DICTADORES CONTRA LA CULTURA
El autoritarismo cambió de color
Nadie ha escrito aún la «novela del autócrata», el tirano del siglo XXI
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Iniciar sesiónLas cosas no cambian; cambiamos nosotros, observaba Thoreau. El siglo pasado, en América Latina, fue signado por la «novela del tirano», género prolífico con el que los escritores del ‘boom’ retrataron a los crueles y delirantes dictadores de la derecha militar que por entonces ... se eternizaban en sus poltronas. En el siglo XXI, el autoritarismo cambió de bando: hoy gana el poder a través del sufragio, coloniza las instituciones democráticas , busca instalar un régimen de partido único, viola derechos humanos y censura, persigue y encarcela a sus adversarios, y utiliza una engañosa retórica izquierdista. Nadie, que yo sepa, ha escrito todavía la gran «novela del autócrata». Pero sabemos ahora que una de las más importantes figuras de la literatura latinoamericana -Sergio Ramírez, Premio Cervantes- ha recurrido a «la novela negra en tiempo real», para develar los entresijos de esa tragedia política. Lo ha pagado carísimo: con una orden de captura y el exilio forzado.
Para comprender desde España este fenómeno creciente es preciso modificar ciertas coordenadas. En la última guerra mundial y en la guerra civil española, el nacionalismo católico (con sus diversas expresiones) y el marxismo (con sus diferentes matices) combatieron en trincheras opuestas. En América Latina, hija del catolicismo hispánico, esos dos enemigos irreconciliables en muchas ocasiones unieron fuerzas contra un rival común: el aborrecido liberalismo político. Perón, ideólogo de Chávez, llamaba «demoliberalismo» a la democracia representativa, y el confeso objetivo de su Movimiento consistía en luchar contra ella.
Perón, ideólogo de Chávez, llamaba «demoliberalismo» a la democracia representativa, y el confeso objetivo de su Movimiento consistía en luchar contra ella
El profesor de la Universidad de Bolonia, Loris Zanatta, acaba de mostrar en su libro ‘El último rey católico’ cómo el régimen de Fidel Castro es más jesuítico que marxista-leninista. Ernesto Laclau, gurú de Podemos y del chavismo , intentó quitarle a la palabra ‘populista’ todo rasgo peyorativo. Laclau era argentino y provenía del llamado «nacionalismo popular». El término ‘populista’, que también le cabe a peligrosos derechistas y demagogos como Jair Bolsonaro, enmascara la palabra ‘nacionalista’, que todavía tiene mala prensa y que Einstein definió como la «enfermedad infantil» de la Humanidad. «No pintéis el nacionalismo de rojo», pedía Lenin.
Pero en América Latina no le hicieron caso: el orgullo nacional cohesiona mucho, en tiempo de identidades fragmentadas y de globalizaciones temidas. Y además existe una coartada ideológica: la emancipación del ‘imperio’, que vendría a ser principalmente Estados Unidos, justo cuando desde hace décadas ha desertado de casi toda injerencia en la región, y luego de la Unión Europea que, como todo el mundo sabe, quiere vampirizar las «venas abiertas» de nuestras prósperas naciones. Existe una entente de hecho entre nacionalistas de diverso pelaje y gradación : Cuba, Venezuela y Nicaragua a la cabeza, pero con simpatías intensas por parte de las cancillerías argentina y boliviana.
Aplauso a distancia
No todo es lo mismo ni los proyectos alcanzaron similares extremos, aunque su consigna compartida es quedarse con todo y para siempre, y crear la declamada Patria Grande. Que será ‘antimperialista’ o no será nada. Pero que derrotará a la ‘democracia burguesa’, con su división de poderes y su molesta libertad de expresión. La gran aspiración siempre consiste en someter a la Justicia, reformar si se puede la Constitución, sancionar ‘leyes del odio’ con las que acorralar a los disidentes, y en el mejor de los casos -cuando no los detienen o deportan- reducir a los opositores a meros ‘sparrings’, que jamás tendrán la ‘chance’ de ganar la pelea electoral.
El «socialismo del siglo XXI» no es socialismo ni es moderno -Sebreli lo llama «fascismo de izquierda»- , pero les ha permitido a Maduro y a los Ortega entronizarse y hasta ser admirados por ciertas estrellas del progresismo europeo, que confunden gordura con hinchazón y que aprueban esos sistemas salvajes y decadentes, a prudente distancia, mientras se beben un gin-tonic en la Puerta del Sol o en Saint-Germain-de-Prés. Se replica aquí la antigua tara de esa progresía , que conociendo los campos de concentración en la Unión Soviética preferían no denunciarlos para no ser «funcionales a la derecha». En eso, hay cosas que nunca cambian.
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