveras) lo obtuvo por otra cosa, como es el hacer del verbo poético música, y de la música verbo, en un vals entre letra y música que ha sido inspiración para tantos.

Omnipresente como un océano, Dylan siempre es el más nombrado en los índices de toda biografía musical, es ubicuo e inabarcable, abisal y horizonte utópico , ya sea portando la esperanza, la compasión o la melancolía. Porque hay tantos Dylan como caras tiene un poliedro, gran burlador de un personaje que el de Duluth inventó sombrero y pluma en ristre cual Rimbaud calle abajo por Broadway, soñando un sueño, el del absolutismo estético , el arte por el arte, robando con oído atento el pálpito de los hombres y mujeres, el signo de los tiempos, las pequeñas derrotas y las grandes hazañas de lo cotidiano, cuando no embaucando con sus pasigrafías y pasilalias, palimpsestos surrealistas que, como la cifra del César, guardan un mensaje en una botella que el oyente ha de interpretar en una hermenéutica múltiple, tan abierta como atemporal, siendo su fuerte el ser el médium de la música popular, de sus fantasmas y exaltaciones álgidas.

Es ese viento idiota, un devenir inocente donde solo nos queda el libre juego del niño. Dylan, el Nobel, el cantautor por excelencia, la vaca sagrada de una época contracultural de la que no queda ni rastro, es estética pura y dura, sin amo ni esclavo, más allá de la dialéctica, escatología de un día del juicio final donde mejor nos pille a todos confesados. Mientras tanto, sangrando por los surcos, estaremos atentos a ese viento idiota que puede albergar la respuesta a nuestras dudas, al sentido de la vida en definitiva.

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