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Las memorias de Nadiezdha Mandelstam
Osip Mandelstam ridiculizó en sus versos a Stalin y lo pagó con su vida. Un calvario que recogen las memorias de su mujer, Nadiezdha. Acantilado las publicará el 16 de noviembre
Anna caballé
Desde el principio de la Revolución, la resistencia de parte de la intelligentsia a someterse «sin largas discusiones» a la autoridad de un solo hombre fue un problema, que se agravaría muy rápidamente. El punto de inflexión tuvo lugar en 1921, con el ... fusilamiento del poeta Nikolái Gumiliov (primer esposo de la poeta Ana Ajmátova), el que escribió: «El hombre nace y luego muere, pero la policía permanece» .
«Petersburgo, todavía no quiero morir», escribió Mandelstam en 1935
Lenin encargó al jefe de la GPU que preparara un nuevo método de lucha contra el fastidioso mundo de la inteligencia y del arte que no se plegaba a las nuevas consignas revolucionarias. Ese método debía consistir en la deportación de todos aquellos escritores y profesores que supuestamente estaban ayudando a la contrarrevolución. Un vacío legal por el cual cualquier persona podría ser encausada en el futuro : leer a Dante, hablar de pintura, quejarse de pasar hambre o admirar el siglo XIX; todo, en fin, podría ser contrarrevolucionario y motivo suficiente para verse en Siberia atado a una condena de años.
La decisión tomada por Lenin en 1921 de perseguir a aquellos intelectuales que simpatizaban con los valores burgueses condensaba muchos de los problemas que serían permanentes en el Estado soviético: ¿qué hacer con la «intelligentsia»?, ¿cómo conseguir su sumisión? «¿Que son el cerebro de la nación? ¡Qué va!, son su mierda», escribió Lenin en una carta secreta divulgada en 1990.
Como un azucarillo en el agua
Los estudiosos han discutido y seguirán discutiendo acerca del momento histórico en que el sistema soviético derivó hacia el estalinismo. Lo cierto es que entre 1921 y 1941 serían expulsados, torturados, deportados (no una sino varias veces) y fusilados matemáticos, agrónomos, economistas, historiadores, sociólogos, poetas y filósofos. («Sin filósofos no hay política», dijo Platón, y en efecto, la política soviética demostró no ser política, sino una carnicería .)
«¿Que son el cerebro de la nación? ¡Qué va!, son su mierda», escribió Lenin
La última revista relativamente independiente la fundó Gorki en 1923 y duró unos meses. A partir de entonces ya no se pudo publicar un libro editado en 1921 o 1922 (eran contrarrevolucionarios) y las universidades se transformaron, de la mano del historiador Pokrovski, en institutos marxistas . La vida intelectual se disolvió como un azucarillo en un vaso de agua.
Sin embargo, a principios de 1923 Lenin estaba a las puertas de la muerte: el año anterior había sufrido una parálisis que le dejó sin habla y ataques sucesivos lo transformaron en un cadáver viviente. Al amparo de esta vulnerable situación, Stalin concentró un inmenso poder como secretario general del Partido. Lenin empezó admirando su entrega, su sangre fría y su talento para la acción concreta, pero terminó desconfiando de su rudeza y su intolerancia. Y Stalin sería el hombre que marcaría la vida y el destino de todos los habitantes de la URSS en los siguientes veinticinco años de un modo apenas imaginable.
El montañés del Kremlin
Solo mediante los testimonios que se han ido publicando de aquella durísima etapa de Stalin conocida como la «edad de hierro», unos años que pondrían a prueba la base misma de la condición human a, hemos logrado hacernos una idea cabal del horror y el sufrimiento infligido a millones de personas. En un principio esos testimonios se enfrentaban a la incredulidad de quienes se negaban a aceptar los hechos. ¿Acaso esa incredulidad era el eco lejano del vergonzoso silencio que los acompañó, como denunciaría Solzhenitsyn ? En todo caso, se la plantea a menudo Nadiezdha Iákovlievna, la abnegada esposa del poeta Osip Mandelstam (1891-1938), en sus memorias, Contra toda esperanza , un libro que recuerda el Réquiem de Ajmátova por la densa y lenta sedimentación que expresa su escritura.
