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Fragmentos y dibujos: los pequeños arrebatos de Charles Baudelaire
En «Dibujos y fragmentos póstumos» (Sexto Piso) se encuentra al Baudelaire presuntuoso, al cínico, al misógino. Excesos habituales en su poesía, pero despojados de su belleza formal
patricio pron
No parece fácil decir algo nuevo sobre Charles Baudelaire y es probable que ya nadie lo intente. Walter Benjamin escribió sobre el autor de Las flores del mal (1857) algunas de sus mejores páginas, T. S. Eliot lo consideró «un genio» (cualquier cosa que esto ... signifique) y Marshall Berman le dedicó un capítulo de su espléndido Todo lo sólido se desvanece en el aire (1982), al tiempo que a su figura se adherían etiquetas como las de «poeta maldito», «poeta de la modernidad» y «padre del simbolismo» , que invitan a la lectura de su obra, pero, como todas las etiquetas, lo hacen de tal forma que la potencia de esa obra queda anulada por la fuerza del lugar común, que siempre es enorme.
Baudelaire: «Ser un hombre útil siempre me ha parecido repugnante»
Baudelaire produjo su obra contra el imperio del academicismo en las artes de su época y, de forma más general, contra la sociedad moderna y la época industrial (es decir, contra los lugares comunes de su tiempo), así que la publicación de sus dibujos y fragmentos póstumos permite preguntarse si esa obra es capaz de interpelar a nuestra época como lo hizo con la suya.
Conocer, matar y crear
La respuesta, si existe, es que posiblemente no: sus dibujos (caricaturas, retratos, estudios) no son mucho más que bocetos de aficionado cuya única relevancia (puramente anecdótica, por lo demás) es que la mano que los trazó es la misma que firmó el extraordinario poema «Abel y Caín» y los fragmentos póstumos incurren en todos los irritantes excesos que son habituales en la poesía de Baudelaire sin poseer la perfección formal y la belleza de esta.
Aquí tenemos, una vez más, entre las listas de propósitos, remedios contra la gripe y enumeración de títulos y resúmenes de obras jamás escritas, algunas iluminaciones breves y fulgurantes («Alemania expresa la ensoñación a través de la línea, como Inglaterra lo hace a través de la perspectiva», « El Dandy debe aspirar a ser sublime sin interrupción ; debe vivir y dormir frente a un espejo»).
La época a la que la obra de Baudelaire se oponía ya ha acabado
Aquí está el Baudelaire presuntuoso («Solo existen tres seres respetables: El sacerdote, el guerrero, el poeta. Conocer, matar y crear. Los demás hombres están hechos para la servidumbre, para el establo , es decir, para ejercer aquello que llamamos profesiones»), reaccionario («El único gobierno razonable y seguro es el aristocrático. La monarquía o la república sustentadas sobre la democracia son igualmente absurdas y débiles») y cínico («Ser un hombre útil siempre me ha parecido repugnante») que conocíamos de algunos fragmentos autobiográficos, así como al ateo seducido por el mal que puede hallarse en su obra poética: «Dios es el único ser que, para gobernar, no necesita existir» . También al misógino, desafortunadamente: «Siempre me ha sorprendido que se permita entrar a las mujeres en las iglesias. ¿Qué tipo de conversación pueden sostener con Dios?», «La mujer no sabe separar el alma del Cuerpo. Es simple, como los animales . Eso es porque ella solo posee el cuerpo, diría un sátiro».
Pequeños arrebatos
Muy posiblemente fuese un error creer que estas ideas fueron las del mismo Baudelaire, ya que son simples oposiciones binarias al lugar común de su tiempo, en particular las más misóginas, que atacaban la concepción romántica de la mujer y del amor.
Entre listas de propósitos y remedios para la gripe, hay algunas iluminaciones
Como escribió en el proyecto de prefacio a Las flores del mal que constituye el texto más interesante de este volumen, a Baudelaire (que se definía como «casto como el papel, sobrio como el agua, inclinado a la devoción como una comulgante, inofensivo como una víctima») no le disgustaba ser considerado «un libertino, un borracho, un impío y un asesino» , pero seguir considerándolo así resulta difícil en nuestros días, cuando la época a la que su obra se oponía ya ha acabado, junto con la capacidad de esta para escandalizarse (y, posiblemente, de sentirse interpelada) por los pequeños e insustanciales arrebatos del autor de El spleen de París (1864), aquí reunidos tal y como Baudelaire los dejó a su muerte a la espera de los estudiosos y los completistas.
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