LIBROS
La venganza se sirve en novela: últimas entregas
Suele decirse que la venganza es un plato que se sirve frío. Y a juzgar por las últimas novedades literarias, también se sirve en novela. «Trhillers» que disparan autores de primera fila. Son los nuevos vengadores
RODRIGO FRESÁN
Aunque los sospechosos no sean los habituales, un sentimiento los une a todos. Y es el de la venganza. O el de la revancha. O el de saldar cuentas. Son matices sutiles pero definitivos los que separan el hacer justicia del tomarse la ley por ... la propia mano, teniendo en cuenta que esa mano suele esgrimir un revólver de gatillo caliente.
Y, en llamas, llega el poco ortodoxo agente del FBI Aloysius X. L. Pendergast en «Dos tumbas» (Plaza & Janés), conclusión de la «Trilogía Helen», iniciada con la magnífica «Pantano de sangre» y seguida por la no tan lograda «Sangre fría». Douglas Preston y Lincoln Child continúan tras los pasos de un Pendergast al que ya poco le queda del cerebral Sherlock Holmes, mientras va ganando mucho de expeditivo James Bond. Es decir, una nueva faceta –comprensible, no celebrable, intensificada por una insaciable sed de cobrarse con creces el dolor sufrido– que casi ha convertido a Pendergast en otro «action-hero». Alguien dispuesto a lo que sea para comprender qué fue lo que pasó con su esposa supuestamente muerta y de pronto resucitada, pero no por mucho tiempo.
Sallis nos trae de regreso a su lacónico chófer-cowboy-vigilante El resultado tiene su gracia, aunque –al igual que en aquella lenta introducción por páramos escoceses de la segunda entrega– se alarguen demasiado ciertos tramos que describen al detalle cómo nuestro héroe va de aquí para allá mientras una subtrama paralela, completamente innecesaria, protagonizada por la júnior Corrie Swanson, demora en exceso la conclusión. Al final, cuando Pendergast descubre el significado del refrán «de tal palo…», sucede lo más grave de todo: que mucho de lo que se nos revela, en plena jungla amazónica, ya nos lo contó mejor y hace mucho Ira Levin en «Los niños del Brasil».
Y siguió conduciendo
Del pasado remoto llega la demoniaca «vendetta» en «Malvados» , de John Connolly (Tusquets). El creador del maldecido Charlie Parker aparca a su detective por un rato (aunque se nos muestra en un breve «cameo») y se concentra –su única novela de terror puro y duro hasta la fecha– en un festival casi «gore» en el que una horda de bárbaros regresa desde 1693 para atormentar a los pobladores de una isla de Maine inapropiadamente llamada Santuario. El taciturno policía Joe Dupree y la oficial novata pero emprendedora Sharon Macy se batirán con fuerzas infernales –a destacar los tramos finales, con persecución y fuga en la nieve– mientras, en su calabozo, un tal Moloch tiene dulces sueños para él pero amargas pesadillas para todos nosotros.
Bejamin Black demuestra en «Venganza» que importa más el estilo que la trama En «El regreso de Driver» (RBA), acelerando a fondo, James Sallis nos trae de regreso a su lacónico chófer-cowboy-vigilante cuasi existencialista, al que Ryan Gosling puso rostro en el sobrevalorado filme de Winding Refn que no fue otra cosa que una suerte de Michael Mann «refritado» para nuevas generaciones. Han pasado siete años desde que Driver –entonces con 26 de edad, ahora bajo el alias de Paul West– derramó mucha sangre. Pero la sangre a la sangre llama: matan a su prometida (segunda chica que le matan, más vale no ser novia de Driver) y, a mí no me engaña: no parece demasiado infeliz por verse obligado una vez más a despachar indeseables.
Segundas partes a veces son buenas; pero aquí se echa de menos –y mucho– aquello que hacía tan atractiva a la primera, convirtiéndola en una atípica novela «de Hollywood»: el ambiente de las filmaciones y la atmósfera «noir» de la insomne ciudad de los sueños. Hacia el final de «Drive», ya sabemos que el hombre que conduce automóviles como si se tratase de armas mortales morirá alguna vez en un amanecer de bar en Tijuana. Pero todavía no. Y así, lo último que se lee –y se sonríe– en «El regreso de Driver» es un: «Y siguió conduciendo».
Potencia «freak»
Aunque cuesta pensar que, a este ritmo y velocidad e índice de mortalidad, Driver alcance, como el patólogo y patológico alcohólico irlandés Quirke, cinco entregas de vida. En «Venganza» (Alfaguara), Benjamin Black/John Banville demuestra de nuevo que importa más el estilo que la trama. Una vez más, Quirke vuelve a enfrentarse a hombres poderosos y viudas insatisfechas con la sola ayuda de su vigorizante (para el lector) cansancio (para él) y una prosa que hace de lo «pulp» alta literatura. Así, tabaco y «whisky»; el Dublín casi medieval de los años 50; dos clanes, los Clancy y los Delahaye, enfrentados a muerte y a muertes; la reaparición de varios secundarios de primera (el periodista Jimmy Minor, el inspector Hackett, y Phoebe, la inestable hija de Quirke); y alguien que dice que no le gustan los libros de Agatha Christie.
En cuanto a Moloch, por favor, no lo despierten; mejor que siga durmiendoPero quizá le gusten los «thrillers» descarrilados de James Crumley protagonizados por el catastrófico detective W. C. Sughrue. Y si su magistral estreno, «El último buen beso», fue una perfecta reescritura de «El largo adiós», de Raymond Chandler, entonces «El pato mexicano» (RBA) es algo así como el producto de un Hunter S. Thompson contemplativo o de un Cormac McCarthy bajo el efecto de anfetaminas o de una canción sin música de Warren Zevon para una película de Sam Peckinpah o de los Coen. Ya lo sabemos: Sughrue sobrevivió a Vietnam, sin que eso signifique que haya dejado de sentir culpa por lo que hizo. De ahí que le resulte tanto más difícil sobrevivir a sí mismo y a un más bien poco ortodoxo método investigativo. Desarticulado modus operandi donde, en más de un momento, no entendemos absolutamente nada de lo que se investiga o se deduce. Pero no importa.
Se lee a Crumley (padre también del veterano de Corea y detective Milo Milodragovitch, quien compartiría peripecias con Sughrue en «Bordersnakes») por la belleza de sus descripciones, por la gracia de sus diálogos, y por la potencia «freak» de sus personajes en busca, en la frontera con México, de una mujer desaparecida y de una especie de sucedáneo de aquel Halcón Maltés.
Todo acaba en una masacre a la que a Driver y el Pendergast de última generación les hubiera encantado que les invitaran. Quirke, por su parte, se limitaría a contemplarla desde lejos, desde su «pub» favorito, preguntándose si ya es el día y la hora de volver a beber. En cuanto a Moloch, por favor, no lo despierten; mejor que siga durmiendo.
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