EL INGENIOSO HIDALGO DON ZAPATERO
SE conoce que la emoción de la victoria electoral y el ejercicio del poder le han secado las mientes, y ahora mismo, en el año del centenario del Quijote, ha querido engatusar a Kofi Annan para que se enrole en la delirante empresa de la «alianza entre civilizaciones». Kofi ha dicho que bueno, que sí, que lo que su merced diga, y que si hay que conquistar la ínsula esa de la comunión de civilizaciones, se conquista y ya está. ¿Qué otra cosa podía decir Kofi? Y don Zapatero, tan contento.
Lo que sucede es que antes de alcanzar ese sueño, va a lograr el empeño de la división entre los matices culturales de Celtiberia que andan aliados, unidos y hermanados, aunque sea a trancas y barrancas, desde hace más de cinco siglos. Mientras las grandes civilizaciones de la Humanidad se lo piensan un poco antes de abrazarse las unas a las otras, aquí, en este pequeño rincón de la civilización occidental y cristiana, don Zapatero hace todo lo posible, no por enderezar los entuertos separatistas que de vez en cuando retoñan como mala hierba, sino por sembrar la desigualdad y el espíritu de división.
Y menos mal que Rubio Llorente ha puesto la marcha atrás a esa descabellada idea de llamar «comunidades nacionales» a lo que la Constitución llama «regiones y nacionalidades». Porque, además, el señor presidente del Consejo de Estado, toma nísperos, había explicado muy bien la trascendencia conceptual que encierra el cambio de denominación. Según el concepto constitucional, la Comunidad vasca abarca las tres provincias vascongadas: Vizcaya, Guipúzcoa y Álava. Según Rubio Llorente, al convertirse en «comunidad nacional» ya no estaríamos hablando de un territorio sino de un ente cultural, y entonces abarcaría las tres provincias vascongadas, Navarra y las otras tres provincias, allende los Pirineos, del país vasco francés. Más algunos fértiles huertos riojanos de añadidura. Y Cataluña se engulliría lo que algunos llaman «països catalans», o sea, Valencia y Baleares. Cerdeña, Nápoles y Sicilia lo perdonan.
Menos mal, digo, que Rubio Llorente ha retirado hoy lo que dijo ayer, quizá al comprobar el clamor que sus palabras levantaron en Navarra y en los levantinos «anexionados». Pero ya a algunos les hacían garabitas los ojos, o como dice el pueblo, se les había hecho el culo agua. Y encima de todo lo que está cayendo con esto de la reforma de la Constitución, de los Estatutos y de España, llega don Zapatero al Congreso y le echa un rapapolvo al presidente Marín por no permitir el uso de las lenguas vernáculas en los debates parlamentarios. «Señor presidente: las lenguas son para entenderse». Y empezó a echar un discurso como el de don Quijote a los cabreros. Marín le interrumpió y le avisó de que se le había acabado el tiempo. Entre presidentes anda el juego.
Hombre, claro que las lenguas son para entenderse. Siempre que no se confundan como en Babel, claro. En castellano se entienden cuatrocientos millones de hombres, y de mujeres, por supuesto. Pero es que algunos pretenden que aquí los extremeños se entiendan en euskera o euskara con los asturianos. O que el Parlamento sea, más todavía, un debate entre sordos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete