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De enemigo a aliado

Rusia, confirmando su fortalecimiento, logra que se desvanezca un sistema antimisiles que consideraba dirigido hacia ella. Impide la instalación de un radar en la República Checa que hubiera tenido capacidad para barrer electrónicamente todo el amplio espacio ruso. Y consigue estar más cerca que nunca de que Estados Unidos levante las restricciones comerciales bilaterales y le facilite su ansiado acceso a la Organización Mundial del Comercio.

Por si fuera poco, se aproxima a uno de sus sueños: la integración plena en la OTAN. En la lógica del Kremlin, si en verdad la Alianza Atlántica yo no es una organización defensiva, desaparecida su razón de ser -el Pacto de Varsovia-, sino otra de seguridad en su más amplio sentido, con vocación universalista en su percepción de las amenazas, en sus objetivos y en sus escenarios de actuación, forzosamente se debe contar con los rusos.

Para Estados Unidos esto es, en cierta manera, un fracaso estratégico. Significa aceptar que ya no es una megapotencia omnímoda y omnipotente. Reconocer su incapacidad para alcanzar el objetivo que se había propuesto después de 1991 de mantener una Rusia débil y alejada de la antigua zona de influencia soviética. Ceder a la realidad de una creciente multipolaridad.

Pero Washington también se deshace de un carísimo sistema -más de 100.000 millones de dólares en tres años- que no había demostrado su eficacia. Lo reemplaza por otro mejor adaptado a las previsibles amenazas, una combinación de un guiado de misiles embarcado -Aegis- y plataformas móviles de interceptadores tipo SM-3, que ha demostrado plena eficacia en las diecinueve pruebas realizadas.

Sin olvidar que, al alejar al Kremlin de la tentación de estrechar los lazos estratégicos con Pekín, los norteamericanos refuerzan su posición frente a la imparable potenciación de China, a la que no ha hecho la mella esperada la crisis económica.

Novedoso escenario geopolítico en el que todos los actores ganan, incluyendo la Unión Europea. En contra de lo que cabría pensar, al desaparecer el teórico paraguas protector del escudo antimisiles del suelo europeo, la seguridad de Europa mejora sensiblemente. Con Rusia en el mismo bando, se aleja la amenaza de un hipotético adversario muy peligroso por su proximidad. Consiguiéndose que esta Rusia convertida en un aliado vital coopere frente a las autenticas amenazas globales, el terrorismo internacional, la proliferación de armas de destrucción masiva y de sus medios de lanzamiento, la criminalidad trasnacional, o incluso el cambio climático.

Teniente coronel y

Profesor de la Escuela

Superior de las Fuerzas

Armadas

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