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ARTE

Cuando el río suena, arte lleva

La Fundación Miró analiza la influencia de «lo sonoro», convertido en material artístico de primer orden

John Baldessari, Beethoven's Trumpet (With Ear) Opus # 133, 2007. Foto: Fundació Joan Miró / Davide Camesasca

Isabel Lázaro

La Fundación Miró nos plantea una cuestión, que puede parecer superada, como es la sonoridad en el arte como categoría propia y, al tiempo, como posibilidad estética. Ahora que nadie se cuestiona la compartimentación entre las diferentes artes, viene a llamarnos la atención sobre la cuestión sonora más allá del mismo medio. ¿Arte sonoro? demuestra su capacidad estética y plástica a través de una amplia selección de obras por parte de Arnau Horta, comisario y especialista en la materia. Y nos lleva a un viaje temporal por el espacio y el sonido de la mano de muchos de los grandes autores desde las vanguardias hasta nuestros días.

Ruido, música y la ausencia del mismo -el silencio- tienen una presencia protagonista en una cita de 70 piezas de las que tan solo 16 fueron producidas para ser oídas. El sonido visto mediante pintura, dibujo, grabado, escultura e instalación permite experimentar más allá del oído, principalmente con los ojos. Hacia esta representación apunta la primera sala, con obras de Miró, Sonia Delaunay o James McNeill Whistler , en las que la presencia del sonido se vive como poética visión.

La música, a su ritmo

La música esboza su propia representación en forma de partituras que se reinterpretan en el papel, como las piezas de Pablo Palazuelo, Herman Meier o Katalin Ladik . La repetición y el ritmo se presentan en este soporte y desarrollan un lenguaje propio en el segundo ámbito de la muestra.

Más adelante, la presencia del sonido busca la interactividad en obras de Nam June Paik, Laurie Anderson y Michaela Melián , en la que es el espectador quien activa el medio y experimenta la obra en sus propios oídos. En este ámbito se desarrolla la mayoría de piezas más puramente sonoras, relegando el resto de salas a un sonido más bien tenue que puede pasar incluso desapercibido. Este aspecto sutil es remarcable en la obra de Alvin Lucier , Sound on paper , donde unos altavoces escondidos por un papel enmarcado fuerzan al visitante a acercarse a la pieza para poder disfrutarla más allá de su aspecto, que la hace casi imperceptible.

Los dos últimos ámbitos nos devuelven a través del ready made a la referencialidad del sonido. Duchamp y su À bruit secret , encerrado en una vitrina, deja con las ganas de experimentar su interior. Es un gran paradigma de lo que esta cita cuestiona y no soluciona. Dejar al espectador con la gran duda de cómo suena ese elemento secreto de su interior es parte del juego, porque toda la reflexión aparece y desaparece ante el visitante.

Nos introduce en la última estancia el icónico Beethoven's Trumpet (With Ear) , de Baldessari , un ejemplo más de la autoreferencialidad de las obras sonoras que pueblan la cita, para acabar con la confrontación entre lo sonoro, cinético y visual en la aparatosa instalación de Haroon Mirza Sitting in a Chamber (2013) en la que, bajo una estética tosca y rudimentaria, despliega una serie de tocadiscos, amplificadores, bombillas y discos.

Lo más cercano a la actualidad se deja para el final. Salpican la muestra en todas sus salas las obras de Rolf Julius , a quien se hace un homenaje que queda diluido en el recorrido, reafirmando la importancia del sonido en la producción artística, dentro y fuera del medio.

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