La cruenta historia de la muerte de una ballena de 4,5 millones de años
Agonizante, la ballena barbada sintió que sus fuerzas fallaban. La historia comienza en ese primer estertor, en la profunda expiración de un animal de diez metros de largo que pierde su energía. Lo que ocurrió un instante antes, cuando el cetáceo todavía tenía fuerzas para ... surcar las aguas, se desconoce. Quizás fue víctima del ataque de un grupo de tiburones, contra los que se revolvió hasta el final, o simplemente estaba enfermo y ya no pudo más. Su cadáver acabó en el fondo marino convertido en pasto para los carroñeros , que se pegaron un fenomenal banquete necrófago. Alrededor de 4,5 millones de años después, un equipo de científicos españoles y estadounidenses ha encontrado los restos fósiles del cetáceo en un finca rural de Bonares, en Huelva, a unos 30 kilómetros de la costa y a 80 metros por encima del nivel del mar.
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Los científicos han conseguido reconstruir la historia de la ballena, de la familia de los misticetos, a partir de sus restos , entre los que se encuentran una gigantesca «mandíbula inferior de tres metros y una aleta casi completa, con todos sus huesos -cúbito radio, homoplato....- de dos metros de longitud», explica a ABC.es el doctor Fernando Muñiz, responsable de la investigación. Estos colosales restos son suficientes para hacernos una idea de las dimensiones del cetáceo, una de las criaturas más grandes bajo las aguas en esa zona durante el Plioceno, «con la excepción, que se sepa, del tiburón carcharodon megalodon », apunta el especialista. Esta bestia era la reina de los mares: una «máquina de matar» de 25 metros de largo que se ha ganado el nombre de «Leviatán».
Embestidas de tiburones
Toda la magnificencia de la ballena se la llevó la Parca. Según la reconstrucción de los paleontólgos, el cadáver quedó en el fondo del mar, a unos 30 ó 50 kilómetros de profundidad, donde comenzó el proceso de putrefacción. La materia orgánica fue aprovechada por los carroñeros: tiburones, peces y otros invertebrados dispuestos a sacar partido de la víctima. «Encontramos numerosos dientes de tiburón alrededor del esqueleto», apunta Muñiz. En una de esas voraces embestidas, los escualos arrancaron una de las aletas y la desplazaron unos diez metros de su posición . Así apareció en el yacimiento.
Otros animales se apuntaron al festín. La grasa de los huesos de la ballena enriqueció la arena de los fondos, lo que fue de provecho para los gusanos endobentónicos que se alimentan del fango. La pista para los paleontólogos fue la cantidad de túneles de distinto tamaño hallados alrededor del esqueleto. Los restos también sirvieron de cena a los cangrejos comedores de huesos, e incluso alojaron una colonia de bivalvos. El proceso se prolongó durante largo tiempo hasta que el animal quedó finalmente enterrado.
No se trata del primer hallazgo de restos fósiles parciales de una ballena del Plioceno inferior localizados en Huelva, pero sí la primera vez que se publican los resultados sobre el proceso de su fosilización. El estudio aparece en la revista Geologica Acta .
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