LIBROS
Javier Sierra: «La Real Academia me queda grande»
Javier Sierra es uno de los autores españoles con más tirón popular. Cada novela suya llega a los primeros puestos de las listas de «best sellers» y la última, «El maestro del Prado», ha batido todos los récords. ¿Cuál es su secreto?
Javier Sierra: «La Real Academia me queda grande»
Qué pequeño es el mundo. Javier Sierra (Teruel, 1971) llamó a las puertas de ABC en el año 88 ofreciéndose para hacer prácticas. ¿Estás en tercero?, le preguntaron en el diario. Respondió que sí, sin aclarar que estudiaba tercero de BUP, no tercero de ... carrera. «Me asignaron la página de conferencias –recuerda–. Durante unas semanas, fui a las conferencias de la Real Academia de la Historia, de la Lengua...». Aquel joven que soñaba con ser periodista se ha convertido hoy en un autor de enorme éxito: cada novela suya –«La cena secreta», «El ángel perdido» y ahora «El maestro del Prado» (Planeta), el título más vendido en la pasada edición de la Feria del Libro de Madrid– escala hasta los primeros puestos de las listas de «best sellers» dentro y fuera de España. ¿Sus armas? La intriga, el misterio.
¿Fue descubierta América antes de 1492? ¿Se tropezó George Washington con un espíritu durante la campaña militar que desembocó en la independencia de Estados Unidos? ¿Qué le ocurrió a Napoleón dentro de la Gran Pirámide de Giza? Sobre estos y otros enigmas históricos le hemos preguntado a Javier Sierra. Un triunfador con los pies en la tierra.
¿Ha pensado alguna vez en el fracaso el autor más vendido en España?
Claro que sí. Acabo de subir a los Picos de Europa con Edurne Pasaban, y en las conversaciones que hemos tenido en la montaña hablábamos precisamente de lo que supone estar en la cumbre, tanto física, en la montaña, como del éxito, y lo difícil que es mantenerse allí. El ser humano, hablando de «ochomiles», no está preparado biológicamente para permanecer demasiado tiempo en la cumbre. La cumbre hace que tu corazón, por la altura, no bombee bien la sangre; no piensas bien, tus músculos se atrofian. No es conveniente estar en la cumbre siempre, pero es muy doloroso descender de la cumbre.
«Leo las críticas. Deberían ser el gimnasio de los escritores»
Cuando llegas a la base de la montaña y miras hacia arriba, tienes la mayor recompensa de tu vida, porque tú has estado allí, en el Olimpo, en el lugar de los dioses. Descender del éxito también es un ejercicio de verdadero dolor. Por supuesto que he meditado sobre lo que significa la caída, y creo que estoy preparado para el momento en el que llegue. Tampoco he pensado nunca en hacer cumbre con mis libros, lo que he querido es contar historias que a mí me resultan fascinantes. Si hay lectores que comparten esta fascinación, bienvenidos sean. Si no los hay, yo seguiré haciendo mis exploraciones por mi cuenta.
¿Se considera el Dan Brown español?
No. Dan Brown y yo tenemos puntos en común, nos interesan temas comunes, pero nuestra aproximación a la literatura es diferente. Dan Brown somete la información a la acción, para él lo importante es el desarrollo de una trama que te corte la respiración. En cambio, para mí la información debe ser lo más fidedigna posible, y la trama está supeditada a la información. Sin embargo, ninguno de los dos sobra en las estanterías.
¿A qué escritores sigue?
Umberto Eco es mi autor favorito. Sus ensayos son los que más me motivan. «La búsqueda de la lengua perfecta» lo tengo como libro de cabecera desde hace años. Un texto magistral en el que él, como filólogo, explora la obsesión secular de distintos pueblos por encontrar la lengua que se hablaba en el Paraíso.
¿No lee novela española?
«Descender del éxito es un ejercicio de verdadero dolor»
Leo todo lo que publica Arturo Pérez-Reverte , porque le profeso admiración desde que era un niño. Leo también a Matilde Asensi. Y tengo en un altar, como si fuera Apolo, a Juan Eslava Galán . Gracias a libros como «En busca del unicornio» y «El comedido hidalgo», es uno de los grandes autores de este país. Me parece una injusticia que no sea miembro de la Real Academia Española.
Juan Eslava Galán en la Real Academia, ¿y Javier Sierra?
