Siente a una víctima a su mesa
IGNACIORUIZ QUITANOBERLANGA quería titularla «Siente a un pobre a su mesa», que

BERLANGA quería titularla «Siente a un pobre a su mesa», que era como las fuerzas vivas de los cincuenta anunciaban la campaña navideña de caridad («Esta Navidad, siente a un pobre a su mesa»), pero la censura no se fió y Berlanga hubo de dejarlo en «Plácido», que es el nombre de ese Job castizo que interpreta Casto Sendra Barrufet, Cassen.
-Este Berlanga es capaz de sacar a un obispo saliendo de Pasapoga -se pispó el censor.
Y le cortó a Berlanga un plano general de la Gran Vía de Madrid.
Pobres ya no hay, gracias al socialismo gobernante, que los socorre a todos, aunque, eso sí, después de haberlos creado (veintidós de paro, cinco de inflación y doce de intereses hipotecarios fueron los porcentajes de su herencia en el 96). Así que, hoy, lo más parecido a los pobres de Berlanga serían las víctimas de Rodríguez, quien en esta Navidad tampoco sentará a ninguna a su mesa, pues todo el mundo sabe de lo laico que es Rodríguez, que ni siquiera consiente un belén en La Moncloa, y con eso ya se siente Azaña.
Lengua elitista y esotérica la suya:
-A mí también me mataron al abuelo -le dijo a la madre de Irene Villa.
-¡Una pena! Seguro que se había ido al Líbano para comprarse el coche, ¿no? -le dijo al padre de un paracaidista caído en atentado.
Claro que, como les ocurría con los pobres, para los españoles hay víctimas y víctimas. A unas, como a Gelman, lo sientan a la mesa del Cervantes, por maldecir de Bush, mientras a otras, como a Alcaraz, lo sientan en el banquillo de la Audiencia, por maldecir de Rodríguez. Alcaraz se niega a admitir, como le piden los progres, que le tocara la lotería cuando unos «hombres de paz» mataron a su familia, y da la lata.
-¡Repugnante! -brama un tal Cuesta, constituido en comisario del Mayor Dolor y Traspaso. O del Sincero Dolor, en laico.
La «repugnancia» manifestada por el tal Cuesta no parece una adaptación española del controvertido «apartar la mirada» de Martin Walser. Ese comisariado del Sincero Dolor indicaría que el comisario ha pillado en alguna «Antígona» de Calixto Bieito la sobriedad en el dolor de Eurydice, que oye el relato que hace el Mensajero de la desgracia de su hijo y se retira en silencio, pues no juzga decente lamentarse delante de la ciudad y va a su palacio a decir a sus doncellas que lloren ese duelo doméstico.
Ante los continuos «accidentes» ocasionados por los «hombres de paz» que todavía andan sueltos, el comisario prefiere, a las voces, el silencio. Cinco minutos de silencio como cinco padrenuestros de la nada. Triunfo, en fin, del coro venerable de las virtudes antiheroicas, con todo el patetismo democrático de esos hinchas domingueros que, cuando su equipo va de culo, acuden al estadio con un megáfono y echan la tarde rezongando: «¡Los ju-ga-do-res / no sienten los co-lo-res!». Concentraciones como la de ayer sirven para acabar con el terrorismo como las campañas «Esta Navidad, siente a un pobre a su mesa» para acabar con la pobreza.
-Las víctimas deben quedar excluidas de la toma de decisiones políticas y legales.
Lo dice un catedrático progresista -«valga la redundancia», diría en este punto un cronista de fútbol antiguo-, de esos que han contribuido como fieras a establecer dos hitos: la invisibilidad de la Universidad española en el «ranking» mundial y que el veintidós por ciento de sus universitarios reconozcan no haber leído nunca un libro.
Leer ¿para qué? Pues para enterarse de que las víctimas deben quedar excluidas de la toma de decisiones políticas, ya que, dicho por el mismo catedrático progresista, «no está escrito en ningún lugar que hayamos de compadecernos de ellas». Ni siquiera en las «Antígonas» de Bieito. Pero, ¿y los verdugos? ¡Ay, los verdugos! Con los verdugos, conversación. Todos recordamos el nudo en la garganta que nos puso Rubalcaba -¡cráneo privilegiado!- cuando, entre ayes humanitaristas, más el respaldo logístico del «Times», que con cuatro fotografías supo tocar a nuestro corazón rumiante, concedió el grado penitenciario de «relajo hospitalario» a Chaos, ese carnífice.
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