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«Bestias nazis», los verdugos más sádicos del Tercer Reich

Jesús Hernández rememora en su nuevo libro las espeluznantes actividades de cinco de los sirvientes más sanguinarios del Führer

«Bestias nazis», los verdugos más sádicos del Tercer Reich jesús hernández

manuel p. villatoro

Sadismo, crueldad, y, sobre todo, una frialdad imposible de entender. Sin duda, estos son los atributos que asaltan la mente cuando se piensa en los soldados que, a las órdenes de Hitler, jugaron con la vida de cientos de miles de personas durante la II Guerra Mundial. Sin embargo, se quedan cortos a la hora de definir a insignes nazis como Amon Göth –un capitán de las SS que practicaba puntería a diario con los prisioneros del campo de concentración que dirigía- o Ilse Koch –acusada de fabricar lámparas con la piel de decenas de judíos-. Si algo ha demostrado la Historia, es que la brutalidad del ser humano puede ser infinita.

A lo largo del tiempo se han ido diluyendo los crueles actos de infamia protagonizados por varios de estos alemanes que, sintiéndose privilegiados por portar la calavera de las SS, daban rienda suelta a sus más sádicas fantasías. Pero, en un intento de luchar contra este olvido, el historiador y periodista Jesús Hernández acaba de publicar «Bestias nazis. Los verdugos de las SS» (editado por « Melusina »), una excelente obra en la que narra, entre otras cosas, las crueles prácticas llevadas a cabo por cinco de los oficiales más sanguinarios de Hitler durante el Holocausto.

Así pues, Hernández nos transporta a un mundo -el de los campos de concentración- en el que la vida de un prisionero valía menos que la de un animal de compañía, y en donde, por muy extraño que parezca, la muerte no era el peor de los destinos. Y es que en estos recintos acechaban desde temibles seres enfundados en uniformes que gozaban torturando durante semanas -y hasta el último aliento de vida- a los cautivos hasta, incluso, extravagantes doctores nazis que practicaban inconcebibles y mortales experimentos en personas vivas.

Tres señores de la muerte

Uno de los primeros señores de la muerte que plasma Hernández en «Bestias nazis. Los verdugos de las SS» es Amon Göth, el popular comandante del campo de concentración de Plaszow (ubicado en Polonia) que fue retratado por Spielberg en la película «La lista de Schindler». Este cruel oficial vino al mundo en 1.908 y, con apenas 23 años –tan sólo 5 después de unirse a los nazis- se convirtió en miembro de las SS.

Göth no tuvo que esperar mucho para poder demostrar su crueldad, de hecho, una de sus primeras oportunidades le llegó cuando tenía poco más de treinta años y recibió la orden de destruir el barrio judío que los alemanes habían creado en Cracovia. Así, corría 1.943 cuando acabó en plena calle, y junto a sus hombres, con la vida de más de 2.000 personas en tan sólo dos días y envió a campos de concentración y exterminio a otras 10.000.

«"Bestias nazis" narra la vida de los nazis más crueles del III Reich»Pero por lo que se haría desgraciadamente famoso este nazi sería por dirigir con puño de hierro el campo de concentración de Plaszow durante más de dos años. Ese breve periodo de tiempo le valió para ganarse el apodo de «El verdugo» pues, entre otras cosas, gozaba golpeando a mujeres hasta la muerte o asesinando, al azar, a diferentes reos sólo por diversión. A su vez, consiguió que su nombre quedara rubricado en las páginas de la Historia por practicar puntería con un rifle de francotirador indiscriminadamente sobre los cautivos del lugar.

Con todo, el autor también tiene tiempo, a lo largo de las 500 páginas que abarca su obra, para contar historias como la de Oskar Dirlewanger , el conocido con el sobrenombre del «Verdugo de Varsovia». «Nacido en la ciudad bávara de Wurzburgo en 1895, luchó en la Primera Guerra Mundial, siendo herido y condecorado. Tras la guerra, Dirlewanger se doctoró en Ciencias Políticas y en 1923 se afilió al partido nazi. Aunque trabajaba como maestro, su vida era muy desordenada; dado a la bebida y a los escándalos públicos, acabó condenado por violar a una menor en 1934, reincidiendo en cuanto salió en libertad. Sus contactos en las SS le rescataron y fue enviado a España, a luchar en la Legión Cóndor. En 1939 alcanzó una posición destacada en las SS, lo que le permitió continuar impunemente con sus tropelías», destaca Hernández en declaraciones a «ABC» .