No, no. No, porque para ser académico de la lengua uno debe tener una trayectoria vital y literaria más larga. No figura en mis sueños. No me lo planteo. La Real Academia cumple su función, pero me queda grande. Y además, sigo prefiriendo ir por libre.
¿A qué cree que se debe su buena conexión con los lectores?
A un trabajo acumulado de muchos años; desde hace veinte combino escritura con divulgación. Digamos que he construido en torno a mi literatura lo más parecido a la figura de un trovador del siglo XIII: cuento una historia, pero también la explico, si es necesario yendo de plaza en plaza y con ayuda de los cartones del siglo XIII, que hoy son los medios audiovisuales que están a mi alcance. Concibo la literatura como comunicación y entiendo que la cultura precisa cada vez más de didáctica. Debemos hacer el esfuerzo por construir libros que sean didácticos, que interesen a la gente. Con «El mundo de Sofía», utilizando unas técnicas de narración sencillas, Jostein Gaarder fue capaz de encapsular la filosofía clásica y acercarla a quien nunca había sentido un especial interés por ella. Yo quería hacer eso con algunas obras del Museo del Prado.
Luis Fovel, el protagonista de «El maestro del Prado», su nueva novela, fue la persona que en 1990 le explicó las claves ocultas de las obras maestras de la pinacoteca. ¿Se atrevería a decir que era un ángel, un mensajero?
Etimológicamente, la palabra «ángel» significa mensajero. Lo que ocurre es que yo veo a los ángeles, o a los mensajeros, como seres de carne y hueso que en momentos importantes son capaces, con una frase, con una mirada, con una orientación sencilla, de cambiar el rumbo de tu vida. Nosotros mismos somos ángeles para otros... Sí, Luis Fovel lo era. No se llamaba Luis Fovel, no sé cómo se llamaba, pero yo tuve un encuentro de ese tipo, como el que cuenta «El maestro del Prado», justo en aquellas fechas; un encuentro que a mí me impresionó y que terminó en mis cuadernos, en mis diarios de aquellos días. Lo que ocurre es que han tenido que pasar veinte años para que haya podido idealizar lo suficiente a aquel señor, que no sé quién fue, y convertirlo en personaje literario.
«La grandeza del ser humano es que puede actuar como ángel y como demonio»
La cercanía te destruye, al final ves que somos todos humanos y que no hay más que lo que ves; en cambio, la distancia, la lejanía, te permite mitificar. Con este libro he querido construir un mito en torno al Museo del Prado . La pinacoteca tiene una carga histórica y teórica tan apabullante que muchos españoles no se atreven a entrar en ella porque les parece un ejercicio de intelectualidad suprema. Lo que quiero es crear un mito en el que se demuestre que al Prado también se puede ir para sentir, no solamente para estudiar. Y que el arte de ciertos periodos históricos, entre ellos el del Renacimiento, no buscaba únicamente la historicidad, la enseñanza religiosa, el recuerdo de un personaje o de una situación: buscaba también el impacto emocional.
En «El maestro del Prado» promete escribir sobre nuevos misterios. Uno de ellos es el encuentro de George Washington con un mensajero durante la campaña militar contra los ingleses, en 1777.
Fue en Valley Forge (Pensilvania). Esa campaña militar es la que termina decidiendo la independencia de las colonias americanas respecto a la metrópoli, y en aquel tiempo Washington no las tenía todas consigo. Debe embeberse de un espíritu casi místico para arrastrar a sus hombres y vencer a los ingleses. Y el espíritu mesiánico lo saca de esa experiencia. Probablemente fue un sueño, pero cuando estudias el impacto de los sueños a lo largo de la Historia de la Humanidad, descubres que muchos grandes momentos han sido impelidos por este tipo de situaciones. Incluso avances científicos: Mendeleiev enuncia la tabla periódica de los elementos químicos después de un sueño.
¿Dejó Washington constancia de esa visión?
