LIBROS
Celia pierde la inocencia
En «Celia en la revolución», Elena Fortún lleva a su popular personaje a los devastadores años de nuestra Guerra Civil
Elena Fortún, autora de la serie «Celia»
Quienes leyesen durante la infancia las ingenuas e incluso a menudo candorosas crónicas de la niña Celia se sobresaltarán al enterarse de que su abuelo (al que invariablemente se refería como «el abuelito») acabaría fusilado en 1936 por los sublevados en Segovia , y ... que el mismo destino, aunque a manos de los republicanos, sufrirían su arisca pero bondadosa tía Julia y su ardoroso primo Gerardo, afiliado a Falange Española… Que su gato Kinoto termine muriendo de hambre en los primeros días de 1939 no significa sino la culminación del proceso de empobrecimiento moral, económico y anímico que, al cabo, se narra en «Celia en la revolución», novela de aprendizaje en su variante más cruda: la pérdida de la inocencia a través del miedo, las despedidas, el peligro y la contemplación de la brutalidad. Y resulta especialmente desgarrador perder la inocencia cuando ésta ha sido tan extrema y melosa como lo era en los primeros libros de la serie.
Novela de aprendizaje en su variante más cruda: la convivencia con la brutalidad
Muchas cosas habían cambiado en España desde lo que en 1929 se había contado en «Celia, lo que dice», y Encarnación Aragoneses (nombre real de Fortún ) tuvo la gallardía de no dejar anclada su modesta saga en 1936, prefiriendo seguir con su registro de lo que ocurría en el país a través de los ojos de una niña que empezaba a no serlo. Fiel a la cronología histórica, no interrumpió las andanzas de Celia en 1936, cuando ésta cumplía los cruciales quince años, sino que quiso o necesitó fantasear con lo que le habría ocurrido a su personaje en esas circunstancias, aunque lo cierto es que siempre había invertido en Celia anécdotas autobiográficas, y también lo haría ahora. Alérgica a maniqueísmos, decidida a contarlo todo (como razona Andrés Trapiello en su prólogo , fue esa actitud la que dejó inédita la novela hasta 1987), Fortún, que había conocido el Madrid estimulante y por fin plenamente moderno de los años veinte, llevó a Celia desde Segovia a la capital, y de allí a Valencia, y después a Barcelona, y después otra vez de vuelta a la casa familiar de Chamartín, siempre en busca de sus hermanas pequeñas, tímidamente enamorada del miliciano Jorge y preocupada por la suerte de su padre, un hombre sensato y aturdido que en algún momento lanza un desahogo unamuniano : «¡La humanidad es una porquería…! La actitud de una persona honrada debe ser la inhibición… Mataos y matadme si no sabéis hacer otra cosa, pero entretanto, dejadme pensar, que es pensando únicamente como me siento fuera de vosotros».
Lejos de radicalismos
Viudo reciente, había formado una familia que, con todas las moderaciones, era progresista, aparte de adinerada sin lujos, culta sin pedantería, religiosa sin devociones excesivas. Las convicciones democráticas y las simpatías republicanas heredadas por Celia estaban, pues, lejos de radicalismos de cualquier especie. En una cafetería de Barcelona, de hecho, llega a ser amenazada y calificada de «fascista» por protestar ante alguien que afirma que es necesario inocular en los niños «el odio al hijo del burgués, el desprecio al niño rico». Muy pocas novelas contaron la guerra a pie de calle de un modo tan fiel a la realidad y, por tanto, tan estremecedor, algo que no se obtiene tanto en los episodios truculentos como ante la rutina de los bombardeos y la omnipresencia del sufrimiento y el terror . Quién podría haber imaginado que para narrar aquellos años y su devastación de un modo limpio iba a ser necesario recurrir al acolchado mundo de Celia.
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