«Contra toda esperanza» recuerda al «Réquiem» de Ajmátova
De 1934 a 1938 el matrimonio vivió un auténtico calvario. El poeta se había sentenciado a sí mismo al escribir un poema sobre el «montañés del Kremlin» (Stalin), al que acusaba de tener los dedos gruesos como gusanos y de regocijarse con cada ejecución. El poema, con diferentes variantes, fue dicho y memorizado ante un grupo íntimo de amigos. Alguno, quién sabe si varios, lo delató y la noche del 13 al 14 de mayo de 1934 Osip Mandelstam fue arrestado y conducido a la Lubianka. Dos semanas después autorizaron una entrevista del poeta con su mujer. Ella, nada más verlo, percibió los cambios: los párpados inflamados, las muñecas envueltas en harapos y el mirar propio de un demente. Le habían tenido sin dormir durante todo ese tiempo, con interrogatorios constantes de cuya presión Mandelstam no se recuperaría. Su mente se quebró y los terrores nocturnos y las voces interiores acompañarían al desdichado poeta hasta el día de su muerte, cuatro años después, en el infierno de Kolymá (un Auschwitz sin hornos crematorios), aunque tal vez murió en un «campo» de tránsito, antes de llegar. Nadie lo sabe.
«Muerte del preso»
Parte de esos cuatro años el poeta los compartió con Nadiezdha porque Stalin había leído el poema y dio la orden de aislar al poeta, pero de mantenerlo con vida. No quiso que muriera de inmediato, a saber por qué . Mandelstam y su mujer malvivieron de un lugar a otro: no tenían derecho a casa (es decir, a una minúscula habitación con cabida para un catre y una banqueta), ni trabajo, ni dinero, ni documentación. Sobrevivieron milagrosamente gracias a Ajmátova y a la madre de Nadiezdha en lugares infectos, llenos de ratas; pero el poeta siguió murmurando sus versos («no me han quitado esos labios que se mueven»), en los que no había espacio para la infamia o el desprecio a la pequeña y digna burguesía (lo que también era contrarrevolucionario). Hasta que, coincidiendo con el enloquecimiento de Stalin en 1937, el año de la Gran Purga, le detuvieron por segunda vez y lo deportaron a Kolymá, un lugar próximo al círculo polar .
Ella percibió los cambios: los párpados inflamados, el mirar propio de un demente
Nadie llegó a soportar el frío en aquellas condiciones de vida extremas más de dos años. Mandelstam murió a los pocos meses, pero su mujer ignoraría siempre los detalles de aquella última experiencia a la que ella no pudo acompañarlo . No sabía más que que envió un primer paquete y se lo devolvieron por «muerte del preso» . Con los años fue recogiendo algunos recuerdos de otros presos que compartieron su existencia con el gran poeta rebelde. Con ellos imagina su final, recitando sus versos a un puñado de reclusos.
A la muerte de Mandelstam, a su viuda no le estuvo permitido establecerse en ninguna parte hasta 1956, cuando, desaparecido Stalin, recibió autorización para volver a Moscú. Allí escribiría sus Memorias , centradas en los años de destierro junto al poeta. No hay duda de que ninguno de los dos conoció apenas las alegrías de la existencia. Pero leyendo la historia de sus vidas nuestra conciencia se mantiene alerta y despierta . «Petersburgo, todavía no quiero morir», escribió Mandelstam en 1935, y de hecho no murió, ni ha muerto Nadiezdha, ni Ajmátova, ni Pasternak , ni Grossman. Aquí están, recordándonos, contra toda esperanza, la entereza de algunos seres humanos.
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