Diego Doncel - EN LOS MÁRGENES
Juan José Saer, la leyenda sin orillas
El escritor argentino fue el hombre airado al que perseguían la indiferencia, la desubicación y el silencio. Fue tan sutilmente original que confundió
La vida de Juan José Saer se resume en una sola idea: Juan José Saer fue Juan José Saer. Durante años se convirtió en el ‘enfant terrible’ de la provincia argentina , en el polemista provocador que no quería pisar Buenos Aires antes de ... marcharse de su país, en el turquito hijo de inmigrantes sirios que decidió habitar la lengua española como una parte reconocible de su personalidad. Tenía el cuerpo grande y voluminoso de los excesivos , el apetito voraz por los tapetes de las mesas de juego, la pasión del bebedor de whisky con los amigos.
Estar durante tanto tiempo en los arrabales del reconocimiento, estar durante décadas en los márgenes del sistema literario, perdido en un París que ya habían ido abandonando casi todos los escritores de su mismo continente, le hizo ser todavía más trágicamente auténtico, escribir sin concesiones, crear una geografía literaria propia llena de genialidad.
Equilibrismos
Saer fue, gran parte de su vida, el hombre airado al que perseguían la indiferencia, la desubicación y el silencio. Fue tan sutilmente original que confundió. Ni la crítica, ni los escritores ni las editoriales supieron ver hasta qué punto iba a ser considerado uno de los narradores más fascinantes después de Borges . Juani, Saer, supo levantar su resistencia apelando a él mismo. Hay que ubicarlo haciendo equilibrismos en la cuerda que unía la creencia en su propia grandeza y la falta de interés al que un libro tras otro lo condenaban. Hay que imaginárselo en la soledad de Francia , sacudido por una Argentina que vivía una sangrienta irrealidad política e histórica, y abismado también en su propia irrealidad personal. Resistió aquel momento en que toda su vida parecía llena de grietas, en que era un don nadie, en que abandonó su casa y su matrimonio en París para irse a la busca de un nuevo amor en Rennes, en que su trabajo como profesor universitario le insatisfacía.
Fue el hombre que resistió con la única respuesta de encerrarse para seguir creando su mundo, que esperó, pese a todo, que s u literatura empezara a tener un lugar en el gusto de su tiempo. Nadie como él hizo de esa espera una apuesta biográfica a una sola carta. No temió el riesgo de ser uno más de aquellos que también esperaban en las buhardillas de París y en todas las buhardillas del mundo a ser reconocidos en su arte. No temió a que aquello que esperaba ni siquiera fuera conocido por él, que llegara una vez que hubiera muerto. No temió el fracaso porque comprendió que el que sabe escribir el mundo nunca fracasa.
Tuvo un sentimiento de la escritura esencialmente poético porque se dio cuenta que narrar se convertía en un arte humilde si no estaba atravesado por la poesía
Tuvo un sentimiento de la escritura esencialmente poético porque se dio cuenta que narrar se convertía en un arte humilde si no estaba atravesado por la poesía. Creó un lenguaje feliz y un estilo luminoso donde la realidad se celebraba tanto como se interrogaba, donde los sujetos y los predicados de su sintaxis tenían la vastedad y el lento transcurrir del río Paraná, el río propio en el que quedaban reflejados esos personajes, tan reales como imaginarios, tan íntimos como ficticios, que andaban por Santa Fe llevando sus encrucijadas, sus perplejidades, sus pérdidas vitales y sus tragedias políticas . Seres que pasean, charlan, se juntan en torno a un mantel y dan versiones o conjeturas distintas de lo que fue, como si las cosas y la escritura de las cosas tuvieran la dimensión de las arenas movedizas.
El viajero
Saer, el turco Saer, es el viajero del tren a Rennes que busca en la llanura de la región francesa de la Beauce la llanura de su pueblo, Serodino. Es el viajero que se acerca a Argentina, a ese rincón de Argentina, cada año para que la realidad inventada en su escritura y la realidad fáctica santaferina se sigan alimentando , confundiendo, descargando mutuamente su alta tensión. Llegaba casi de incógnito y miraba. En sus novelas esa mirada muestra un portento absoluto: el del detalle, el de la cosa simple convirtiéndose en el centro. Por eso sus despliegues descriptivos o narrativos, sus estructuras, sus formas nacen del mismo sitio del que nace un poema. Leerlo es como leer un mecanismo felizmente perfecto, algo cuyos límites desconocemos y por eso nos fascina. Hay pocos que hayan llegado en la novela de su tiempo a ese grado feliz de creación, que aporten al lector tanto entusiasmo.
Saer es ya un mito en Argentina y sigue siendo un extraño en muchas literaturas de nuestra lengua . Como diría Nietzsche hay que amar a aquellos que no saben vivir más que para desaparecer porque esos son los que pasan al otro lado. Onetti desapareció en una cama y desde ella revolucionó nuestras ficciones. Saer siempre está desapareciendo detrás de su propia escritura porque tiene una misión: convertir la realidad inconmensurable en forma definitiva. Es mejor leerlo desde ahí, desde esa desaparición, desde su desdén y sus quejas , desde sus arbitrariedades y sus iluminaciones. Murió tal día como hoy, en 2005. Es mejor pensarlo como el escritor que sigue esperando, como ese don nadie que esta misma mañana está cogiendo un avión para regresar a Argentina o para salir de ella y recordarla y escribirla desde lejos.
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