«¿Estuvo Colón en América antes de 1492? La idea resulta sugerente»
Él no, pero sí sus primeros biógrafos. Le pasó lo mismo a Napoleón Bonaparte. En la campaña militar de Egipto, pasó la noche de 12 al 13 de agosto de 1799 dentro de la Gran Pirámide. Solo. Sale desfigurado, como si le hubiera pasado o hubiera visto algo terrible. «Aunque os lo contara, no me ibais a creer», le dice a sus soldados. Cuando Napoleón se exilia en Santa Elena vuelve a repetir lo mismo: «No puedo contarlo, nadie me iba a creer». Este hombre, allí dentro, tuvo una visión, y esa visión probablemente marcó su vida. Después de haber perdido 33.000 hombres y una flota de trescientos barcos que le hundió Nelson, regresa de Egipto transfigurado, con una certeza casi metafísica de que él va a ser el señor de Europa. Yo creo –es mi visión romántica– que la obtuvo aquella noche en la Gran Pirámide.
Al parecer, el Papa Pío XII habló con un ángel en los jardines privados del Vaticano.
Es una leyenda que corrió de boca en boca en Italia durante el siglo pasado y que salió en prensa en algunas ocasiones. No he podido comprobarla en ninguna fuente cercana. Hay algunas cartas de amigos del papa que mencionan ese encuentro con un ángel. Si pudiera acceder a los papeles secretos de los archivos del Vaticano, esa sería una de las consultas que haría.
Si existen los ángeles, los mensajeros, también existirán los demonios.
Claro. Esa es la grandeza del ser humano, que puede actuar como ángel y como demonio. Pero cuidado: las descripciones bíblicas de ángeles que encontramos en el Antiguo Testamento se refieren a personas de carne y hueso, no se refieren a personajes alados, etéreos. Por ejemplo, cuando Abraham se encuentra con los ángeles que van a Sodoma para avisar a Lot de que Dios ha decidido destruir Sodoma y Gomorra, esos ángeles se sientan a la mesa de Abraham, comen el alimento de Abraham, y cuando llegan a Gomorra son deseados sexualmente por los habitantes de la ciudad, porque los ven carnales. Ese es el ángel que a mí me interesa.
¿Y el ángel que visitó a María?
Es un ángel del Nuevo Testamento. Se le manifiesta y le anuncia que está encinta, pero es un ángel onírico.
Bruto, el ahijado y asesino de Julio César, también se habría tropezado con un mensajero, según cuenta Tácito.
Ese encuentro aparece en textos clásicos y no sorprende demasiado, porque los romanos creían en los espíritus, en los fantasmas. Hay historias de fantasmas en toda la Roma imperial; historias de apariciones, del más allá, de visiones de personajes en momentos decisivos de batallas.
Usted ha estudiado la posibilidad de que América no fuera descubierta en 1492, sino unos años antes.
«Dan Brown somete la información a la acción. Yo hago lo contrario»
Es un tema que en España es tabú, pero existen suficientes indicios arqueológicos que sugieren la llegada de navegantes europeos a América antes de Cristóbal Colón. Incluso hay historias que hacen suponer que el almirante tuvo acceso a información privilegiada. Es el caso, por ejemplo, de Alonso Sánchez, el «prenauta», que incluso tiene un monumento en Huelva. Fue un náufrago que al parecer tocó costa americana antes que Colón y cuya nao se hundió en el camino de regreso. Antes de morir en La Gomera, le contó algunas cosas que había visto a Colón y que probablemente terminarían decidiendo su viaje al Nuevo Mundo. También está la historia del mapa de Piri Reis. Este año, 2013, se cumplen cinco siglos desde su elaboración. Fue un regalo para el sultán de Egipto; se elaboró en Turquía y lo hizo un histórico navegante turco llamado Piri Reis. El almirante Piri trazó un atlas del mundo: la mitad europea se perdió, no sabemos dónde está el mapa del Mediterráneo de Piri Reis. Pero conservamos la parte del mapa que muestra lo que hay más allá de las columnas de Hércules. Allí aparece la costa atlántica americana con elementos cartográficos sorprendentes.
En 1513 Piri Reis cartografió el Amazonas, que no se había descubierto aún; dibujó en su latitud correcta la cordillera de los Andes, que se descubrirá en 1532, cuando llegó Pizarro a Cuzco; aparece cartografiado el Orinoco, que tampoco se había descubierto oficialmente en esa fecha; o las islas Malvinas, que no se descubrirán hasta 1592. Y en el texto que lo acompaña, el almirante Piri nos cuenta que ese mapa lo ha confeccionado no porque haya ido a esas tierras, sino porque ha consultado cartas de navegación muy antiguas que estaban en la biblioteca de Estambul, algunas de las cuales procedían de la desaparecida biblioteca de Alejandría. Y cita incluso que interrogó a un piloto que había ido con Colón en uno de sus viajes y que le dio información sobre esas «Antillas».