«En 1940 se le encargó la creación de un batallón formado por cazadores furtivos convictos. La unidad acabó aceptando delincuentes acusados de delitos graves. En 1941 fue empleada en Rusia para luchar contra los partisanos, en donde sus miembros pudieron dar rienda suelta a sus impulsos criminales. El batallón fue enviado a la región de la ciudad polaca de Lublin, convirtiéndola en escenario de saqueos, incendios, asesinatos, violaciones y atrocidades sin límite. Los hombres de Dirlewanger también serían empleados en la represión del levantamiento de Varsovia en 1944, cometiendo aún mayores excesos, como la irrupción en un hospital en donde los pacientes fueron acribillados en sus camas y las enfermeras violadas y asesinadas. Al acabar la guerra, Dirlewanger fue capturado por los franceses, quienes lo entregaron a unos soldados polacos para que se tomasen cumplida venganza. Al parecer, éstos le torturaron durante varios días, acabando con su vida en torno al 4 de junio de 1945», sentencia el experto.

Otro de los hombres a los que Hernández dedica un centenar de sus hojas es al sanguinario Josef Mengele , un cruel doctor nazi cuyos sádicos experimentos le convirtieron en el terror de los prisioneros del campo de concentración de Auschwitz. Este médico solía asesinar a parejas de gemelos de corta edad creyendo que, mediante sus cuerpos, podría descubrir el secreto de la clonación humana. A pesar de todo, Mengele no llegó a pagar por sus crímenes, pues murió en extrañas circunstancias tras escapar de las autoridades aliadas.

Dos ángeles del infierno

Sin embargo, la crueldad desmesurada que se ejercía contra los presos en los campos de concentración nazis no fue, ni mucho menos, una práctica exclusiva del género masculino. Así, es imposible no estremecerse ante los actos realizados por personajes como la bella Ilse Köhler (llamada la «Zorra de Buchenwald»).

Esta alemana llegó al mundo en 1.906 y, a una corta edad, quedó fascinada ante los hombres uniformados de las SS, por lo que no dudó en solicitar el carnet del NSDAP. De cabellos pelirrojos, ojos verdes y una extrema sensualidad, Ilse contrajo matrimonio a los 31 años con Karl Koch, comandante del, en ese momento, recién construido campo de concentración de Buchenwald. Por ello, la feliz pareja decidió, como era habitual, habitar una de las casas cercanas a la prisión.

«Karl Koch vertía asfalto fundido en el ano de los prisioneros judíos»Una vez en el campo de concentración, Ilse gozaba dando largos paseos a lomos de su caballo y exhibiendo su sensualidad ante los presos. Sin embargo, no dudaba en acabar cruelmente con la vida de aquellos que alzaran la vista para mirarla. A su vez, fue acusada de asesinar y despellejar los cadáveres de cientos de presos para fabricar objetos cotidianos como libretas o pantallas para lámparas.

Con todo, la «Zorra de Buchenwald» no era el único ángel de la muerte que rondaba los campos teñidos con la sangre de los presos. «En el libro también explico la vida de Irma Grese , la “Bella Bestia”. Nacida en 1923, su infancia feliz se vio truncada por el suicidio de su madre y el distanciamiento con su padre. Tras abandonar los estudios, y trabajar en una granja y en una tienda, fue enfermera en un hospital de las SS, en donde se vio imbuida de la ideología nazi. De ahí pasó al campo de concentración de Ravensbrück como guardiana, siendo destinada después a Auschwitz-Birkenau», añade Hernández en «Bestias nazis. Los verdugos de las SS» .

«Pese a su juventud, apenas 20 años, acumuló poder rápidamente, teniendo a su cargo más de treinta mil prisioneras. Con ellas cometería todo tipo de excesos, combinando violencia y un erotismo perverso. A las más jóvenes las azotaba en los pechos hasta descarnarlos, o bien las convertía en amantes suyas para enviarlas después a la cámara de gas. A las embarazadas les ataba las piernas juntas en el parto y asistía a su muerte, visiblemente excitada», destaca el autor.

Finalmente, las sanguinarias prácticas de Irma se encontraron con la justicia aliada una vez acabada la II Guerra Mundial. «En 1945 regresó a Ravensbrück y de ahí pasó al campo de Bergen-Belsen, siendo capturada por los británicos. Fue sometida a juicio, en donde se mostró como una nazi fanática. Su atractivo físico, que contrastaba con la fealdad de las otras guardianas acusadas, le llevó a ser bautizada por la prensa sensacionalista como la “Bella Bestia”. Grese eludió cualquier responsabilidad en los crímenes de los que se la acusaba y aseguró que se había limitado a cumplir con su obligación. Fue sentenciada a muerte y ejecutada en la horca el 13 de diciembre de 1945. Sus últimas palabras al verdugo fueron Schnell! (¡Rápido!)», sentencia el autor español.

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