artes&Letras
Toledo y las academias preparatorias
En 1850 se firmó un real decreto por el que se creaba el Colegio Militar de Infantería de Toledo

Para que la instrucción elemental de los jóvenes que se dedicaban a la carrera militar como oficiales fuese más proporcionada a los intereses de la nación, el 5 de noviembre de 1850 el ministro de Defensa, Francisco de Paula y Figueras , firmaba un real decreto por el que se creaba el Colegio Militar de Infantería de Toledo. La instrucción de los cadetes duraría tres años y seis meses. En sus primeros cursos, las clases fueron impartidas en el Hospital de Santa Cruz, Hospital de Santiago y Casa de Caridad. La ciudad acogió a los alumnos como hijos propios y en torno a las enseñanzas militares comenzaron a proliferar diferentes negocios que contribuyeron al progreso económico de la capital. Entre ellos destacaron las academias preparatorias.
La edad mínima para ingresar en el Colegio toledano era de catorce años, no pudiéndose sobrepasar los diecisiete. Los aspirantes debían tener conocimientos de doctrina cristiana, saber leer y escribir, dominar las cuatro reglas aritméticas, gramática castellana, principios de dibujo natural y ser «bien configurados y robustos». Tras superar el correspondiente examen de acceso, los futuros oficiales debían aportar parte de su vestuario y satisfacer trimestralmente una cantidad económica para su manutención, teniendo bonificaciones en las mismas los hijos de militares.
Debido a un exceso en el número de oficiales, en abril de 1869 el Colegio cerró sus puertas, esperándose seis años hasta que la Academia retornase a la capital, alojándose ahora en las dependencias del Alcázar. En septiembre de 1876 se aprobó definitivamente su primer Reglamento, fijándose que el número de alumnos de la misma sería de seiscientos. Para que los aspirantes pudieran afrontar el ingreso en centro militar, proliferaron en Toledo las academias privadas orientadas a su preparación. Buen número de ellas fueron regidas por militares retirados, profesores del Instituto Provincial o profesionales liberales de la capital.
Uno de los primeros centros del que existe constancia fue el abierto por Antonio Delgado y Vargas, licenciado en Ciencias Físico-Matemáticas y Químicas y catedrático del Instituto, en el número seis de la Cuesta de San Justo. Se impartían clases de aritmética, álgebra, geometría, religión y moral, gramática castellana, historia, francés y dibujo. Se aceptaban alumnos externos e internos. En 1880 ya había en la ciudad cuatro academias.
En la prensa de la época son frecuentes los reclamos publicitarios de estas academias. Entre su profesorado se encuentran nombres destacados de la vida social toledana como el coronel Antonio Lozano Ascarza, quien tras haber sido nombrado jefe de Estudios de la Academia y subdirector de la misma abrió una academia en el número 16 de la calle Trinidad. Ascarza era experto en la aplicación de la geometría descriptiva y la topografía a la táctica militar. En Alfileritos 3, en encontraba en 1892 la academia abierta por el comandante de Infantería Arturo Guiu. En la calle de Santa Isabel, número 5, dirigía su centro el comandante Pedro Bazán, que luego pasó a ser orientado por el pintor José Vera González, quien también fue concejal republicano del Ayuntamiento de Toledo y profesor de la Escuela de Artes, contando con docentes como el teniente coronel de Infantería Franco Álvarez Arenas, el industrial Nemesio Labandera, gerente de «La Electricista Toledana», o el doctor en Ciencias Ventura Reyes Prósper. Muy cerca de allí, en la Bajada del Pozo Amargo, preparaba a los aspirantes Cesáreo Sanz Escartín, general carlista y diputado a Cortes por Navarra entre 1891 a 1903, y futuro primer presidente de la Cámara de Comercio de Toledo constituida en 1912. Y el capitán Rodrigo Peñalosa, preparaba en la calle Granada 7, ofreciendo sus servicios a toda España a través de anuncios en ABC.
Las ganancias para Toledo
La importancia económica que el ingreso de los nuevos alumnos en la Academia tenía para la ciuda fue evaluada por El Día de Toledo con motivo de los exámenes de ingreso celebrados en 1897. En esa convocatoria se presentaron unos mil doscientos aspirantes, calculándose que en esos días la capital habría recibido a casi dos mil personas, contando con sus acompañantes, profesores o parientes. Así se estimaba que en concepto de alojamientos Toledo habría ingresado unas 75.600 pesetas.
Las compañías de ferrocarriles, en concepto de billetes, habrían facturado 45.000 pesetas y las sastrerías locales, considerando que una mayoría de los aprobados hubiesen encargado aquí la confección de sus uniformes, 96.500 pesetas. Por el concepto de equipo de ropa blanca, mantas, etc., se estimaban unos ingresos de 25.000 pesetas. A estas cifras deberían sumarse las cantidades gastadas diariamente en libros, objetos de escritorio, cafés, billares, etc. Hechas las cuentas, desde la publicación se afirmaba con rotundidad que en lo que se refiere al comercio, las pruebas de acceso Academia era «una de las fuentes y bases de la riqueza de Toledo ».
Ante estas estimaciones, no fue extraña la inquietud causada al término de las guerras de Ultramar, cuando disminuyó progresivamente el número de plazas de ingreso hasta que en el 1901 se suspendieron las convocatorias en todas las Academias. Un par de años antes, el ministro de la Guerra reconoció la existencia de unos ocho mil oficiales sin destino. La paralización se mantuvo hasta 1903, pero se reanudó con un reducido número de plazas, cincuenta frente a las quinientas que se habían ofertado en el año del desastre colonial.
Momentos de inquietud se vivieron al comenzar el siglo XX, cuando el Gobierno quiso imponer una norma para evitar la influencia de los oficiales y jefes de los centros docentes militares, que a la vez ejercían como profesores en las academias preparatorias. Se pretendía que las mismas deberían situarse a una distancia mínima de veinticinco kilómetros de la capital. La ciudad de Toledo se manifestó abiertamente contra esa pretensión, por los graves perjuicios económicos que podrían causarse. En octubre de 1904 en la capital había ocho academias preparatorias, con más de 250 alumnos. Las pretensiones gubernamentales decayeron y estos negocios continuaron siendo parte esencial de la vida toledana.
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