Piri Reis cifra la fecha del viaje de Colón a América en el año 890 de la Hégira.
El año 890 de la Hégira no es 1492, sino 1485. Y 1485 es un año muy misterioso. Colón ha desaparecido de la corte de Juan II de Portugal después de sentirse traicionado: el rey le ha querido robar su proyecto de circunnavegación del globo y ha enviado hacia América a otro navegante que termina volviendo con la nao desarbolada. Colón se enfada y abandona la corte, y será en 1485 cuando reaparezca, después de meses en paradero desconocido, en la corte de los Reyes Católicos pidiendo ayuda económica para su proyecto. Este lapso coincide justo con la fecha que da el mapa de Piri Reis para el viaje de Colón. ¿Estuvo el almirante en América antes de 1492? La idea resulta muy sugerente para un novelista como yo; tal vez no tanto para historiadores más prudentes. Para los historiadores, de hecho, este baile de fechas resulta desesperante, pero para un escritor es combustible de primera para su imaginación.
¿Se siente respetado por la crítica?
«Quiero que me entiendan el lector australiano y el señor de Albacete»
La crítica empieza a leer mis libros, y eso me gusta. Que tengan una opinión favorable o desfavorable es lo de menos, pero los empiezan a considerar. Cuando se publica «La cena secreta en España» , en 2004, no se le hace ni una sola crítica en ningún periódico de este país, ni buena ni mala. Cuando se publica en 2006 en Estados Unidos, se convierte en un superventas y se publica en cuarenta y tantos países, siguen sin prestarle atención, porque lo ven como un fenómeno comercial. Eso ha ido cambiando con el tiempo. La crítica se va asomando a mi obra. Y aprendo. Yo sí las leo. Me interesan porque entiendo que me puedo enriquecer hasta con la peor de las críticas y lo puedo hacer mejor. No hay nada de malo en ello, es mi gimnasio. La crítica debería ser el gimnasio de los escritores, donde ellos hicieran pesas. Siempre que la crítica sea honesta.
Se ha definido como un escritor universal.
Sí, quiero gustar a lectores de todo el mundo. Cuando busco un tema para mis novelas, busco uno que sea de interés universal. Tengo la intención de tocar arquetipos que sean comprensibles en el mayor número de países posible. Mis obras se traducen en China y en Corea, y quiero que mis lectores chinos y coreanos sepan de qué estoy hablando. Y, por supuesto, que el lector australiano lo entienda perfectamente, y también el señor de Albacete.
Los cuadros que reúne en «El maestro del Prado» contienen enigmas y misterios. Sin embargo, ha señalado que el pintor más misterioso y enigmático de todos los tiempos es el artista anónimo que pintó Altamira.
«Si no tuviéramos motivo trascendente seríamos aún homínidos»
Ese pintor es el máximo exponente del primer arte. Piense que hace unos 30.000 años nuestros antepasados, los sapiens, de repente sienten la necesidad imperiosa de ilustrar sus cavernas. Y no lo hacen con un propósito estético, es decir, no buscan deslumbrar a sus semejantes, no pintan en la entrada de la cueva; se van a lo más profundo de la caverna, donde tienen que entrar con antorchas de tuétano para iluminarse, y de repente, bajo la luz de ese fuego titilante, las imágenes parece que se mueven. Debió de ser lo más parecido a un cine del mundo antiguo; un cine casi sobrenatural. El arte que inventó aquel «señor», o «señores», en Altamira, era un arte que tenía el propósito de iluminar, en el sentido místico del término.
¿El arte como la primera experiencia religiosa de la Humanidad?
Sí. El pintor de Altamira no pinta bisontes, quiere pintar el alma de los bisontes: es un acto animista, quiere retener el ánima de aquellos animales para poder dominarla. Es la primera magia de la Humanidad. De ahí nace el arte. Y surge además en el mismo momento en el que se entierra a los muertos con ajuares funerarios. El ajuar implica que el que entierra cree que el enterrado va a continuar su camino en el más allá, por eso le dota de alimentos, de armas, de vestidos, de amuletos. Ese es el momento, en abstracto, en el que nace el sentido trascendente del ser humano, y para mí ese es el motor de lo que somos. Si no tuviéramos ese motivo trascendente seguiríamos siendo homínidos.
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